viernes, 24 de julio de 2015

NO VALEN UNA LÁGRIMA


Que me disculpen los congresistas  Mendoza, Mavila, Dammert, Rimarachín y algunos otros parlamentarios de buena fe, pero realmente el congreso del cual forman parte, no vale una lágrima.

Nada bueno puede salir entonces de la elección de la próxima mesa directiva de ese congreso. Da lo mismo Chana que Juana, o quien salga elegido como presidente de dicha instancia de poder, como producto de los cambalaches que sin verguenza alguna se están produciendo en el seno de la llamada oposición, o entre ésta y el oficialismo.

Es que salvo algunos de los parlamentarios arriba citados, no existe realmente una oposición congresal; o para emplear el lenguaje de los constitucionalistas no hay el equilibrio de poder entre el ejecutivo y el congreso, del que nos hablan los libros, porque el largo brazo del gran capital, en particular de sus fracciones extractivistas, es el que mueve hoy tanto a unos como a otros. El respaldo de ambos poderes a la política económica del ollantismo, como a los paquetazos últimamente sancionados lo demuestran hasta la saciedad. En términos directos: es la derecha, en sus diferentes expresiones, viejas y nuevas, la que hoy hegemoniza el congreso.

Por eso es que en las pugnas por alcanzar la mesa directiva, lo que prima son los intereses de capilla, o de los caudillos de medio pelo que pelean entre si para saciar únicamente sus intereses particulares, a sabiendas de que los intereses de los patrones están a buen recaudo.

Ese pasivo congresal no es obra de la casualidad. Nos revela la crisis del parlamentarismo burgués en nuestro medio. No solamente porque quienes ofician actualmente de congresistas -salvo excepciones- son parte de las costras que en las últimas décadas ha parido la política nauseabunda que en nuestros días se practica. Crisis también porque ese parlamentarismo manifiesta la agonía de la democracia en el Perú, que nació trucha para las mayorías nacionales y que sigue manteniendo esa característica fundamental a pesar de todas las etapas de modernización por las que ha atravesado el país.

En ese sentido, así como para el siglo XIX   y buena parte del XX no se puede hablar de una democracia real en un medio donde millones de hombres y mujeres estaban sometidos a la servidumbre y al esclavismo de un régimen transicional al capitalismo,  de la misma forma, para el siglo XXI no se puede afirmar que las mayorías nacionales estén gozando de ella, porque millones de pobladores de todas las edades, en la ciudad como en el campo, en la costa, sierra o selva, por obra y gracia de la dictadura del gran capital han sido invisibilizados en los hechos. No tienen voz, y su voto como ha ocurrido con el presente régimen, siempre es burlado, pisoteado, ignorado.

El capitalismo en el Perú, como en el mundo, -el propio Papa lo está manifestando- no ha traído sino explotación y opresión. Y la democracia, incluyendo el régimen parlamentarista no escapa a esa lógica, al contrario, la refuerza.

Sea quien sea el que se finalmente se apoltrone en el sillón del congreso, las cosas no variarán. Hasta el propio Daniel Abugattás, ex presidente del Congreso lo admite: "Con el pretexto del diálogo se le terminó dando poder a quien el pueblo se lo negó".

Por ello es que en coyunturas como éstas lo más importante, desde un examen objetivo de los hechos, la idea central debe ser la del cambio sustancial del ordenamiento vigente. Un nuevo régimen económico donde el bienestar del  hombre de carne y hueso sea el objeto central del quehacer social, un nuevo Estado, y una nueva democracia, donde las mayorías nacionales sean protagonistas, artífices, de su propio destino, son las ideas-fuerza a difundir. No es que se renuncie a la pelea en las fronteras de la democracia burguesa, de lo que se trata es de vacunarnos contra el amoldamiento a ella y el paralizante adocenamiento que conlleva, que en los días que vivimos explica en buena parte el desbrujulamiento ideológico y político de la izquierda peruana.

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