Si no me hubiera dedicado a la antropologia y a la docencia
universitaria, quizá le hubiera seguido los pasos a mi buen amigo Jaime
Pineda, hoy en los yunaites. Éramos fanáticos de los boleros y nos
encontrábamos casi de madrugada en las cantinas del centro de Lima para
gozar como chanchos escuchando en sus poderosas rockolas a nuestro
máximo ídolo de esos años: Javier Solís. A esas horas Jaime distribuía
sus cigarrillos y chicles y yo salía de llenar cuartillas en el diario
Última Hora. Hasta que un día mi buen amigo decidió cambiar de giro,
pero no de ídolos del bolero: cogió su tocadisco, sus discos y puso su
cantina en el barrio de Breña, la Baticueva se llamaba, con un valor
agregado: vendía un cebiche de primera. Que más queríamos para seguir
conversando, cheleando y gozando de la vida, hasta que ella misma nos
llevó por caminos diferentes...
Como ustedes saben, soy un
amante del bolero, no viví su edad de oro, pero alcancé a vibrar con sus
resacas en casa y en las rockolas de los barrios limeños, donde nunca
faltaba una cantina emblemática, aserrín color de lágrimas incluido. Una
noche, ya en San Marcos, entre naípes y pañuelos de colores - como
cantaba Lucho Barrios- decidí meterle letra al tema. Acostumbrado a
lidiar con los libros, a los recuerdos y sentimientos sumé una
bibliografía interesante y con una nueva vuelta por los ruedos
cantineros, para reverdecer laureles, quedé listo para tan magna
empresa.
"El amor en tiempo de bolero" se llamó el texto, escrito
en el año 2000. Lo hice con el corazón y las vísceras. Circuló primero
en fotocopias. Recuerdo que lo leí en varios grupos de amigos en
reuniones bastante rociaditas. Luego apareció en la revista de la
Facultad de Economía, para espanto de algunos colegas que parecía que
nunca hubieran estado enamorados, después, después vino el desmadre.
Ciberayllu, una revista electrónica que aparecía con el apoyo de la
Universidad de Missouri, la acogió en su seno, en tanto que la revista
Atlántica, que se editaba en Portugal, previa traducción, puso el
artículo a disposición de sus lectores.
En el año 2006 -
homenajeando a mi padre a quien se la iba la vida en un hospital limeño-
estampaba nuevamente el texto en un pequeño libro al que titulé
justamente El amor en tiempo de bolero, presentado en dos oportunidades,
que fueron, hablando con franqueza, dos tremendos despelotes por el
desborde de calor humano, de sentimientos y conchos nostálgicos...
El cuento no termina ahí.
En Oxapampa, en noches bien regadas de aguardiente, Alfredito Rubio,
fotocopias en mano, prácticamente había formado un club de lectores del
artículo entre los hombres y mujeres mayores de 50 años. Los cubanos, en
la misma Cuba de Martí y Fidel, se ganaron algüito cuando en una
reunión de científicos sociales a un buen amigo se le ocurrió inaugurar
un evento académico leyendo algunos párrafos del escrito.
Pero
faltaba la cereza: un buen día, desde la rica Cuba también, me pidieron
autorización para incluir mi crónica en un trabajo sobre Omara
Portuondo, la extraordinaria cantante isleña, mientras que en Nicaragua,
Carlos Reyes Sarmiento hizo realidad su sueño de hacer un programa
radial de boleros, gracias justamente al opúsculo bolerístico. En Chile
sucedió prácticamente lo mismo, pero en la televisión mapochina.
¿ Y por qué tanto rollo sobre ese artículo? se preguntarán algunos. Lo
que sucede es que hace unos días, a través del chat Luis Mendocilla,
quien acaba de descubrir el ensayo, me ha hecho conocer su opinión sobre
el mismo. "Está escrito con mucho sentimiento, con mucho amor", me
dice. Es que así hay que meterle letra a la vida. O funciona el corazón,
o las vísceras, o las dos cosas al mismo tiempo...
¿Le gustaría leer el artículo?
Siga usted esta ruta: http://www.andes.missouri.edu/an…/Comentario/AMM_Bolero.html
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