Que me disculpen los congresistas Mendoza, Mavila, Dammert,
Rimarachín y algunos otros parlamentarios de buena fe, pero realmente el
congreso del cual forman parte, no vale una lágrima.
Nada
bueno puede salir entonces de la elección de la próxima mesa directiva
de ese congreso. Da lo mismo Chana que Juana, o quien salga elegido como
presidente de dicha instancia de poder,
como producto de los cambalaches que sin verguenza alguna se están
produciendo en el seno de la llamada oposición, o entre ésta y el
oficialismo.
Es
que salvo algunos de los parlamentarios arriba citados, no existe
realmente una oposición congresal; o para emplear el lenguaje de los
constitucionalistas no hay el equilibrio de poder entre el ejecutivo y
el congreso, del que nos hablan los libros, porque el largo brazo del
gran capital, en particular de sus fracciones extractivistas, es el que
mueve hoy tanto a unos como a otros. El respaldo de ambos poderes a la
política económica del ollantismo, como a los paquetazos últimamente
sancionados lo demuestran hasta la saciedad. En términos directos: es la
derecha, en sus diferentes expresiones, viejas y nuevas, la que hoy
hegemoniza el congreso.
Por eso es que en las
pugnas por alcanzar la mesa directiva, lo que prima son los intereses de
capilla, o de los caudillos de medio pelo que pelean entre si para
saciar únicamente sus intereses particulares, a sabiendas de que los
intereses de los patrones están a buen recaudo.
Ese
pasivo congresal no es obra de la casualidad. Nos revela la crisis del
parlamentarismo burgués en nuestro medio. No solamente porque quienes
ofician actualmente de congresistas -salvo excepciones- son parte de las
costras que en las últimas décadas ha parido la política nauseabunda
que en nuestros días se practica. Crisis también porque ese
parlamentarismo manifiesta la agonía de la democracia en el Perú, que
nació trucha para las mayorías nacionales y que sigue manteniendo esa
característica fundamental a pesar de todas las etapas de modernización
por las que ha atravesado el país.
En ese sentido, así
como para el siglo XIX y buena parte del XX no se puede hablar de una
democracia real en un medio donde millones de hombres y mujeres estaban
sometidos a la servidumbre y al esclavismo de un régimen transicional al
capitalismo, de la misma forma, para el siglo XXI no se puede afirmar
que las mayorías nacionales estén gozando de ella, porque millones de
pobladores de todas las edades, en la ciudad como en el campo, en la
costa, sierra o selva, por obra y gracia de la dictadura del gran
capital han sido invisibilizados en los hechos. No tienen voz, y su voto
como ha ocurrido con el presente régimen, siempre es burlado,
pisoteado, ignorado.
El capitalismo en el Perú, como en
el mundo, -el propio Papa lo está manifestando- no ha traído sino
explotación y opresión. Y la democracia, incluyendo el régimen
parlamentarista no escapa a esa lógica, al contrario, la refuerza.
Sea
quien sea el que se finalmente se apoltrone en el sillón del congreso,
las cosas no variarán. Hasta el propio Daniel Abugattás, ex presidente
del Congreso lo admite: "Con el pretexto del diálogo se le terminó dando
poder a quien el pueblo se lo negó".
Por ello es que en coyunturas como éstas lo más importante, desde un examen objetivo de los hechos, la idea central debe ser la del cambio sustancial del ordenamiento vigente. Un nuevo régimen económico donde el bienestar del hombre de carne y hueso sea el objeto central del quehacer social, un nuevo Estado, y una nueva democracia, donde las mayorías nacionales sean protagonistas, artífices, de su propio destino, son las ideas-fuerza a difundir. No es que se renuncie a la pelea en las fronteras de la democracia burguesa, de lo que se trata es de vacunarnos contra el amoldamiento a ella y el paralizante adocenamiento que conlleva, que en los días que vivimos explica en buena parte el desbrujulamiento ideológico y político de la izquierda peruana.
Por ello es que en coyunturas como éstas lo más importante, desde un examen objetivo de los hechos, la idea central debe ser la del cambio sustancial del ordenamiento vigente. Un nuevo régimen económico donde el bienestar del hombre de carne y hueso sea el objeto central del quehacer social, un nuevo Estado, y una nueva democracia, donde las mayorías nacionales sean protagonistas, artífices, de su propio destino, son las ideas-fuerza a difundir. No es que se renuncie a la pelea en las fronteras de la democracia burguesa, de lo que se trata es de vacunarnos contra el amoldamiento a ella y el paralizante adocenamiento que conlleva, que en los días que vivimos explica en buena parte el desbrujulamiento ideológico y político de la izquierda peruana.

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