El cotarro de la izquierda
está movido. Aquí y allá se impulsan reuniones, se firman documentos
unitarios, se promueven nuevos conglomerados, e incluso tras los
barrotes de Piedras Gordas don Goyo Santos, del MAS, se ha dado maña
para sacar una reunión con el nuevo cuco de la derecha: el ex sacerdote
Arana, de Tierra y Libertad, para examinar el panorama preelectoral y
el estado de la lucha de masas en el país. Es más, esas idas y movidas
de la zurda han merecido la atención de más de un comentarista, algunos
de ellos amigos de ese gregario e incluso militantes o ex militantes,
quienes, con todo el derecho que les asiste, se han despachado. además,
con algunas recomendaciones que vale la pena examinar como parte de un
obligado ejercicio reflexivo, individual o colectiva que los tiempos
imponen y al que los ciudadanos de a pie, como el suscrito, no debemos
renunciar.
El profesor Steven Levitsky ha sido el
más explícito en su análisis y el más franco, digamos de paso, en su
crítica y en las alternativas que a su juicio la izquierda debe adoptar
para salir del pozo en que se encuentra. (La República del 07 de junio
del año en curso). Para él "la última refundación de la izquierda ha
fracasado" y siendo posible aprovechar un espacio electoral formado por
los descontentos y frustrados por la distribución del tortón de
beneficios generado por el llamado boom económico de las últimas
décadas, la zurda tiene que ponerse las pilas para estar a la altura de
esas exigencias.
Hay sin embargo, según Leviitzky, una
premisa fundamental para que la izquierda peruana "resucite": tiene que
olvidarse de su rollo antiimperialista y anticapitalista. El mensaje,
sin duda, no va para quienes ya lo hicieron, enterrando a Mariátegui y
su propuesta socialista por ejemplo; el tiro va para quienes todavía
persisten o quieren persistir en negar el sistema económico y social
vigente, postulando la necesidad de su sustitución desde el
reconocimiento de las incapacidades del capitalismo para resolver los
problemas de fondo de las mayorías nacionales. Es decir, hay que cerrar
los ojos ante la cruda realidad que nos presenta la evolución misma del
capitalismo mundial y local en todos los planos de la existencia del
hombre de carne y hueso, para dedicarse a apuntalarlo a través de una
mejor redistribución del tortón "para reducir la desigualdad" y crear
una sociedad "más igualitaria". Con el mensaje de siempre, el
tradicional, afirma el autor, la izquierda no gana votos.
Se
deduce que si estamos claros en esta premisa, lo demás en cuanto a
tareas, cae por su propio peso: licenciar a la vieja guardia de la
izquierda, por ejemplo, y reemplazarla por cuadros jóvenes. Hay que
matar a los padres, sostiene literalmente el analista. Este parricidio
político debe ser masivo: no solamente debe comprender a los Breña,
Castro, Dammert y olvidarse incluso de Diez Canseco - "no ofrece un
modelo para seguir", afirma- sino que debe incluir a los intelectuales, a
los políticos "de la época de Izquierda Unida" y de seguro, creo yo, a
los amigos y seguidores de lo que fue la experiencia electoral más
exitosa de la izquierda peruana, sin soslayar desviaciones, limitaciones
o incongruencias en su desarrollo.
Que debe haber
un cambio de guardia, debe haberlo. Nadie en su sano juicio puede
oponerse a un recambio ordenado y justo que debe ser procesado en
especial internamente por cada organización política, pero ¿por qué
proponer ese parricidio masivo de dirigentes políticos o no, liquidando
la posibilidad de asimilación de experiencias buenas o malas que cada
uno de ellos encierra y su confluencia dirigencial con los cuadros de
las últimas generaciones? Arriesgo una hipótesis: si hay que tirar por
la borda el sueño socialista y la negación del capitalismo que le es
implícita, esos viejos soñadores son un estorbo al estar contaminados
con el rollo tradicional que justamente, desde el raciocinio de Levitsky
debe extirparse si se quiere construir una izquierda electoral moderna,
renovada, -no reciclada, reclama- capaz política y técnicamente de
asumir la gran responsabilidad histórica de ¡redistribuir! el tortón de
beneficios que genera el capitalismo a costa del sacrificio del presente
y futuro de las mayorías nacionales.
Lo que el autor
soslaya es que lo que él denomina "viejo discurso" socialista de la
izquierda no nace de las cabecitas calenturientas de los cuadros hoy
veteranos. Se origina en el análisis objetivo, concreto, del devenir del
capitalismo en el Perú y en el mundo y de sus formas de explotación y
opresión, como las que hoy encierra el neoliberalismo. Para no irnos muy
lejos, ¿puede alguien negar que en esencia el comportamiento expoliador
y depredador de la Southern en el sur peruano o de Yanacocha en
Cajamarca no es el mismo que la Cerro de Pasco practicó en el centro del
país desde inicios del siglo XX? ¿No es cierto acaso que estamos
viviendo bajo una dictadura minera que ha recreado en el siglo XXI los
enclaves del siglo XX con el apoyo desembozado de todas las instancias
del Estado, como lo demuestra Islay, castrando las potencialidades
regionales del país y su desarrollo integral y equilibrado? O
finalmente, ¿se falta a la verdad cuando se afirma que en el siglo XIX
el capitalismo en el Perú infló las bolsas de los cogotudos en base al
saqueo, el robo y la estafa abierta, tal y como hoy actúa el gran
capital nativo y foráneo, ante el silencio cómplice de inversionistas,
operadores políticos, tecnócratas fondomonetaristas y poderes
mediáticos?
El festín del gran capital y las
transnacionales en las últimas décadas, impulsando como en el pasado
modernizaciones tramposas y sultanismos derechistas que los dueños del
Perú pretende prolongar por los siglos de los siglos - los paquetazos
económicos promovidos por el actual gobierno tienen ese norte-
constituyen una excelente motivación para repensar el país, para revisar
los fundamentos de su economía y de su ordenamiento social, político y
cultural y para encontrar la llave maestra de su transformación real y
sustantiva. Ese capitalismo semicolonial tiene sus raíces en el siglo
XIX, fue propulsado con la explotación del guano y del salitre y en su
evolución contradictoria siempre ha estado bajo el mando de una
oligarquía proimperialista y antidemocrática. ¿No creen ustedes que es
hora ya de que el pueblo compuesto por esas mayorías eternamente
anónimas de hombres y mujeres asuman realmente el mando del país
sustituyendo a esa burguesía parasitaria y todas sus claques abiertas o
encubiertas que han medrado y siguen medrando de las fortalezas
naturales, sociales y espirituales que poseemos?
Hace
algún tiempo el historiador Antonio Zapata, observando el programa de
Tierra y Libertad, señaló que en su propuesta no se explicitaba el tema
del poder, indispensable si de cambiar sustancialmente el país se
trata. Y he aquí el quid del asunto. Ese pueblo de obreros, campesinos,
maestros, estudiantes, indígenas, artistas, desocupados...tiene que
pensar seriamente en disputarle el poder a la derecha, con mayor razón
si de un sueño socialista de cambio se trata. La politización de las
mayorías nacionales pasa por asumir ese prequisito. Levitsky afirma que
el pueblo mayoritariamente apoya al libre comercio y a la inversión
extranjera. Cierto. Pero lo que no dice es que esa realidad es producto
de un embotamiento ideológico y político al que las masas están
sometidas por un trabajo sistemático de la derecha, pero también por el
el divorcio de la izquierda con el país realmente existente. Hay que
decirlo: la izquierda en estos años ha tirado la esponja de la pelea por
ganar la conciencia de las masas, por politizarla, ha preferido
adaptarse a las horas locas que vive la burguesía con la implementación
del ultraliberalismo.
Por eso es que creo que la
izquierda, desechando propuestas como las del señor Levitsky, tiene que
entrar a la lid electoral con el pie en alto, desnudando al capitalismo y
a sus defensores, por ende al modelo económico vigente, enarbolando sus
alternativas para el presente como su programa de largo alcance, sin
perder, sean cuales sean las circunstancias, está visión de futuro. La
izquierda, la franca, la mariateguista, la radical, no puede tener un
espíritu de remendón del sistema. Tiene que poseer un espíritu
revolucionario y una vocación de negación del sistema imperante. Y su
batallar tiene que hacerlo con todo el andamiaje simbólico que expresa
ese afán de poder, de cambio: banderas rojas, consignas que reflejen sus
proyectos para el presente y el futuro, puños victoriosos, coros
aguerridos... que para el autor que comentamos ya debe pertenecer "al
basurero".
Es cierto que al interior de la
izquierda en general existen sectores que píensan como el señor
Levitsky. Están en todo su derecho. Pero no debe olvidarse que el
concepto de izquierda política, desde que emergió en la Francia
revolucionaria del siglo XVIII, siempre ha sido una expresión de cambio,
de transformación, no de mantención del orden establecido.
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