jueves, 26 de marzo de 2015

UN AMIGO INCÓMODO


Hace 25 años, el 26 de marzo de 1990 para ser exactos, Alberto Flores Galindo uno de los intelectuales jóvenes de mayor fuste de la segunda mitad del siglo XX, era abatido por el cáncer. Tenía apenas 41 años, pero su producción bibliográfica y su compromiso con el Perú, en especial con los más necesitados, lo habían convertido en uno de los mayores referentes de las ciencias sociales y obligadamente también de la izquierda peruana, de la que se se consideró siempre un militante desde una posición no partidarizada, a pesar de un tempano acercamiento primero al MIR y posteriormente a Vanguardia Revolucionaria.

A Flores Galindo lo están recordando sus colegas y alumnos de la Universidad Católica, asimismo sus compañeros de Sur, el núcleo socialista de investigadores que formó para pensar sobre el pasado, el presente y el futuro del Perú, semejante, según algunos, al célebre rincón rojo que José Carlos Mariátegui había formado en su propio domicilio del jirón Washington.

Tengo la sospecha, sin embargo, que hoy no todos los amigos y personajes cercanos a Flores Galindo, incluyendo a la propia izquierda, deben sentirse cómodos recordándolo. Lo digo porque tomando en cuenta una de sus grandes recomendaciones de mirar el pasado desde una perspectiva de futuro no son pocos los compañeros de Flores Galindo que han envejecido prematuramente. Sin aíre, sin reflejos, sin creatividad heroíca, sin ganas de nadar contra la corriente, han terminado apoltronados en el sistema, de espaldas a la utopía, a los sueños de las masas populares, a sus reivindicaciones más sentidas, ante las cuales hay una monumental indiferencia porque hasta la capacidad de indignación la han perdido.

Es decir, han terminado haciendo lo contrario de lo que Flores Galindo reclamó hasta los últimos días de su existencia, cuando sabía perfectamente que estaba condenado a morir. Su última carta: Reencontremos la dimensión utópica, de diciembre de 1989, es justamente el grito de un hombre que no ha perdido las esperanzas de cambiar este país, de transformarlo desde sus raíces, de pelear por un futuro al que decía no había que tenerle temor. Era consciente de que él ya no iba a estar en esa gesta, pero desde una posición autocrítica y crítica, con la autoridad moral de su praxis intelectual y política le dice al mundo que a pesar de la arremetida del capitalismo y de la agonía del socialismo real, seguían vigentes los ideales del socialismo "aunque muchos de mis amigos ya no piensen como antes".

El socialismo, escribió en esa carta, podría haberse debilitado en otros países - se estaba a las puertas de la caída del muro de Berlín y de la disolución de la URSS- pero en el Perú, advertía, como proyecto y realización podría tener futuro "si somos capaces de volverlo a pensar" para plantearle a los parias de la ciudad y el campo la construcción de una nueva sociedad. En un claro deslinde con  el violentismo - la guerra interna ya había causado 17 mil muertos- el estudioso de la realidad peruana escribe que "la revolución no es sinónimo solo de violencia". Se requiere un propuesta, una alternativa de sociedad, . Flores Galindo, lo dice, apuesta por  un socialismo masivo, revolucionario, "sin asesinatos".

Es bueno insistir en este punto. Cuando algunos sectores de la izquierda, incluyendo a algunos buenos amigos de Flores Galindo, han enterrado la palabra socialismo, es indispensable recoger el desafío planteado en su última misiva, sobre todo cuando esos sectores no terminan de regodearse con la democracia burguesía, empeñados como siempre están en "participar en las elecciones y en los mecanismos tradicionales de poder", que los ha alejado del movimiento popular..

"La izquierda tiene miedo de enfrentar el futuro...la revolución no solo reclama reformas sino la formación de un nuevo tipo de sociedad...hay que discutir el poder...donde está el poder, quiénes lo tienen y como llegar hasta él", dice uno de los párrafos de la última carta que como pueden ver pareciera escrita ayer, lo que da cuenta de la trascendencia del pensamiento de Alberto Flores Galindo.

Por eso se puede decir, sin temor a equivocarse que Tito Flores - así lo llamaban sus amigos- no ha muerto. Físicamente ya no estará con nosotros, pero su pensamiento sigue vigente, incomodando a sus viejos camaradas que en estos tiempos "frecuentan más las recepciones que las polémicas y cultivan los buenos modales" como ironizaba.




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