Reencontremos la dimensión utópica
Lima, 14 diciembre, 1989.
Queridos amigos:
El 3 de febrero pasado fui asaltado sorpresivamente
por una dolencia: un glioblastoma multiforme en el lado izquierdo del
cerebro. En otras palabras, un tipo poco frecuente de cáncer que por su
difícil diagnóstico y ubicación requería un tratamiento fuera del país.
Gracias a los amigos pude viajar para tratarme durante dos meses en New
York (Presbyterian Hospital). Tiempo después tuve que regresar una
semana más a ese mismo hospital.
Imaginarán lo costoso que fue todo esto. A pesar de la
buena voluntad de algunos funcionarios públicos, del Seguro Social
Peruano sólo recibimos promesas, que condujeron a dilatadas reuniones,
trámites y pérdida de tiempo. El Seguro Social, además, apenas
reembolsaría parte de los gastos. Durante varios meses, casi todos los
días, debimos ir a una y otra dependencia, buscar los papeles. Parte de
nuestra documentación se perdió, el resto daba vueltas por las oficinas y
tontamente nosotros también. Este engaño lleva ya diez meses.
Estuvieron a pesar de todo, amigos y, excepcionalmente, algunos
dirigentes nacionales que efectivamente quisieron ayudar, pero después
de casi un año no pudieron pasar de la intención. Esto, sin embargo, es
lo que más vale. El mío no es un caso excepcional. Al Seguro Social no
le interesa ayudar a nadie, dificulta intencionalmente los trámites y la
atención. El Estado y su burocracia no sirvieron, hasta ahora.
En cambio los amigos sí. Por ellos pude viajar, hacer que me atendieran y enfrentar los males. La amistad aquí no es sólo una abstracción.
Es un sentimiento cotidiano y efectivo. Sin la intervención espontánea
de mis amigos no podría estar refiriendo esta historia, que me mostró la
riqueza de la amistad. Experimentar eso se llama ser solidarios. Muchos
intervinieron e inmediatamente armaron un gran movimiento de
solidaridad. Hubo desde quienes aportaron muy elevadas cantidades, hasta
quienes las monedas que tenían en el bolsillo. Otros, sus visitas.
Algunos sus palabras. Estuvieron también esos niños a quienes se les
ocurrió llegar con sus propinas. Más importante fue verles y compartir
su afecto. Lo más movilizador fue la amistad. Conocidos y desconocidos
de fuera y dentro del país han intervenido. De España, Francia,
Inglaterra, Alemania y Estados Unidos llegaron colaboraciones. Con ellos
me he sentido no sólo peruano, sino parte de todos los sitios. En estos
momentos en el Perú, cuando todo parece derrumbarse, cariño y
solidaridad me mostraron otros rostros del país. Hubiera querido
agradecer personalmente a, cada uno.
No importa que no se haya podido derrotar al cáncer.
Perdí. Perdimos. El final es ineludible. Me aguarda tarde o temprano, en
semanas más o menos la muerte. Pero lo trascendente es el despliegue de
apoyo que aún sostiene mi tratamiento y mi familia, que acompaña a
Cecilia, Carlos y Miguel, en los momentos más difíciles. La solidaridad
fue moral y económica. Los amigos llegaron incluso a vigilar mi
recuperación en el hospital, apoyaron a mi esposa, atendieron y cuidaron
a mis hijos. He debido rectificarme, dejar a un lado mi habitual
pesimismo. Descubrir la fuerza de la solidaridad.
Aunque muchos de mis amigos ya no piensen como antes,
yo por el contrario, pienso que todavía siguen vigentes los ideales que
originaron al socialismo: la justicia, la libertad, los hombres. Sigue
vigente la degradación y destrucción a que nos condena el capitalismo,
pero también el rechazo a convertirnos en la réplica de un suburbio
norteamericano. En otros países el socialismo ha sido debilitado; aquí,
como proyecto y realización, podría seguir teniendo futuro, si somos
capaces de volverlo a pensar, de imaginar otros contenidos. Esto no es
la moda. Es ir contra la corriente. También debemos enfrentarnos a los
cultores de la muerte o de aquellos que sólo piensan en repetir las
recetas de otros países. El desafío creativo es enorme. (¿Podremos?).
Es un desafío, además, donde están en juego nuestras
vidas y la edificación del país. (¿Una sucursal norteamericana?) (¿Un
país andino?) (¿Qué hacer con el Perú?) (¿Será posible el socialismo?).
Hasta ahora, entre 1980 y agosto de 1989, se han
producido 17,000 muertes. Asesinato de propietarios, obreros,
desempleados, campesinos. Todos tienen rostros y nombres aunque los
ignoremos. Esto ha ocurrido en un país "democrático", con el silencio de
la derecha pero también de la inacción de la izquierda. Muchos
convertidos en espectadores. No sólo estamos frente a desafíos
económicos, sino también frente a requerimientos éticos.
Ahora, muchos han separado política de ética. La
eficacia ha pasado al centro. La necesidad de críticas al socialismo ha
postergado el combate a la clase dominante. No sólo estamos ante un
problema ideológico. Está de por medio también la incorporación de todos
nosotros al orden establecido. Mientras el país se empobrecía de manera
dramática, en la izquierda mejorábamos nuestras condiciones de vida.
Durante los años de crisis, debo admitirlo, gracias a los centros y las
fundaciones, nos fue muy bien y terminamos absorbidos por el más vulgar
determinismo económico. Pero en el otro extremo quedaron los
intelectuales empobrecidos, muchos de ellos provincianos, a veces
cargados de resentimientos y odios.
En definitiva, lo que nos resultará más costoso es
haber separado moral de cultura. Socialismo es crear otra moral. Otros
valores.
A pesar de algunos intentos y ciertos personajes
minoritarios, hemos vivido con el despliegue del autoritarismo y la
muerte. La mayoría de los intelectuales y demasiados dirigentes
políticos de izquierda, hemos perdido la capacidad de vivir y sentir la
indignación. Supimos de tantos enfrentamientos como el de Molinos, en el
que entre los subversivos no hubo presos, ni heridos, sólo 62 muertos
de los que el MRTA sólo reconoce 42. Estas son ejecuciones. Nadie
protestó, reclamó, denunció, se indignó. Esta es una pérdida de moral en
la izquierda. Como este hay muchos otros casos. Nos hemos acostumbrado a
vivir así. Nadie se atreve a decir que hay gran cantidad de muertos,
ejecutados inocentes por las fuerzas represivas. No se puede decir en
público, sin romper y colocarse fuera del "orden democrático". Pero si
no lo dicen todo empeora. Puedo decir todo esto con tranquilidad y sin
miedo. No temo lo que me puedan hacer. No deberíamos aceptar el
armamentismo que nos quieren imponer. También nos hemos acostumbrado a
los crímenes del otro lado. En este clima no nos asombra que se quiera
hacer proyectos de paz y desarrollo imponiendo el orden cíe las fuerzas
armadas. Imposición de los dominadores.
No creo que haya que entusiasmar a los jóvenes con lo
que ha sido nuestra generación. Todo lo contrario. Tal vez exagero. Pero
el pensamiento crítico debe ejercerse sobre nosotros. Creo que algunos
jóvenes, de cierta clase media, tienen un excesivo respeto por nosotros.
No me excluyo de estas críticas, todo lo contrario. Ha ocurrido sin
discutirse, pensarse y menos interrogarse. Espero que los jóvenes
recuperen la capacidad de indignación.
Estos problemas ya han sido planteados, aunque sin
éxito, en otros sitios y tiempos. Fue el caso de los populistas. Nombre
para diversas corrientes que aparecieron en Rusia y otros países de
Europa Oriental desde mediados del siglo pasado. Al principio
enfrentados con Marx, quien luego admitió la posibilidad de otra vía al
socialismo que no implicara la destrucción del mundo campesino. Hasta
allí llegó. Los populistas, a su vez, se diversificaron y enfrentaron
entre sí. Desde los legalistas hasta los que perfeccionaron la práctica
del terror. No tuvieron una sola línea y son vigentes por los problemas
que percibieron y las respuestas y polémicas que desarrollaron.
Planteados los problemas siguieron presentes hasta cuando, tiempo
después, se eliminaron todas estas discusiones con los muchos
desaparecidos o muertos por el estalinismo.
En el Perú sólo hemos pensado en una tradición
comunista, olvidando a quienes fueron derrotados pero que quizá
planteaban caminos que pueden ser útiles para discutir. No buscar otra
receta, hacernos una. En todos los campos. Insistir con toda nuestra
imaginación. Hay que volver a lo esencial del pensamiento crítico, lo
que no siempre coincide con mostrarse digerible o hacer proyectos
rentables. Es diferente pensar para las instituciones o para los
sujetos.
El socialismo no debería ser confundido con una sola
vía. Tampoco es un camino trazado. Después de los fracasos del
estalinismo es un desafío para la creatividad. Estábamos demasiados
acostumbrados a leer y repetir. Saber citar. Pero si se quiere tener
futuro, ahora más que antes, es necesario desprenderse del temor a la
creatividad. Reencontremos la dimensión utópica.
El socialismo en el Perú es un difícil encuentro entre
el pasado y el futuro. Este es un país antiguo. Redescubrir las
tradiciones más lejanas, pero para encontrarlas hay que pensar desde el
futuro. No repetirlas. Al contrario. Encontrar nuevos caminos. Perder el
temor al futuro. Renovar el estilo de pensar y actuar. Lo que resulta
quizá imposible sin una ruptura con esos izquierdistas excesivamente
ansiosos de poder, apenas interesados en lo que realmente sucede.
Sospecho que no hay tiempo indefinido. Desde el siglo
XVI, las culturas andinas excluidas y combatidas, han podido resistir,
cambiar y continuar. Fueron derrotadas al terminar el siglo XVIII.
Desaparece entonces la aristocracia andina, se combate a la sociedad
rural, se deporta y extermina a sus miembros. Sin embargo, subsistirá el
mundo campesino. En el siglo XX nuevos enfrentamientos. Primero a
principios de la década del 1920, después alrededor de 1960 y ahora. El
capitalismo no necesita de ese mundo andino, lo ignora. Se propone
desaparecerlo. Sobre todo ahora que tenemos nuevamente un discurso
liberal, repetitivo y dirigido contra las formas de organización
tradicionales. Dispone de instrumentos y posibilidades que antes no
tenía.
Esto ha sucedido en otros lugares, pero aquí no es inevitable destruirlo.
Hay que proponer otro camino. Fue advertido por José
María Arguedas, pero desde su muerte han transcurrido veinte años y
nuestro desafío es cómo y de qué manera evitarlo. La respuesta no sólo
está en un escritorio. Exigirá un cambio de vida. Lo que se proponía
Arguedas en El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo no era el regreso al
pasado sino la construcción de una nueva sociedad, donde:
Todo eso es para ganar plata. ¿Y cuando ya no haya la
imprescindible urgencia de ganar plata? Se desmariconizará lo
mariconizado por el comercio, también en la literatura, en la medicina,
en la música, hasta en el modo en que la mujer se acerca al macho.
Pruebas de eso, de lo renovado, de lo desvilecido encontré en Cuba. Pero
lo intocado por la vanidad y el lucro está, como el sol, en algunas
fiestas de los pueblos andinos del Perú. (José María Arguedas, El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo, p. 22, Lima, Editorial Horizonte, 1983).
Este fue un proyecto formulado hace veinte años y que
ahora requiere que quienes se dedican al marxismo y las ciencias
sociales continúen ese proyecto pensando en el futuro. Los científicos
sociales no lo piensan hasta ahora suficientemente. No hay que limitar
el horizonte del pensamiento a cosas locales. Ese libro de El Zorro de Arriba y el Zorro de Abajo,
en contra de lo que podía suponerse, no se refiere a problemas locales,
sino que aborda el conjunto de la sociedad para incluir propuestas
alternativas.
Fue hecho hace veinte años, repito. Sin embargo la
izquierda no ha podido todavía responder a ese desafío. Tiene miedo
ahora de enfrentar el futuro. En un país como este, la revolución no
sólo reclama reformas sino la formación de un nuevo tipo de sociedad. En
el país se ha comenzado a discutir el lugar de los campesinos,
colocándolos no sólo como anécdotas, sino pensados como protagonistas.
Hay que discutir el poder, entonces no hay que discutir la producción y
los mercados, sino también dónde está el poder, quiénes lo tienen y como
llegar a él. Cuestionar el discurso liberal. Los jóvenes lo pueden
hacer. Muchos somos viejos prematuros.
La derecha avanza en todos los terrenos. Quisieran
estar listos militarmente. También dan la ilusión de un nuevo discurso.
Un discurso en realidad cínico, que tiene tras suyo muchos muertos. Pero
esa derecha sigue siendo una suma heterogénea de individuos con
intereses particulares, muchas veces demasiado vinculados al exterior.
Tampoco tienen sólo un proyecto. Por el contrario. Aparte de las
discrepancias hasta ahora no asumen la construcción de una sola
alternativa. Pero para ser admitidos esos izquierdistas, que frecuentan
más las recepciones que las polémicas y cultivan los buenos modales, se
visten a la medida. En otro lado de la ciudad, las marchas, los
enfrentamientos callejeros, largos, agresivos se han vuelto frecuentes.
Reclaman respuestas urgentes. ¿Las buscamos?
La cuestión se plantea sólo como el dilema entre
quienes admiten la violencia y quienes optan por la vía legal. Así como
hace falta una nueva alternativa, es necesario pensar el camino. Algunos
creen que hay recetas ya establecidas y que apenas tienen que
aplicarlas. Cuando las revoluciones han tenido éxito no ha sido así.
Todo lo contrario, siempre han sido y serán excepcionales.
El socialismo en el poder comenzó sorpresivamente en
1917, hace sólo 70 años. Apareció apenas terminada la primera guerra
mundial en un país y en un lugar que se suponía uno de los espacios más
atrasados, donde no se produciría uno de esos cambios sustanciales. Sin
embargo, allí surgió el socialismo que, años más tarde, después de la
segunda guerra mundial, se expandiría a otros territorios, al Asia, al
África. La empresa capitalista, en cambio, lleva ya algunos siglos de
expansión.
Las puertas al socialismo no están cerradas, pero se requiere
pensar en otras vías. Una tercera, cuarta, quinta forma. Un socialismo
construido sobre otras bases, que recoja también los sueños, las
esperanzas, los deseos cíe la gente. Uno en que se dé cabida también a
estas necesidades.
Se requiere de los intelectuales. Pero, insisto, lo
lamentable es el desencuentro entre ellos y la militancia política. Aquí
también hay una responsabilidad de quienes han estado demasiado
preocupados por la lucha inmediata, la imposición de una secta, la
disputa del poder minúsculo. Así se envejece. Será muy difícil que
estemos a la altura de las circunstancias. pero no todo está perdido.
Pueden aparecer otros personajes. Además, ya tenemos hijos. Ojalá
pierdan admiración y respeto esos jóvenes, y asuman lo que no ha podido
ser hecho. Pasar cuarenta años en este país es haber hecho demasiadas
transacciones, consentimientos, silencios, retrocesos. Domesticados.
Algunos imaginaron que los votos de izquierda les
pertenecían. Pero las clases populares piensan, aunque no lo crean
ellos. No dan cheques en blanco. Recordemos cómo fluctúan las
votaciones. Los pobres no les pertenecen.
Pero el socialismo —insisto— exigirá para el futuro un
cambio radical en el discurso. Revolución no es sinónimo sólo de
violencia. Hace falta proponer una nueva sociedad alternativa. Ahora es
un poco tarde. En toda revolución siempre hay un sector demasiado
radical que aparece al final. Aquí el desarrollo de los acontecimientos
ha sido diferente. Ha surgido primero y, no obstante empezar desde un
sector reducido, ha conseguido seguir existiendo y hasta incrementar sus
seguidores. Ha aparecido un sector demasiado radical, que ha derivado
en el fanatismo, el sectarismo y el crimen. Ha conseguido funcionar y
por lo menos tener un relativo éxito en ciertas regiones. Con el tiempo
se ha ido tornando más sectario y su acción política ha derivado en una
práctica contaminada con lo criminal. Son capaces de eliminar a
dirigentes populares, como hace la derecha. ¡Qué horrible! ¡Esta gente
que era de izquierda! Y los demás no se lo recriminan. Guardan silencio.
Aquí —como más o menos en otros espacios— no se puede
predecir y anunciar el futuro. El futuro no está cerrado. Si doy esa
impresión, me corrijo. No hay una receta. Tampoco un camino trazado, ni
una alternativa definida. Hay que construirlo, resultado de los
múltiples factores: la experiencia de la izquierda, los discursos del
pasado, los nuevos problemas. Ahora, en el Perú, hay demasiadas
posibilidades contrapuestas. Los enfrentamientos son más duros, con
enormes costos de vidas, pero los caminos siguen apareciendo. No es
frecuente, pero queda también la posibilidad de un socialismo masivo,
revolucionario, pero sin asesinatos.
En estos momentos podemos dividir el espectro político
del país básicamente en tres. Tenemos de un lado a la derecha,
aglutinada y representada por el Fredemo, aparentemente homogéneo, en
realidad con diversos intereses que pugnan en su interior. Tenemos
también a Sendero Luminoso y al MRTA, uno transitan—do a la acción
criminal y otro insuficientemente creativo y sin propuesta social. Está
también la Izquierda Unida en el centro, entre uno y otro. Esta
izquierda oficial, empeñada en participar en las elecciones y en los
mecanismos tradicionales de poder, se aleja del movimiento popular, es
étnica y culturalmente distante de las mayorías populares. No puede
sentir como ellos y no los incorpora en los cargos dirigenciales. Pero
no es tampoco homogénea. De una izquierda que hace unos años se pensaba
todavía revolucionaria, se han ido desgajando y delimitando algunos
sectores. Uno transita hacia la derecha o el Apra. Aparentemente la
mayoría quiere persistir tercamente en el centro. Se empeña en las
reformas. Muy pegados a ellos hay también un sector, más pequeño, que
quiere ser revolucionario, no criminal, que quiere remover las
estructuras, no reformarlas, que empieza a plantearse el problema de la
construcción de un socialismo original.
Todavía no existe una
alternativa revolucionaria diferente, cuajada. Requiere de esfuerzo, de
creación, están allí sus elementos pero no puede crecer liderada por
profesionales de clase media.
No repetir, crear otro tipo de dirigente. Dar cabida a
otros sectores sociales y a los jóvenes. Ellos no deben seguir haciendo
lo mismo, no pueden seguir pensando como hace veinte años. Las cosas
han cambiado.
Hay quienes sienten su urgencia y quienes piensan que
tienen tiempo. Es más, no es sólo un problema de tiempo. Hay también uno
geográfico. Las posibilidades de acción política son diferentes según
las regiones del país. Los problemas no se pueden pensar igual desde
Lima, desde Ayacucho o la región central.
No se tome todo esto como una crítica por alguien
—insisto—que se imagina por encima. Es en parte una autobiografía.
Termino evitando ponerme como ejemplo de cualquier cosa. Lo cierto es
que, como en otros sitios, hemos sido una intelectualidad muy numerosa,
pero a la vez poco creativa. Incapaces de dar a nuestro propio país la
posibilidad de un marxismo nuevo. Intelectuales y políticos ignoran el
pasado, la historia, lo que han sido. Demasiado modernos. Incapaces de
elaborar un proyecto. Insisto que mientras en muchos otros países
latinoamericanos el socialismo ha sido destruido, aquí sigue vigente.
Todavía. A pesar de estar arrinconado. La izquierda se divide. La
mayoría, en estos momentos, parece derechizarse. Pero también está esa
minoría que se radicaliza. Hay una posibilidad de izquierda en todo
esto, pero debe tomar forma.
Muchas gracias a todos los amigos y desde luego, sobre
todo, a quienes discrepan conmigo. Siempre mi estilo agresivo pero que
no anula el cariño y el agradecimiento con todos ustedes, más aún con
quienes más he discutido. Discrepar es otra manera de aproximarnos: Y,
desde luego, cuando acudieron a ayudarme no les interesó saber qué
posición tenía en la cultura o en la política.
Un abrazo. ¡Qué buenos amigos!
Alberto Flores Galindo.
* * *
Más ensayos
en Ciberayllu.
Para citar este documento:
Flores Galindo, Alberto: «Reencontremos la dimensión utópica. Carta a los amigos», en Ciberayllu [en línea] , 24 de marzo del 2015.
(Consulta: 24 de marzo del 2015).
Flores Galindo, Alberto: «Reencontremos la dimensión utópica. Carta a los amigos», en Ciberayllu [en línea] , 24 de marzo del 2015.
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