martes, 16 de junio de 2015

¿MATAR A LOS PADRES?


El cotarro de la izquierda está movido. Aquí y allá se impulsan reuniones, se firman documentos unitarios, se promueven nuevos conglomerados, e incluso tras los barrotes de Piedras Gordas don Goyo Santos, del MAS, se ha dado maña para sacar una reunión con el nuevo cuco de la derecha: el ex  sacerdote Arana, de Tierra y Libertad, para examinar el panorama preelectoral y el estado de la lucha de masas en el país. Es más, esas idas y movidas de la zurda han merecido la atención de más de un comentarista, algunos de ellos amigos de ese gregario e incluso militantes o ex militantes, quienes, con todo el derecho que les asiste, se han despachado. además, con algunas recomendaciones que vale la pena examinar como parte de un obligado ejercicio reflexivo, individual o colectiva que los tiempos imponen y al que los ciudadanos de a pie, como el suscrito, no debemos renunciar.

El profesor Steven Levitsky ha sido el más explícito en su análisis y el más franco, digamos de paso, en su crítica y en las alternativas que a su juicio la izquierda debe adoptar para salir del pozo en que se encuentra. (La República del 07 de junio del año en curso). Para él "la última refundación de la izquierda ha fracasado" y siendo posible aprovechar un espacio electoral formado por los descontentos y frustrados por la distribución del tortón de beneficios generado por el llamado boom económico de las últimas décadas, la zurda tiene que ponerse las pilas para estar a la altura de esas exigencias.

Hay sin embargo, según Leviitzky, una premisa fundamental para que la izquierda peruana "resucite": tiene que olvidarse de su rollo antiimperialista y anticapitalista. El mensaje, sin duda, no va para quienes ya lo hicieron, enterrando a Mariátegui y su propuesta socialista por ejemplo; el tiro va para quienes todavía persisten o quieren persistir en negar el sistema económico y social vigente, postulando la necesidad de su sustitución desde el reconocimiento de las incapacidades del capitalismo para resolver los problemas de fondo de las mayorías nacionales. Es decir, hay que cerrar los ojos ante la cruda realidad que nos presenta  la evolución misma del capitalismo mundial y local en todos los planos de la existencia del hombre de carne y hueso, para dedicarse a apuntalarlo a través de una mejor redistribución del tortón "para reducir la desigualdad" y crear una sociedad "más igualitaria". Con el mensaje de siempre, el tradicional, afirma el autor, la izquierda no gana votos.

Se deduce que si estamos claros en esta premisa, lo demás  en cuanto a tareas, cae por su propio peso:  licenciar a la vieja guardia de la izquierda, por ejemplo,  y reemplazarla por cuadros jóvenes. Hay que matar a los padres, sostiene literalmente el analista. Este parricidio político debe ser masivo: no solamente debe comprender a los Breña, Castro, Dammert y olvidarse incluso de Diez Canseco - "no ofrece un modelo para seguir", afirma- sino que debe incluir a los intelectuales, a los políticos "de la época de Izquierda Unida" y de seguro, creo yo, a los amigos y seguidores de lo que fue la experiencia electoral  más exitosa de la izquierda peruana, sin soslayar desviaciones, limitaciones o incongruencias en su desarrollo.

Que debe haber un cambio de guardia, debe haberlo. Nadie en su sano juicio puede oponerse a un recambio ordenado y justo que debe ser procesado en especial internamente por cada organización política, pero ¿por qué  proponer ese parricidio masivo de dirigentes políticos o no, liquidando la posibilidad de asimilación de experiencias buenas o malas  que cada uno de ellos encierra y su confluencia  dirigencial con los cuadros de las últimas generaciones? Arriesgo una hipótesis: si hay que tirar por la borda el sueño socialista y la negación del capitalismo que le es implícita, esos viejos soñadores son un estorbo al estar contaminados con el rollo tradicional que justamente, desde el raciocinio de Levitsky debe extirparse si se quiere construir una izquierda electoral moderna, renovada, -no reciclada, reclama- capaz política y técnicamente de asumir la gran responsabilidad histórica de ¡redistribuir! el tortón de beneficios que genera el capitalismo a costa del sacrificio del presente y futuro de las mayorías nacionales.

Lo que el autor soslaya es que lo que él denomina "viejo discurso" socialista de la izquierda no nace de las cabecitas calenturientas de los cuadros hoy veteranos. Se origina en el análisis objetivo, concreto, del devenir del capitalismo en el Perú y en el mundo y de sus formas de explotación y opresión, como las que hoy encierra el neoliberalismo. Para no irnos muy lejos, ¿puede alguien negar que en esencia el comportamiento expoliador y depredador de la Southern en el sur peruano o de Yanacocha en Cajamarca no es el mismo que la Cerro de Pasco practicó en el centro del país desde inicios del siglo XX? ¿No es cierto acaso que estamos viviendo bajo una dictadura minera que ha recreado en el siglo XXI los enclaves del siglo XX con el apoyo desembozado de todas las instancias del Estado, como lo demuestra Islay, castrando las potencialidades regionales del país y su desarrollo integral y equilibrado? O finalmente, ¿se falta a la verdad cuando se afirma que en el siglo XIX el capitalismo en el Perú infló las bolsas de los cogotudos en base al saqueo, el robo y la estafa abierta, tal y como hoy actúa el gran capital nativo y foráneo, ante el silencio cómplice de inversionistas, operadores políticos, tecnócratas fondomonetaristas y poderes mediáticos?

El festín del gran capital y las transnacionales en las últimas décadas, impulsando como en el pasado modernizaciones tramposas y sultanismos derechistas que los dueños del Perú pretende prolongar por los siglos de los siglos - los paquetazos económicos promovidos por el actual gobierno tienen ese norte- constituyen una excelente motivación para repensar el país, para revisar los fundamentos de su economía y de su ordenamiento social, político y cultural y para encontrar la llave maestra de su transformación real y sustantiva. Ese capitalismo semicolonial tiene sus raíces en el siglo XIX, fue propulsado con la explotación del guano y del salitre y en su evolución contradictoria siempre ha estado bajo el mando de una oligarquía proimperialista y antidemocrática. ¿No creen ustedes que es hora ya de que el pueblo compuesto por esas mayorías eternamente anónimas de hombres y mujeres asuman realmente el mando del país sustituyendo a esa burguesía parasitaria y todas sus claques abiertas o encubiertas que han medrado y siguen medrando de las fortalezas naturales, sociales y espirituales que poseemos?

Hace algún tiempo el historiador Antonio Zapata, observando el programa de Tierra y Libertad, señaló que en su propuesta no se explicitaba el tema del poder, indispensable si de cambiar sustancialmente el país se trata.  Y he aquí el quid del asunto. Ese pueblo de obreros, campesinos, maestros, estudiantes, indígenas, artistas, desocupados...tiene que pensar seriamente en disputarle el poder a la derecha, con mayor razón si de un sueño socialista de cambio se trata. La politización de las mayorías nacionales pasa por asumir ese prequisito. Levitsky afirma que el pueblo mayoritariamente apoya al libre comercio y a la inversión extranjera. Cierto. Pero lo que no dice es que esa realidad es producto de un embotamiento ideológico y político al que las masas están sometidas por un trabajo sistemático de la derecha, pero también por el el divorcio de la izquierda con el país realmente existente. Hay que decirlo: la izquierda en estos años ha tirado la esponja de la pelea por ganar la conciencia de las masas, por politizarla, ha preferido adaptarse a las horas locas que vive la burguesía con la implementación del ultraliberalismo.

Por eso es que creo que la izquierda, desechando propuestas como las del señor Levitsky, tiene que entrar a la lid electoral con el pie en alto, desnudando al capitalismo y a sus defensores, por ende al modelo económico vigente, enarbolando sus alternativas para el presente como su programa de largo alcance, sin perder, sean cuales sean las circunstancias, está visión de futuro. La izquierda, la franca, la mariateguista, la radical, no puede tener un espíritu de remendón del sistema. Tiene que poseer un espíritu revolucionario y una vocación de negación del sistema imperante. Y su batallar tiene que hacerlo con todo el andamiaje simbólico que expresa ese afán de poder, de cambio: banderas rojas, consignas que reflejen sus proyectos para el presente y el futuro, puños victoriosos, coros aguerridos... que para el autor que comentamos ya debe pertenecer "al basurero".

Es cierto que al interior de la izquierda en general existen sectores que píensan como el señor Levitsky. Están en todo su derecho. Pero no debe olvidarse que el concepto de izquierda política, desde que emergió en la Francia revolucionaria del siglo XVIII, siempre ha sido una expresión de cambio, de transformación, no de mantención del orden establecido.

 


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