martes, 1 de septiembre de 2015

METIÉNDOLE LETRA A LA VIDA

 
Si no me hubiera dedicado a la antropologia y a la docencia universitaria, quizá le hubiera seguido los pasos a mi buen amigo Jaime Pineda, hoy en los yunaites. Éramos fanáticos de los boleros y nos encontrábamos casi de madrugada en las cantinas del centro de Lima para gozar como chanchos escuchando en sus poderosas rockolas a nuestro máximo ídolo de esos años: Javier Solís. A esas horas Jaime distribuía sus cigarrillos y chicles y yo salía de llenar cuartillas en el diario Última Hora. Hasta que un día mi buen amigo decidió cambiar de giro, pero no de ídolos del bolero: cogió su tocadisco, sus discos y puso su cantina en el barrio de Breña, la Baticueva se llamaba, con un valor agregado: vendía un cebiche de primera. Que más queríamos para seguir conversando, cheleando y gozando de la vida, hasta que ella misma nos llevó por caminos diferentes...

Como ustedes saben, soy un amante del bolero, no viví su edad de oro, pero alcancé a vibrar con sus resacas en casa y en las rockolas de los barrios limeños, donde nunca faltaba una cantina emblemática, aserrín color de lágrimas incluido. Una noche, ya en San Marcos, entre naípes y pañuelos de colores - como cantaba Lucho Barrios- decidí meterle letra al tema. Acostumbrado a lidiar con los libros, a los recuerdos y sentimientos sumé una bibliografía interesante y con una nueva vuelta por los ruedos cantineros, para reverdecer laureles, quedé listo para tan magna empresa.

"El amor en tiempo de bolero" se llamó el texto, escrito en el año 2000. Lo hice con el corazón y las vísceras. Circuló primero en fotocopias. Recuerdo que lo leí en varios grupos de amigos en reuniones bastante rociaditas. Luego apareció en la revista de la Facultad de Economía, para espanto de algunos colegas que parecía que nunca hubieran estado enamorados, después, después vino el desmadre. Ciberayllu, una revista electrónica que aparecía con el apoyo de la Universidad de Missouri, la acogió en su seno, en tanto que la revista Atlántica, que se editaba en Portugal, previa traducción, puso el artículo a disposición de sus lectores. 

En el año 2006 - homenajeando a mi padre a quien se la iba la vida en un hospital limeño- estampaba nuevamente el texto en un pequeño libro al que titulé justamente El amor en tiempo de bolero, presentado en dos oportunidades, que fueron, hablando con franqueza, dos tremendos despelotes por el desborde de calor humano, de sentimientos y conchos nostálgicos...

El cuento no termina ahí.

En Oxapampa, en noches bien regadas de aguardiente, Alfredito Rubio, fotocopias en mano, prácticamente había formado un club de lectores del artículo entre los hombres y mujeres mayores de 50 años. Los cubanos, en la misma Cuba de Martí y Fidel, se ganaron algüito cuando en una reunión de científicos sociales a un buen amigo se le ocurrió inaugurar un evento académico leyendo algunos párrafos del escrito. 

Pero faltaba la cereza: un buen día, desde la rica Cuba también, me pidieron autorización para incluir mi crónica en un trabajo sobre Omara Portuondo, la extraordinaria cantante isleña, mientras que en Nicaragua, Carlos Reyes Sarmiento hizo realidad su sueño de hacer un programa radial de boleros, gracias justamente al opúsculo bolerístico. En Chile sucedió prácticamente lo mismo, pero en la televisión mapochina.

¿ Y por qué tanto rollo sobre ese artículo? se preguntarán algunos. Lo que sucede es que hace unos días, a través del chat Luis Mendocilla, quien acaba de descubrir el ensayo, me ha hecho conocer su opinión sobre el mismo. "Está escrito con mucho sentimiento, con mucho amor", me dice. Es que así hay que meterle letra a la vida. O funciona el corazón, o las vísceras, o las dos cosas al mismo tiempo...

¿Le gustaría leer el artículo?

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