lunes, 1 de junio de 2015

HACE 45 AÑOS...


A Juan Rodríguez Sánchez, alias el "viejo Suami" no lo veo hace un mundo de años, aunque telefónicamente el contacto es regular. Hoy, 31 de mayo, teníamos que comunicarnos, sí o sí. Hace 45 años mientras buena parte del Perú temblaba, Yungay desaparecía y muchas ciudades y pueblos se venían abajo, ambos, ajenos a la tragedia, nos despachábamos unas cervezas en una pequeña tienda de Nuñoa, en las punas de Puno, a más de 4 mil metros sobre el nivel del mar, mientras gozábamos de unas rancheras y corridos mejicanos entonados por un amigo ocasional, propietario, en ese entonces, de un fundo donde el tiempo, según supimos por él mismo, se había detenido: funcionaba como en los tiempos coloniales.

El drama empezó para nosotros hacia las siete de la noche aproximadamente, cuando luego de una extenuante caminata arribamos a Chiriuno (agua fría en español) un pequeño poblado de criadores de alpacas al que habíamos convertido en el centro de nuestras investigaciones sociales. Ahí nos enteramos de la gran tragedia. Nuestro anfitrión, un veterano que parecía arrancado de un escenario surrealista, a través de las ondas de una radio capitalina había logrado captar la noticia del gran sismo y las solicitudes de ayuda inmediata que repiqueteaban una y otra vez.

Suami y yo somos de Lima, y en esos años vivíamos en el centro de la capital, siempre vulnerable, por su vejentud, a eventos telúricos como el que se había producido ese 31 de mayo. Atrapados por la angustia de querer saber algo de nuestras familias nos apoderamos del pequeño radio a pilas, pero todo era inútil. Las ondas radiales iban y venían y las noticias las recibíamos a cuentagotas. Salir de Chiriuno a esas horas era una locura, el poblado era algo así como un oasis en medio de la extensa puna. La noche que pasamos quizá haya sido la más larga de nuestras existencias, casi en vela, especulando y especulando sobre los posibles alcances del terremoto.

Ni bien amaneció ya estábamos en camino hacia Nuñoa, no recuerdo como llegamos, pero ya en esa pequeña ciudad las noticias de lo que había ocurrido en Lima eran tranquilizadoras, aunque las que llegaban del Callejón de Huaylas eran de espanto. El alma nos volvió al cuerpo en 24 horas, que fue el tiempo que demoró el ir y venir de los telegramas superurgentes. La vieja Lima cuadrada había resistido, una vez más, un gran sismo.

¿Y que hacíamos con el viejo Suami por esos parajes tan alejados de nuestro habitat? Formábamos parte de un equipo de antropólogos sanmarquinos, que dirigidos por don Emilio Mendizábal Losack fuimos al techo del Perú - también estuvimos en Macusani- a investigar sobre la resistencia al cambio cultural en las comunidades alpaqueras puneñas. Fue nuestra primera gran investigación social, la recordamos siempre, como también el gran sobresalto que pasamos con el terrible sismo del 31 de mayo de 1970. Meses después, en el propio Callejón de Huaylas, como en el de Concuchos, apreciaríamos en vivo y directo la magnitud de la gran tragedia.

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