martes, 10 de noviembre de 2015

PAR DE PAPANATAS

 
Fue una mutua mentada de madre. ¡Tengo calle! diría después el congresista Mulder, justificando su proceder; mientras Gastañadui se esmeraba en proclamarle al mundo que le perdonaba todo a su adversario político, con quien se habían dicho zamba canuta en el recinto congresal.

Par de papanatas. Una mentada de madre, en cualquier barrio limeño, se borraba con sangre, a trompada limpia. Esos eran los códigos y lo siguen siendo para los viejos limeños. Se podía aceptar cualquier insulto, pero la madre era intocable, sagrada. La madre podía ser una prostituta pero nadie, absolutamente nadie, podía introducirla a la mala en una discusión.

No se necesitaba ser faite para ser consecuente con esos códigos. En mi vieja escuela de Monserrate, en más de una oportunidad, fui testigo de espectaculares trompeaderas en defensa del honor, de la viejita maltratada por el insulto. Los propios choros se regían por esa línea de conducta: el célebre duelo entre Carita y Tirifilo, en el Rímac, se desencadenó porque uno de ellos le había faltado el respeto a la progenitora del otro.

Hoy la mentada de madre ya no tiene la trascendencia de antaño. Es una procacidad más, la utilizan hombres, mujeres, niños, ancianos. Eduardo Arroyo Laguna dice que se ha convertido en un suspiro. Se puede emplear como expresión de disgusto como de júbilo. Algunos, sostiene Arroyo, hasta se saludan mentándose la madre. (La mentada de madre, UNMSM, Lima, 2014, p.94).

La mutua mentada de madre de los congresistas Mulder y Gastañadui hay que ubicarla en este último nivel. Que el primero diga ¡tengo calle! no pasa de ser una balandronada, propio de los tantos palomillas de balcón que caminan por las calles limeñas. Con el otro faltoso, que quiere pintarla de perdonavidas, tampoco pasa nada, pura fufulla...

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