No soy amigo de los apodos, a mis amigos o los llamo por sus nombres o
por sus apellidos. Aunque como buen limeño parrandero celebro el
ingenio de algunos para poner apodos o chaplines. En el mundo de la
farándula, por ejemplo, había un cantante criollo al que llamaban "Mano
corta", porque a la hora de la verdad, es decir cuando había que poner
los pomos verdes sobre la mesa o
cancelar la cuenta, nunca metía la mano al bolsillo. "Este no dispara ni
en defensa propia" decían. Como también celebré a carcajada limpia que a
una punta lo apodasen "perfil de tetera". Viéndolo bien, su perfil le
daba razón al ingenio. Y que decir de "perfil de buque", un chaplín,
contaba Darío Mejía, que un pata de los Barrios Altos arrastró hasta el
Japón donde actualmente reside, con el añadido de que el apodo se había
convertido en una especie de santo y seña para ser reconocido por el
amigo. Quien telefónicamente lo llamase por el chaplín - viniese la
llamada de donde viniese- tenía que ser un hombre o una mujer de
confianza. Era accesorio que le mencionaran su nombre y apellido.
A
"cabeza de mimeógrafo" lo conocí de vista, nunca lo trate
personalmente. Sabía de su apodo en la universidad donde estudiaba pero
nada más. Hasta que un día, hace algunos meses lo tuve a tiro de piedra.
Fue en el jirón Lampa. Salía en horas de la mañana de hacer un trámite
en una oficina del jirón Puno y doblé por Lampa con dirección hacia
Emancipación. A varios metros de distancia, delante mío marchaba un
zamborrubio de cabellos desordenados, chato, agarrado y bien a la
telada. Lo que llamaba la atención, sin embargo, era su cabeza
prominente y cuadrada, es decir, no era un cabezón común y corriente.
Su cabeza tenía una forma especial. Cuando llegó al cruce con
Emancipación y miró hacia un costado caí en la cuenta de quien se
trataba. No pude dejar de sonreir. Bien clavado el chaplín.
En
la universidad "cabeza de mimeógrafo" era un buen activista de
izquierda. Su chamba se concentraba en el área de impresiones, donde
justamente cumplía un rol de primer orden. No había Internet, tampoco
las redes sociales, mucho menos los teléfonos celulares. El trabajo de
prensa, propaganda y agitación se concentraba en las hojas impresas,
"moscas" o "mosquitos" que pudieras imprimir. Era clave contar con una
buena máquina de escribir, mejor si era eléctrica, esténciles,
chisguetes de tinta, papel... pero la cereza era el mimeógrafo para la
impresión en sí. Se podía contar con todo lo anterior, pero si no se
tenía el bendito mimeógrafo, era como morir en la playa. Este era el
medio donde "cabeza de mimeógrafo" desarrollaba su trabajo político. En
medio de las tensiones del trabajo, pero también del jolgorio por las
tareas cumplidas, algún gracioso lo bautizó para la posteridad.
Nunca
supe su nombre ni su apellido. Estoy seguro que muchos estarán en mi
misma situación. Pero todos se sentirán felices de que "Cabeza de
mimeógrafo" siga suelto en plaza, vivito y coleando.
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