Hace algunos días volví a La Aurora, el mercado de mi chiquititud.
Mientras me desplazaba por sus ambientes, con todo el tiempo que me daba
la vida, recordaba cada uno de los rincones tantas veces recorridos en
procura de los mandados de mi madre. Aquí el casero de las frutas, allá
la señora de las verduras, más acá el de los quesos...y mientras trataba
de traer a la memoria los rostros de estos personajes, asomó raudamente
el último texto de Isabel Alvarez, la laureada cocinera sanmarquina,
que en un cálido como amoroso homenaje a su madre, rememora el ritual de
"hacer la plaza", tan distante y diferente de las compras de hoy en los supermercados.
Las manos de mi madre, es el nombre del trabajo de Isabel (USMP, Lima, 2015, 111 pp), donde "la alegría de comprar en los mercados",
forma parte de ese pequeño universo de la cocina, donde la madre va
afiatando sus relaciones afectivas con los hijos, en un proceso de
interacción que los agitados días que vivimos están liquidando. En la
cocina la madre educa, e irradia, cariño y ternura, nos dice la autora.
"Nunca vi adustez en el rostro de mi madre mientra cocinaba, era igual
su mirada buena preparando tanto un imponente chupe de camarones, como
una modesta y deliciosa sopita de papas, a todo le ponía ternura", escribe.
El poeta argentino Armando Tejada Gómez, refiere Isabel, escribió: "mi madre que era muy criolla le echaba amor a la olla". Es lo que literalmente hacía la madre de Isabel, que en la noche del 17 de abril del 2007 cerró sus ojos para siempre.
Esos tiempos son ya pasado. Para Isabel, "vivimos una sobreaceleración perversa y enfermiza del tiempo", que bloquea las posibilidades de esa interacción humana con la familia. "Recuerdo
a mi madre - dice la autora- recibir la visita de algún familiar,
hacerlo pasar a la cocina, sentarse, conversar amenamente" mientras las manos de la dueña de casa "amasaban, apretaban, chancaban, trituraban".
Todo eso ya fue. El tiempo es oro, se afirma, y en este contexto las
manos van perdiendo habilidades y creatividad ante el imperio de la
tecnología que todo lo aligera, avasallando las voces y las funciones de
aquellos instrumentos que en las cocinas de antaño eran insosloyables:
ollas de barro,tabla de picar, batanes, prensapapas, cucharones,
tazones...y hasta donde el humilde estropajo tenía un bien ganado
espacio.
Usar las ollas de barro, por ejemplo, nos dice
la autora, supone todo un proceso de aprendizaje, que en el caso de su
familia hundía sus raíces en sus ancestros andahuaylinos. No se compra
cualquier olla, hay que probarla dándole pequeños golpes a toda su
superficie, el sonido tiene que ser parejo. Luego hay que curarla con
grasa de animal, dejarla reposar y luego lavarla bien para poder usarla
sea para los guisos o para los dulces. Jamás, indica la autora, una olla
de barro puede ser usada para guisos y dulces. ¿Cómo reconocerlas? Mi
madre me decía, indica Isabel: "Tócalas y huele, huele, reconoce, cada olla guarda la memoria de los olores que ella ha cocinado".
El
turbocapitalismo se ha llevado de encuentro esos procesos. Las ollas a
presión se ciñen a la idea de que el tiempo es oro. Ya no se emplean 2 0
3 horas para sacarle el jugo a las carnes en la preparación de un
sabroso como tonificante sancochado. Las ollas a presión abrevian el
tiempo, aunque se sacrifique el sabor singular que las ollas de barro le
dan a las sopas y a los guisos.
Las Manos de mi madre,
lo hemos dicho, es un emotivo homenaje que Isabel Alvarez le rinde su
progenitora. Empezó a escribirlo casi al año de su fallecimiento. "Entre
llanto y llanto brotaban los recuerdos con la pasión y ternura que me
inspiraban. Era como tomar sus manos entre las mías, acariciarlas
lentamente, hablarle y recordar junto todo lo vivido". nos dice. El texto, sin embargo, va más allá. Lo puntualiza la misma autora: "Vivimos
en una comunidad del olvido, en crisis de memoria, la sociedad nos
quiere desmemoriados, nos prepara compulsivamente para olvidar, importa
el hoy. Sin embargo, es fundamental recordar lo vivido, lo dado, lo
recibido, para que renazca la esperanza".
Por eso es que con mucha razón, la socióloga sanmarquina ha escrito: "MI madre es ese río que me hace su cauce"...
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