domingo, 3 de mayo de 2015

HECHURA SANMARQUINA




Es difícil decirle adiós  a San Marcos.


Hace 50 años, exactamente en 1965, pisé por primera vez las aulas de la Facultad de Letras; y desde 1978 he vivido prácticamente en esta Facultad. Puedo afirmar por ello que a San Marcos lo llevo en el corazón, en la piel, en las vísceras.


No puedo, sin embargo, decir como algunos que en San Marcos conocí el Perú.  Ese conocimiento me lo otorgó primero la calle, mi viejo barrio de Monserrate, en la Lima antigua, y el periodismo, que me permitieron acercarme a los submundos de esta ciudad y del Perú realmente existente  en los años 60 del siglo XX;   sin desconocer por  supuesto los aportes que  me brindó el viejo colegio de Guadalupe, entre otras gratas estaciones de mi existencia.


Eso sí, San Marcos me permitió entender e interpretar el país, su historia, su geografía, sus múltiples realidades económicas, sociales y culturales. Aquí, mis viejos maestros, mis lecturas, las investigaciones, las tertulias y discusiones académicas y no académicas que se desarrollaban en los cafetines, en los pasillos y en los patios, me posibilitaron el marco conceptual y  metodológico que me llevó a entender ese Perú cuya epidermis había palpado, sentido y olfateado antes de ser sanmarquino.


Pero parafraseando al Marx de 1845: no se trataba únicamente de interpretar el país, se trataba de transformarlo. No por algo Juan Gonzalo Rose había escrito que San Marcos era un nudo de inquietudes. Había que soñar, que imaginar un Perú diferente, nuevo, dentro de un mundo nuevo. Abracé esa utopía, como miles de miles de jóvenes de mi generación impactados por un viejo país que crujía por la vejez de sus estructuras, como  por un capitalismo que a nivel mundial parecía vivir sus horas de agonía.

En  pocas palabras: soy una hechura sanmarquina...


Cuando llegué a esta Facultad, en 1978,  era un soñador. En el 2014, al abandonar formalmente estos ambientes, lo seguía siendo, aunque  había redondeado mis sueños. La interacción con docentes de otras disciplinas,  las responsabilidades  académicas asumidas,  la interrelación con los estudiantes que poblaban mis salones  en busca de respuestas a  sus inquietudes juveniles, los cambios que a nivel mundial y nacional se han producido en todos los órdenes del quehacer social, constituyeron nuevos insumos para el estudio y la reflexión.


En ese sentido he enriquecido mis conocimientos, pero no he mudado de ideales. En este aspecto sigo siendo el joven de veinte y tantos años que un buen día aterrizó por estos lares pensando que estaba de paso, pero que terminó quedándose cerca de 40 años.


Mi estadía ha sido grata, muy grata. He ganado amigos con los cuales he compartido múltiples experiencias académicas y de gestión. Son muchos los nombres, pero creo no equivocarme  si en la persona de don Hugo Lezama Coca, dos veces decano y amigo entrañable,  agradezco la confianza y el aprecio brindados, en particular -como diría don Mario Cóndor- del gregario con el que asumimos, años atrás, la gran tarea de sacar a la Facultad de la gran crisis en la que se debatía.


Mi reconocimiento también al personal administrativo, su apoyo fue vital para no perder el carro de la historia.  Al igual que en el caso de los docentes deposito en algunos nombres ese agradecimiento. Es insoslayable así decirle gracias a las señoras Noria Rojas, Marita Grández, Gloria Nalmy y Ruth Espinoza. De la misma manera al señor Julio López. Con ellos compartí valiosas experiencias desde los años de la máquina eléctrica, el esténcil electrónico, el corrector,  el mimeógrafo, hasta el aprendizaje de las últimas tecnologías de edición,  impresión y comunicación.


No puedo obviar la mención a los estudiantes con los que interactué a lo largo de estos años. Me halagan los saludos siempre fraternos de quienes fueron mis alumnos y que hoy son brillantes profesionales; como considero un galardón las altas calificaciones de las últimas promociones, puedo decir que me retiro por la puerta grande.


Finalmente, mi agradecimiento al señor decano, don Richard Roca Garay y a las organizadores de este evento por su generosidad en poner en letras de molde el reconocimiento de la Facultad a mi labor  en esta unidad académica.


Lo dije al principio, es imposible decirle adiós a San Marcos, pero por lo menos físicamente hay que dar ese inevitable paso al costado.



Ciudad Universitaria, abril de 2015


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