Con la misma codicia de los conquistadores españoles que destruyeron
el Tahuantinsuyo para apoderarse del oro y la plata, sembrando de
muertos el promisorio inkario, con esa codicia decimos, el extractivismo
gran burgués de nuestros días sigue violentando el otrora pacífico
valle de Tambo, esta vez con una militarización que camufla un real
estado de emergencia en cuyo marco la
vida y los derechos humanos no valen nada. Y así como los europeos
galoparon sobre los hombros de los felipillos, que se pusieron
abiertamente de su lado, de la misma manera el extractivismo nativo y
las transnacionales han hecho del gobierno, congresistas promineros, la
tecnocracia neoliberal, la policía y el poder mediático, sus peones de
brega para sacar adelante, a como de lugar, el proyecto Tía María, que
como se ha denunciado no es sino la cabecera de playa para arrasar con
las tierras agrícolas de la provincia de Islay.
La
derecha y su gobierno no quieren sufrir otro revés como el que le
propinó el pueblo cajamarquino en torno al proyecto Conga. Al igual que
en el siglo XVI con los españoles, les interesa un carajo la agricultura
o la ganadería, y la vida de los pueblos que viven de dichas
actividades. Por eso esa derecha apuesta a la militarización de las
áreas rebeldes, desoyendo incluso las propias exhortaciones de la
Defensoría del Pueblo y de las voces independientes que apuestan, a
estas alturas del conflicto por la suspensión del proyecto. Los muertos y
los heridos, civiles y uniformados, explican esa lógica violentista, de
terror: Tía María tiene que hacerse realidad, sí o sí, mientras los
medios justifican ideológica y políticamente la agresión, aprovechando
situaciones como la de un posible soborno a uno de los dirigentes del
paro en Islay, para tratar de deslegitimar la justeza de la protesta
popular que a la fecha lleva más de 50 días.
Esos
nefastos propósitos han soldado a la derecha. Salvo el fujimontesinismo,
que por oportunismo electoral ha pedido la salida de los militares de
Islay, los partidos supuestamente democráticos que ayer nomás tronaban contra el gobierno no dicen
esta boca es mía aunque el valle se desangre. Son incapaces de pensar en
un proyecto de desarrollo al margen de la preeminencia abusiva de la
minería, obviando interesadamente una realidad contundente desde los
tiempos coloniales: donde los gambusinos de ayer y de hoy se han
asentado, no han sembrado sino miseria, explotación, abusos, atropellos
y contaminación. No por algo centros mineros como Huancavelica, Cerro
de Pasco, Cajamarca, La Oroya, Marcona, entre otros, explotados años de
años, son sin embargo, los lugares más empobrecidos del país, mientras
las arcas de los empresarios -nativos y extranjeros- siempre han estado y
están superboyantes.
Contra todo lo que digan
los defensores a muerte de la minería, ésta siembra la desigualdad. No
lo digo yo, lo dice Josep Stiglitz, Premio Nobel de Economía, para quien
el futuro, en países ricos en recursos naturales como el nuestro, no
pueden estar sujetos a la absolutización de la minería en desmedro de
otros sectores económicos.
II
Lo
reiteramos, la derecha y su gobierno se están jugando el todo por el
todo. Formalmente aparecen en una posición de fuerza, realmente ya
perdieron el carro de la historia. Han sido derrotados políticamente por
la capacidad de resistencia de un pueblo que se ha alzado dignamente en
defensa de sus reivindicaciones más sentidas: su derecho a vivir de la
agricultura. En este proceso, Islay ha puesto en cuestión todos los
argumentos y argucias gubernamentales, desenmascarando la tramoya armada. Contra lo que se piense, la militarización del valle es
una manifestación de debilidad, de desesperación, como lo es también la
embestida de la Contraloría contra los municipios de los distritos que
están en la pelea.
Definitivamente, Islay los ha sacado del cuadro; si
pensaron que satanizando a los huelguistas iban a construir un cerco de
aislamiento, el tiro les ha salido por la culata. El paro de 72 horas de
Arequipa, en apoyo a Islay, contra el extractivismo y su gobierno,
como otros actos de solidaridad con los pueblos en lucha que se están
efectuando en distintos puntos del país, confirman nuestra apreciación.
Revés gubernamental, que hay que ubicarlo en el contexto de su
eclipsamiento de conjunto, en el que la administración ollantista ha
terminado, desembozadamente, como un operador más del neoliberalismo y
del gran capital extractivista.
Triste final de un gobierno que amagó por la izquierda, pero que terminó de hinojos ante la derecha...
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