lunes, 30 de noviembre de 2015

PUNTERA MENTIROSA


En 1990 no voté por Fujimori. La experiencia y el olfato me decían que tras sus ofrecimientos de honradez, tecnología y trabajo, repetidos hasta el cansancio, había gato encerrado. Los hechos posteriores me darían la razón. Los votos con los que llegó al palacio de Pizarro encumbraron realmente a un estafador, ratero y asesino. La justicia lo ha fondeado en prisión por los dos últimos delitos. No por haber enterrado sus promesas electorales, tarea en la que se empeñó con el siempre solícito Hernando de Soto apenas terminó el conteo. Su nauseabunda dictadura, que le permitió forrarse los bolsillos a perpetuidad, como las de sus socios, comenzando por su compinche Montesinos, fue el colofón de la falta de escrúpulos que desde siempre han adornado la figura del caco.

Todo indica que su hija Keiko, que aspira otra vez a la presidencia de la República, está cortada con la misma tijera. El Comercio, buque insignia del gran capital pretende, con un reportaje publicado ayer a toda página, cubrirla de seda. Con el auxilio de un periodista blandengue se la presenta tomando distancia de su embarrado progenitor. Según las encuestas, ella es la candidata que puntea   las preferencias electorales de la ciudadanía peruana, pero le faltan adhesiones para sentirse ganadora. Con el reportaje, El Comercio se orienta a apuntalarla y nada mejor para ello que posicionarla como una mujer autocrítica que, como ella misma dice, está aprendiendo de las lecciones del pasado, "mirando hacia el futuro".

La señora, dice que será implacable en la lucha contra la corrupción. Eso mismo dijo su padre, quien en uno de sus primeros actos efectistas pasó a retiro a más de 100 altos oficiales de la policía, supuestamente comprometidos con la corrupción y el narcotráfico. Ellos fueron reemplazados por jefes militares cuidadosamente escogidos por Montesinos. Es decir colocaron a los gatos en el despensero.

Pero la crítica fundamental no va por ese lado. La candidata ha afirmado, muy efectistamente también, que reconoce "de que la corrupción atacó al régimen de Alberto Fujimori...Lo atacó y lo corroyó...de una forma que fue muy dolorosa para el país". Asimismo, ha dicho: "...si sé que se han cometido graves delitos de corrupción". Previamente había admitido "errores" del dictador, como "haber mantenido a Montesinos hasta el final".

Las palabras de la señora rebotaron inmediamente en otros medios. Indudablemente que llenaron las expectativas de aquellos sectores que consideran que al interior del fujimontesinismo hay una corriente sana - el keikismo- que zanjando con el albertismo - viejos, duros y mafiosos- puedan trabajar por convertirse en un partido de derecha, pero democrático.

Cuando se plantea una autocrítica, hay una consideración vital a atender: el respeto de la verdad, sin maquillajes, adornos ni tergiversación alguna. Doña Keiko no está cumpliendo con este prerrequisito. Veamos.

Primero, la señora soslaya señalar a su padre y a Montesinos - su tío- como los padrinos, los capos, de la mafia, que hicieron del ejecutivo su cuartel general, desde donde hilaron las telarañas funestas con las que  pervirtieron el país. La dupla Fujimori-Montesinos jugó ese rol perverso, mafioso. Tan ese así que no fue  un "error" del dictador mantener a su socio Montesinos hasta el final. Ambos crápulas se necesitaban, se requerían, eran consustanciales para cometer sus fechorías. Por eso es que ambos están encarcelados.

Segundo. Con el auxilio del periodista - su silencio es elocuente- el tratamiento de la corrupción fujimointesinista por la candidata aparece como un asunto menor, secundario. La realidad nos indica que el fujimontesinismo hizo mierda de todo el Estado de derecho para ponerlo a disposición de sus raterías y crímenes. Todos los poderes del Estado fueron prostituidos para meterle mano al erario y justificar sus crímenes, degeneración alimentada también por  empresarios, congresistas, jueces, fiscales, periodistas, artistas, políticos, militares, policías etcétera. "La corrupción era, pues, un medio con el cual alcanzar, consolidar y mantener el poder autoritario y abusivo", escribió Alfonso W. Quiroz  (Historia de la corrupción, IEP, Lima, p.376.) Abuso que según el propio autor le permitió al caco embolsicarse más de 400 millones de dólares de los fondos públicos, fuera de muertos y heridos.

Tercero. El apoyo sostenido de parte de la población peruana a doña Keiko no se puede interpretar al margen de ese emputecimiento de la sociedad, que convirtió a la política y a los políticos en meros traficantes de prebendas de todas naturaleza, sin miramientos en cuanto a las fuentes. La ciudadanía peruana pasó así a convertirse en el público-objetivo de inescrupulosos mercaderes que a cambio de adhesiones llenaron panzas y bolsillos, a diestra y siniestra, sembrando las ideas que hoy escandalizan al mundo, pero a las que no se combate, en tanto que ellas constituyen también el magma ideológico de la derecha en su conjunto: "No importa que robe, lo importante es que haga obra".

Sobre el particular, Alberto Vergara escribe: "...el fujimorismo reformateó este país en tal modo durante los años 90 que ya ni siquiera se le necesita para recrear los principios, políticas y actitudes fraguadas en aquella época". (Alberto Vergara, Ciudadanos sin República, Planeta, Lima, 2013, p. 276. La corrupción trabajada por el fujimontesinismo con premeditación, alevosía y ventaja no hay que verla entonces, como pretende la señora, como un asunto circunscrito al robo de los fondos estatales. Emputecieron el país, lo degradaron, lo convirtieron en cloaca. Sus alumnos abiertos o encubiertos siguen haciendo de las  suyas, arriba o abajo, trabajando a todo vapor para que doña Keiko se siente en el sillón que antes ocupó su padre. Ahí están sus bases, las que la están encumbrando.

En 1990,  dije, Fujimori no me convenció. En el 2015, su hija, tampoco. Puntea las encuestas, pero vistas las cosas como las he señalado, no pasa de ser una puntera mentirosa, incapaz, por los propios intereses que defiende, de ir hasta el fondo de los crímenes y corruptelas por las que su padre y su tío visten hoy trajes a rayas.



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