miércoles, 9 de septiembre de 2015

LOGREROS Y ARRIBISTAS

Si bien los fiscales y jueces andan a paso de tortuga en su investigación, solamente el comandante y los chacales a sueldo que la rodean pueden hoy dar la cara por la señora Nadine en el tema de sus agendas y los explosivos apuntes que contiene. La revelación a la señora Rosa María Palacios de que esas anotaciones son de su autoría constituye la materialización de aquella viejísima expresión de que "el pez por la boca muere". De nada sirve su posterior recule, todo el Perú ha tomado nota de su confesión: "...la verdad es mi letra. Pero no puedo adelantarme pa que saque provecho la Fiscalía".

Tanto es así que el siempre moderado Juan Carlos Tafur ha llegado a escribir de que a la primera dama hay que sacarla de la agenda electoral. A su juicio "...ella es un cadaver político al que habrá que darle mediática y jurídica sepultura. Su estatura no califica para permitir que contamine la elección" (Exitosa, 08-09-15, p.2). La chamba ya es de los jueces, no de los políticos, sostiene.

No le falta razón, aunque es bueno precisar que lo ocurrido con la señora y su cónyuge, el comandante, ratifica por enésima vez las ambigüedades y veleidades políticas del sector social que se expresa a través de la pareja; que no son otros que aquellos que en determinadas circunstancias se llenan la boca, muy radicalmentre por cierto, con la defensa de los intereses de los más necesitados del país, pero que en un abrir y cerrar de ojos pueden pasarse a la vereda de al frente, para caminar codo a codo con los adversarios de clase contra los cuales formalmente se insurgió.

Ello ocurrió con el Arquitecto Belaúnde a mediados de los años 50 del siglo XX: se levantó electoralmente contra la vieja oligarquía, el imperialismo y sus secuaces internos, pero terminó abrazados con ellos. Lo mismo se puede decir de lo acontecido con Alberto Fujimori y Alejandro Toledo, a quienes la izquierda los dotó de votos, congresistas y ministros, al igual que al comandante. Todos ellos, en el poder, sacaron a relucir sus verdaderas cataduras entreguistas y nada santas en el manejo del erario nacional, carcomidos por sus ambiciones personales.

Las ambigüedades de esos sectores pequeño burgueses responden a su propio enraízamiento social, propenso a los vaivenes económicos que ora puede llevarlos hacia arriba, ora hacia abajo, ayudados magníficamente, en el primer caso por conductas logreras y arribistas que no les son extrañas.
En determinadas circunstancias de la la lucha política será inevitable tener a esos sectores de compañeros de ruta. Serán acercamientos o coincidencias en la acción, pero hacer de ello una alianza permanente y sostenida es ya otro cantar, más grave todavía si se pretende hacer de ellos verdaderos héroes de los pobres de la ciudad y el campo, como ha ocurrido en más de una oportunidad.

Nada de ello amerita, sin enbargo, un harakiri. El viejo Engels escribió alguna vez que de los errores y sus consecuencias se aprende. Ello supone una gran capacidad autocrítica que lleva implícita la vocación por corregir los errores en los hechos y no solamente en el verso.

En la presente coyuntura electoral ¿habremos asimilado esas lecciones?

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