Dentro de dos o tres el Congreso
de la República decidirá la permanencia o no de la señora Ana Jara como premier
del gobierno que dirige el comandante Ollanta Humala. Al respecto, alcanzo mi
opinión.
I
Si nos ceñimos a los usos y
costumbres de la democracia burguesa, la señora Ana Jara debe dejar el
premierato, por la responsabilidad que le compete en el seguimiento policiaco a
miles de autoridades, opositores, periodistas y ciudadanos comunes y silvestres
desarrollado por la Dirección Nacional de Inteligencia (DINI), que según todos
los indicios ha seguido manteniendo las
nocivas concepciones y prácticas del SIN del fujimontesinismo. No basta
con haber expectorado a las cabezas
policiales y administrativas de la DINI, existe una responsabilidad política
que inevitablemente tiene que ser zanjada y ésta le corresponde a la señora
Jara.
Que conste que no se está
enjuiciando el conjunto de la labor, buena, mala o mediocre de la premier, que hace algunos momentos ha salido públicamente a defenderla. Tampoco se están evaluando sus
capacidades o habilidades profesionales o personales. El pedido de censura
responde a un hecho concreto: el espionaje a ciudadanos peruanos, digitado, según se sospecha desde el propio
palacio de Pizarro.
Lo que ocurre es que en una democracia
trucha como la que existe en el Perú las responsabilidades políticas generalmente
son obviadas aunque ello implique devaluar más el orden político imperante.
Recuérdese el caso Bagua. Decenas de dirigentes y miembros de los pueblos
indígenas fueron satanizados, encarcelados, perseguidos y hoy están siendo hoy
juzgados. En su momento, ni el premier,
en ese entonces el señor Yehude Simon, que hoy aspira a la presidencia de la
República, ni la que fue Ministra del
Interior, la señora Cabanillas, que seguramente quiere volver a ser
congresista, afrontaron sus
responsabilidades políticas por lo ocurrido. Se mantuvieron en sus puestos, con
el espaldarazo del presidente García. Hoy, en el tribunal que está juzgando a
los ciudadanos amazónicos no aparecen ni como testigos, a pesar de que tienen
mucho que decir para un adecuado esclarecimiento de los hechos.
II
Es cierto, volviendo al caso de
la señora Jara, que es la ultraderecha, -vía el fujimontesinismo, el Apra o el
diario El Comercio- la más interesada en sacarse de encima a la premier. Se
conjugan ahí las pretensiones estrechamente políticas, electorales, con los
intereses económicos de determinados sectores de la gran burguesía que quieren
poner de rodillas a la pareja presidencial para sacar adelante, sin aprensiones, sus planes y
proyectos de inversión. A estos sectores no les interesa el sanear la
democracia vigente. En el pasado fue la ultraderecha la que sostuvo al fujimontesinismo
porque le permitió ensanchar sus arcas con todas las comodidades del caso. Apoyaron
en el 92 la quiebra del Estado de Derecho,
el violentamiento de los derechos humanos en la guerra interna y sus
principales representantes, empresarios
o políticos ¿no desfilaron acaso por la tenebrosa salita del SIN que regentaba
el tristemente célebre Vladimiro Montesinos?
A estos señorones les interesa un
rábano la construcción de una verdadera democracia
burguesa, prefieren la trucha, la
hipócrita, la tramposa.
A quienes tampoco les interesa democratizar
realmente al país es a las otras
fracciones de la derecha empresarial o
política. Hoy quieren salvarle el cuello a la premier, pero no para fortalecer
el Estado de Derecho, lo hacen únicamente en función de sus intereses crematísticos,
de sus inversiones o de sus proyectos de inversión. En esto coinciden con la pareja presidencial
y sus fieles escuderos, que están moviendo cielo y tierra para que doña Ana
Jara se quede en el puesto para no generar dizque un “clima de inestabilidad”
para el capital. “Todo tipo de incertidumbre política siempre genera
intranquilidad en lo que se refiere a las decisiones de inversión”, ha
declarado el presidente de la Sociedad Nacional de Industrias. Son sus
bolsillos los que mandan.
III
Finalmente, para
algunos demócratas pequeño burgueses radicalizados, la señora Jara debe
mantenerse en el premierato porque de lo contrario, dicen, se abre la posibilidad
de que un congreso hostil al ejecutivo entrañe el peligro de una disolución del
mismo, fórmula constitucionalmente establecida.
Incapaces de pensar y actuar en otros confines democráticos que no sean
los de la democracia burguesa, se asustan ante tal posibilidad, prefiriendo
cerrar filas con el gobierno y con el ala liberal de la gran burguesía antes de
abrirle paso a una opción independiente. Claro que de paso, apoyando con su
voto a la señora Jara, algüito les caerá, como ha ocurrido en otras situaciones
parecidas, donde el congreso ha semejado un mercado minorista o mayorista,
dependiendo de los alcances de la transacción.
El pueblo, lo hemos dicho varias
veces, debe trazarse su propio camino, sus propios objetivos, su propia
estrategia de poder. Desde este marco debe exigir que la señora Jara deje el
cargo. No porque esté de acuerdo con los propósitos de la ultraderecha, sino
porque desde su perspectiva independiente la democracia burguesa debe airearse,
adecentarse, apuntalarse en todo aquello que pueda permitirle a ese pueblo
fortalecerse. Si la señora Jara se va censurada o deslegitimada por una
victoria pírrica, se abre el camino para que en el futuro ante situaciones como
las de la coyuntura presente, el pueblo en movimiento, incluyendo a sus
representantes congresales, puedan hacer uso de ese instrumento que toda
democracia moderna suele emplear: la censura.
Aunque resulte ocioso decirlo: en
el Perú, aunque resulte paradójico, ha sido el pueblo: obreros, campesinos,
estudiantes, maestros, empleados, etcétera los que siempre han sacado cara por
la democratización del país. En los 70 del siglo XX el pueblo en movimiento se
trajo abajo a la dictadura militar, en los 90 arrojó del poder al
fujimontesinismo. En esa línea de exigencia se inscribe mi opinión de que la
señora Ana Jara debe dejar el premierato.
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