viernes, 13 de noviembre de 2015

LA SOLIDARIDAD

 
Acabo de leer el último trabajo literario de Fernando Ampuero: Sucedió entre dos párpados. Es una novela construida sobre las experiencias del autor en el devastador terremoto de 1970. Ampuero, en ese entonces de 20 años, fue uno de los miles de voluntarios peruanos y extranjeros, que luego de la tragedia se volcaron a los pueblos costeños y serranos -de los callejones de Huaylas y Conchucos en Ancash- a darle una mano a los damnificados por el sismo, dando vida a una de las más hermosas gestas solidarias que se hayan dado en esta parte del mundo.

Fueron los jóvenes, hombres y mujeres, sobre todo universitarios de diferentes sectores sociales, los que dejándolo todo marcharon a darle respiro a la vida donde el terremoto y un aluvión - caso Yungay- habían sembrado la muerte y la desolación. No hubieron imposibles para esos jóvenes. Ahí estaban sus brazos para donar sangre, su fuerza de trabajo para remover escombros, su creatividad para dar salidas a las múltiples contingencias de la labor de rescate, su canto juvenil para inyectar optimismo donde solamente se escuchaba a la parca.

Solidaridad es una palabra casi olvidada en los tiempos que vivimos y hasta mal vista. El individualismo y el egoísmo, tan celebrados, la han taponado. Cada quien juega hoy su propio partido, con sus propios objetivos, interesando un carajo los medios. La avalancha individualista viene desde los 90 y parece cubrirlo todo, como la marea de muerte que desapareció Yungay. 

Se equivocan sin embargo los que ya cantan victoria. El Perú es un país de hondas raíces colectivistas. No hay arqueólogo, etnohistoriador, antropologo o historiador que lo niegue. Sería como negar la vigencia hoy, pese a los cambios, de las comunidades andinas y amazónicas. Como tampoco puede obviarse el hecho de que en el crecimiento de los actualmente promisorios distritos que rodean Lima esté presente ese sentir solidario.

Hay que nadar por ello contra la corriente. En la base de la reconstrucción de los pueblos castigados por el terremoto de 1970 está la impronta de aquella juventud - hoy ya viviendo la abuelitud - que altruistamente se entregó en cuerpo y alma a sembrar vida y alegría donde querían campear las aves carroñeras. De la misma forma, podemos decir que el futuro alentador del país estará asegurado si las juventudes de nuestros días se enfrentan a ese graznar individualista de los cuervos que nos rodean, que ocultan gestas colectivas como las que estamos comentando.

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