Si bien los fiscales y jueces andan a paso de tortuga en su
investigación, solamente el comandante y los chacales a sueldo que la
rodean pueden hoy dar la cara por la señora Nadine en el tema de sus
agendas y los explosivos apuntes que contiene. La revelación a la señora
Rosa María Palacios de que esas anotaciones son de su autoría
constituye la materialización de aquella viejísima expresión de que "el
pez por la boca muere". De nada sirve su posterior recule, todo el Perú
ha tomado nota de su confesión: "...la verdad es mi letra. Pero no puedo
adelantarme pa que saque provecho la Fiscalía".
Tanto es así que
el siempre moderado Juan Carlos Tafur ha llegado a escribir de que a la
primera dama hay que sacarla de la agenda electoral. A su juicio
"...ella es un cadaver político al que habrá que darle mediática y
jurídica sepultura. Su estatura no califica para permitir que contamine
la elección" (Exitosa, 08-09-15, p.2). La chamba ya es de los jueces, no
de los políticos, sostiene.
No le falta razón, aunque es bueno
precisar que lo ocurrido con la señora y su cónyuge, el comandante,
ratifica por enésima vez las ambigüedades y veleidades políticas del
sector social que se expresa a través de la pareja; que no son otros que
aquellos que en determinadas circunstancias se llenan la boca, muy
radicalmentre por cierto, con la defensa de los intereses de los más
necesitados del país, pero que en un abrir y cerrar de ojos pueden
pasarse a la vereda de al frente, para caminar codo a codo con los
adversarios de clase contra los cuales formalmente se insurgió.
Ello ocurrió con el Arquitecto Belaúnde a mediados de los años 50 del
siglo XX: se levantó electoralmente contra la vieja oligarquía, el
imperialismo y sus secuaces internos, pero terminó abrazados con ellos.
Lo mismo se puede decir de lo acontecido con Alberto Fujimori y
Alejandro Toledo, a quienes la izquierda los dotó de votos,
congresistas y ministros, al igual que al comandante. Todos ellos, en el
poder, sacaron a relucir sus verdaderas cataduras entreguistas y nada
santas en el manejo del erario nacional, carcomidos por sus ambiciones
personales.
Las ambigüedades de esos sectores pequeño burgueses
responden a su propio enraízamiento social, propenso a los vaivenes
económicos que ora puede llevarlos hacia arriba, ora hacia abajo,
ayudados magníficamente, en el primer caso por conductas logreras y
arribistas que no les son extrañas.
En determinadas
circunstancias de la la lucha política será inevitable tener a esos
sectores de compañeros de ruta. Serán acercamientos o coincidencias en
la acción, pero hacer de ello una alianza permanente y sostenida es ya
otro cantar, más grave todavía si se pretende hacer de ellos verdaderos
héroes de los pobres de la ciudad y el campo, como ha ocurrido en más
de una oportunidad.
Nada de ello amerita, sin enbargo, un
harakiri. El viejo Engels escribió alguna vez que de los errores y sus
consecuencias se aprende. Ello supone una gran capacidad autocrítica que
lleva implícita la vocación por corregir los errores en los hechos y no
solamente en el verso.
En la presente coyuntura electoral ¿habremos asimilado esas lecciones?
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