viernes, 6 de noviembre de 2015

PARA LA JODA

 
Este es el Salón de Actos del glorioso Guadalupe. La última vez que pisé sus ambientes fue en ocasión de una de las tantas celebraciones de la G-63. En esa oportunidad, emocionado hasta las tapas por el reencuentro, un locuaz profesor a cargo de la clase del recuerdo - nos había conocido pipiolos- no quiso desprenderse del micro, poniendo en peligro toda la programación. Una comisión de emergencia tuvo que alzar prácticamente en peso al disertante para que la ceremonia pudiese continuar.

Ahí también recibí mis primeras como únicas clases de canto. Habían descubierto que tenía voz de barítono, pero que faltaba domesticarla. El Coro del Colegio sirvió para ello. Muchos años después, cuando me encontraba entre Pisco y Nazca me di cara a cara con uno de los patas con los que habíamos cantado en el coro. Previa identificación nos mandamos de hacha con unas nostálgicas pechaditas con las que nos ganamos muy buenos aplausos y por supuesto que excelentes tragos.

Lo más grande sin embargo que me pasó en ese Salón de Actos ocurrió al final de los 5 años de estudio. Eran los tiempos en que la plata no llegaba sola y que había que hacer de todo para conseguir recursos para la promoción. Uno de los filones era el de la exhibición de películas. El Salón tenía dos pisos, en el primero estaba la platea y la cazuela o galería en el segundo.

Un buen día, en plan de colaboración y de figuretti no tuve mejor idea que ir al cine con una amiguita a la que estaba carreteando.Como ingresé cuando las luces estaban prendidas toda la barra brava, ubicada en la cazuela, se dio cuenta del detalle. Feliz de la vida exhibí a la mocosa, confiando en los buenos modales de la barra. Cuando se apagaron las luces me di cuenta que mis cálculos habían sido desastrozos. Fui el punto de la noche. No tuve otra alternativa que emprender la retirada estratégica. Ahí aprendí que los verdaderos amigos sirven también para eso, para la joda, así que caballero nomás.

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