A Juan Rodríguez Sánchez, alias el "viejo Suami" no lo veo hace un
mundo de años, aunque telefónicamente el contacto es regular. Hoy, 31 de
mayo, teníamos que comunicarnos, sí o sí. Hace 45 años mientras buena
parte del Perú temblaba, Yungay desaparecía y muchas ciudades y pueblos
se venían abajo, ambos, ajenos a la tragedia, nos despachábamos unas
cervezas en una pequeña tienda de Nuñoa, en las punas de Puno, a más de 4
mil metros sobre el nivel del mar, mientras gozábamos de unas rancheras
y corridos mejicanos entonados por un amigo ocasional, propietario, en
ese entonces, de un fundo donde el tiempo, según supimos por él mismo,
se había detenido: funcionaba como en los tiempos coloniales.
El
drama empezó para nosotros hacia las siete de la noche aproximadamente,
cuando luego de una extenuante caminata arribamos a Chiriuno (agua fría
en español) un pequeño poblado de criadores de alpacas al que habíamos
convertido en el centro de nuestras investigaciones sociales. Ahí nos
enteramos de la gran tragedia. Nuestro anfitrión, un veterano que
parecía arrancado de un escenario surrealista, a través de las ondas de
una radio capitalina había logrado captar la noticia del gran sismo y
las solicitudes de ayuda inmediata que repiqueteaban una y otra vez.
Suami y yo somos de Lima, y en esos años vivíamos en el centro de la
capital, siempre vulnerable, por su vejentud, a eventos telúricos como
el que se había producido ese 31 de mayo. Atrapados por la angustia de
querer saber algo de nuestras familias nos apoderamos del pequeño radio a
pilas, pero todo era inútil. Las ondas radiales iban y venían y las
noticias las recibíamos a cuentagotas. Salir de Chiriuno a esas horas
era una locura, el poblado era algo así como un oasis en medio de la
extensa puna. La noche que pasamos quizá haya sido la más larga de
nuestras existencias, casi en vela, especulando y especulando sobre los
posibles alcances del terremoto.
Ni bien amaneció ya estábamos en
camino hacia Nuñoa, no recuerdo como llegamos, pero ya en esa pequeña
ciudad las noticias de lo que había ocurrido en Lima eran
tranquilizadoras, aunque las que llegaban del Callejón de Huaylas eran
de espanto. El alma nos volvió al cuerpo en 24 horas, que fue el tiempo
que demoró el ir y venir de los telegramas superurgentes. La vieja Lima
cuadrada había resistido, una vez más, un gran sismo.
¿Y que
hacíamos con el viejo Suami por esos parajes tan alejados de nuestro
habitat? Formábamos parte de un equipo de antropólogos sanmarquinos,
que dirigidos por don Emilio Mendizábal Losack fuimos al techo del Perú -
también estuvimos en Macusani- a investigar sobre la resistencia al
cambio cultural en las comunidades alpaqueras puneñas. Fue nuestra
primera gran investigación social, la recordamos siempre, como también
el gran sobresalto que pasamos con el terrible sismo del 31 de mayo de
1970. Meses después, en el propio Callejón de Huaylas, como en el de
Concuchos, apreciaríamos en vivo y directo la magnitud de la gran
tragedia.
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