Para Jorge Baglieto Herrera, viejo compañero en el barco de la esperanza, por su onomástico.
A
Pedrito Reyes, condiscìpulo en las aulas guadalupanas y sanmarquinas,
siempre lo recordamos con mucho afecto. El hombre ya no está con
nosotros, pero sigue presente en nuestra memoria.Teníamos apenas 11 o 12
años cuando gracias a su entonces promisoria voz pudimos escuchar, por
primera vez, esa hermosa canción napolitana llamada O sole mío.
Acostumbrados a los valses, boleros y huapangos de nuestra niñez,
Pedrito fue la sensación en una actuación que nuestro tutor, don Pedro
Santillán Grández, tuvo a bien organizar en una de las clásicas
actividades de lo que era el calendario cívico escolar. Al año
siguiente, cuando cursábamos el segundo año de media don Pedro quiso
repetir el plato llamando otra vez a Reyes, pero oh desencanto. Pedrito
ya no estaba para esos cantares, los gallos y los gallitos poblaban su
otrora aplaudida garganta, el cambio de voz le había jugado una mala
pasada... Y a otra cosa mariposa.
Del bell canto
no supimos más hasta que ocurrió algo inesperado. Estábamos ya en
tercer año de secundaria cuando una tarde de abril o mayo irrumpió en el
salón un señor a quien nunca habíamos visto. Provisto solamente de un
pequeño silbato metálico, pero contando con un oído superespecial, nos
pidió que lanzáramos al aíre unas cuantas pechaditas de un do, un re, y
un mi. Fueron pocas, pero las suficientes para que el desconocido -
después nos enteramos que era el director del Coro Guadalupano- fuera
escogiendo voces para el coro del plantel.
Para
sorpresa mía fui uno de los seleccionados. No sabía que mi tono de voz
era la de barítono, que a partir de ahí, semana tras semana, ya en el
coro, comenzó a ser educada para entonar canciones idóneas para cada una
de las presentaciones a la que éramos invitados. Recuerdo en particular
una: Gaudeamus igitur, un himno estudiantil europeo que la
interpretábamos en latín:
Gaudeamus igitur,
iuvenes dum sumus. (bis)
Post iucundam iuventutem,
post molestam senectutem,
nos habebit humus.
iuvenes dum sumus. (bis)
Post iucundam iuventutem,
post molestam senectutem,
nos habebit humus.
Hablando
en oro, nunca supe la traducción de esa composición hasta que un buen
día, siendo docente de San Marcos, la volví a escuchar, esta vez en una
ceremonia de alto vuelo y en las voces del coro de la Universidad,
teniendo en mis manos el programa y la traducción de la célebre canción.
La emoción me llegó hasta los huesos, volví a verme con mi uniforme
comando en los altos del Salón de Actos de mi viejo Colegio - donde se
ubicaba el coro- cantando otra vez ese himno de cuya traducción estaba
recién tomando nota.
No puedo tampoco olvidar una versión de la célebre romanza rusa Ojos negros:
Ojos negros que
torturan mi ser
porque yo no sé
que tienen de cruel
en tus ojos hay
una luz fatal
que me hacen sufrir
por quererte amar
Con
esta canción, lo confieso, he hecho la noche en más de una
oportunidad. Entre amigos, con unos buenos copetines encima, me he
lanzado al ruedo y aunque la voz ya no es la misma de mis años de
adolescente, no he quedado mal. La letra es buenísima a la hora en que
comienzan a hablar los corazones, en especial los recuerdos de los
amores presentes, de los que fueron, o de los que nunca llegaron a
cristalizar...
Esa es una de las razones por las que recuerdo a Pedrito Reyes. Su O sole mío,
cantado para un auditorio extraño - ¡estábamos en primer año de
secundaria!- fue un buen ejemplo para que tiempo después, siempre entre
amigos y sacándole el jugo a las viñas del señor, nos atreviésemos a soltar algunas trovas...
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