lunes, 5 de octubre de 2015

PREPARADOS PARA MATAR



UNO



No sabemos si finalmente Renato Cisneros, al escribir La distancia que nos separa, logró poner en orden sus demonios internos, que afloraban cada vez que le venía a la mente la figura de su padre, el detestado general Luis Cisneros Vizquerra, "el gaucho".


Lo que si sabemos a ciencia cierta es que su novela "autoreferencial" - así la calificó el autor- por la crudeza con la que exploró la figura y comportamiento de su progenitor deja en claro el pensamiento guía y accionar de un general del ejército peruano, que puede sernos útil para calibrar el rol represivo que jugarían las Fuerzas Armadas en una hipotética lucha contra la delincuencia, como algunos sectores, muy alegremente por cierto, lo están planteando en la actualidad.


El gaucho, que llegó a la cumbre del poder con los militares de los 70 y con el propio arquitecto Belaúnde, en los 80, no se andaba con remilgos a la hora de hablar. Pero si bien es cierto que por su temperamento le ponía sus propios aderezos a sus declaraciones, el general, sin embargo, no hacía otra cosa que revelar los criterios que los militares en su conjunto manejaban y manejan como expresión concreta de su formación castrense, que hasta donde sabemos no ha cambiado.



"...nosotros somos profesionales de la guerra y estamos preparados para matar" señaló el general en más de una oportunidad, Renato reproduce esta declaración. Y en la guerra - lo dijo también el gaucho- los adversarios no zanjan sus diferencias a pañuelazos. "Ni la guerra santa fue limpia" le dijo muy ilustrativamente a la periodista María del Pilar Tello.


En ese escenario no hay diferencias entre justos y pecadores. En referencia a la guerra contra Sendero, el gaucho fue clarísimo: Para tener éxito se tendría que "comenzar a matar senderistas y no senderistas". Pueden eliminarse- expresó el gaucho- a 60 personas y puede ocurrir que de ellos únicamente 3 sean senderistas. El aniquilamiento del enemigo es la idea-fuerza predominante, no hay aquí espacio para el diálogo, menos para la reflexión, solamente para las órdenes verticales que deben cumplirse sin dudas ni murmuraciones.



Con esa idea rectora desarrollada durante su formación castrense en Argentina - fue compañero de armas de los carniceros que encabezados por el general Videla ensangrentaron dicho país, a quienes admiraba, como también colmaba de elogios a Pinochet- no era  casual que el gaucho, durante los años de la dictadura del general Morales Bermúdez - hoy en el banquillo por su responsabilidad en la ejecución del Plan Cóndor- estuviese detrás de la política represiva de esos tiempos: despidos, torturas, encarcelamientos, persecuciones, deportaciones, desapariciones, incluyendo la de los montoneros argentinos que pisaron Lima.



Dice Renato: “Las noticias y fotos de 1977 lo dicen con claridad: a los cincuenta y un  años mi padre reinaba en el país”. Estaba en su momento más canalla, confiesa el autor.


Con esos criterios de guerra, que se manejan sea en los tiempos de dictadura o de regímenes constitucionales, resulta ingenuo pensar que las Fuerzas Armadas, operando en calles, plazas y recovecos mil de las ciudades donde impera la delincuencia, vayan a tener un comportamiento diferente a la formación que reciben desde el primer día que oficiales, clases y soldados, pisan los cuarteles.



En suma, lo que tendríamos sería una política de terror que tarde o temprano podría derivar es escenarios como los mexicanos, ajenos totalmente a toda sociedad civilizada, democrática.



DOS



Algunos analistas, no sin razón,  han señalado que el remedio sería peor que la enfermedad, es más,  como lo indica la experiencia externa, la enfermedad se agudizaría. No solamente por la contaminación – la corrupción en las fuerzas policiales es un buen indicador de lo que decimos- sino porque además no se avanzaría un milímetro en abordar el problema desde sus raíces. Y aquí está el quid del asunto.



La propuesta de sacar a los militares a la calle es lo más fácil y efectista para quienes buscan votos apapachando los sentimientos primarios de algunos sectores poblacionales como aquellos que promueven la campaña; “chapa tu choro”. Lo complejo, lo difícil para quienes dirigen el país, encompichados con los grupos de poder a quienes sirven,  es  coger el problema desde sus raíces económicas, sociales y éticas porque se chocaría directamente con el modelo económico y el orden  prevalecientes, los mismos que al sembrar la desigualdad a todo nivel van generando las condiciones para la lumpenización de la sociedad, también en sus diferentes escalones.



Por ejemplo, en lo que se refiere a la delincuencia juvenil, Bernardo Kliksberg, especialista en el tema, sostiene que esa desigualdad ocasiona que en el Perú y América Latina uno de cada cinco jóvenes esté fuera del sistema educativo y del trabajo. La desesperación los empuja a la delincuencia, afirma el asesor de las Naciones Unidas y UNICEFF. Apuntar a resolver el problema implicaría una revisión drástica de temas sobre los que se suele pasar de largo, en el entendido de que el mercado lo resuelve todo: empleo, desempleo, informalidad laboral, salario mínimo, desigualdades laborales de género, espacios todos en los cuales el concepto de trabajo decente es simplemente una frase vacía.



Pero los ojos no solamente deben dirigirse hacia abajo. Hacia arriba la situación es tan o más seria. La expansión del  narcotráfico y las redes de criminalidad, como las descubiertas en Ancash con enraizamientos en los propios compartimentos estatales, o la serie de denuncias de corrupción que se vienen ventilando últimamente, de las que no han escapado el propio palacio de gobierno, los candidatos presidenciales y connotados líderes empresariales,  son muy ilustrativos sobre la magnitud y gravedad de los problemas delincuenciales que afronta el país que la militarización no resolvería y que más bien, aparte de lo ya expresado, tendería a ocultar.


En resumen, no caigamos en el engaño, al contrario, denunciemos la maniobra como parte de una estrategia efectista, mediática, pero inefectiva. El tema de la seguridad ciudadana, de la lucha contra la ola delincuencial a todo nivel, incluyendo a los asaltantes, cogoteros, sicarios y pirañitas de cuello, corbata y uniforme, no se resuelve sacando a los militares a las calles.  Se hace imperioso un movimiento mayor, ciudadano, que se sostenga en una inabdicable premisa: el examen del problema como consecuencia de las desigualdades y contrasentidos que se esconden en el sistema y modelo económico vigentes.

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