jueves, 15 de enero de 2015

UNIDAD EN LA ACCIÓN


Todo indica que mañana jueves, la vieja Lima volverá a estar sitiada por las masas populares que en calles y plazas exigirán la derogatoria de la llamada ley pulpín. Exigencia que con el transcurso de los días se ha convertido en un clamor nacional, como que también se anuncian movilizaciones, mítines y plantones en diferentes puntos del país: Cusco, Tacna, Trujillo, Huancayo, Huacho, Tarapoto, Arequipa, Cajamarca...En cada una de esas ciudades se movilizarán los jóvenes, pero también los adultos, los rudos trabajadores del andamio, de los socavones, de las fábricas textiles - la GCTP ha publicitado su apoyo a la protesta-como también las mujeres, los maestros, artistas, estudiantes de diferentes niveles, e incluso los controvertidos grupos subterráneos: góticos, siniestros, punks..

Las banderas y vestimentas negras de estos grupos se confundirán así con las banderolas y pancartas rojas, verdes, azules, de otras colectividades populares en una variopinta unidad que desde su primera gran demostración de fuerza - el pasado 18 de diciembre- ha venido arrinconando al ejecutivo y desgranando a la derecha, obligándolos -ante la falta de argumentos sólidos en pro de la ley pulpín- a mostrar el sempiterno rostro represivo de la democracia burguesa.

Estamos, por donde quiera observarse el fenómeno, ante lo que políticamente suele denominarse unidad en la acción. La ley pulpín ha arrojado a esos sectores sociales a la confrontación directa de masas. No hay programa, no hay una sólida unidad organizativa, pero hay una vocación de lucha, un instinto gregario de pelea para defender derechos adquiridos pero brutalmente recortados o burlados por la burguesía y sus gobiernos:  trabajo y salarios  dignos en primer lugar.

Pero esos movimientos también tienen otros sustratos motivacionales. La indignación, el hartazgo, la decepción ante lo que hoy ocurre en el país. La pareja presidencial se equivoca por ejemplo si considera que el abandono de sus promesas electorales no ha generado reacción alguna en el seno de sus electores. Las pancartas de los manifestantes lo dicen todo, no dejan piedra sobre piedra de lo que limpiamente se conoce como traición, como abdicación ante la gran burguesía nucleada en la Confiep. En este sentido ha sido altamente simbólico que las movilizaciones limeñas hayan tenido como blanco el local de dicho gremio empresarial; como también es muy significativo que en las arengas y pancartas se repudie el accionar de ministros como el de economía, el de trabajo o el del interior, operadores, cada cual en sus funciones, de paquetes antipopulares y antidemocráticos. Es también sumamente alentador que temas álgidos como el de la expansión de la corrupción y criminalidad en el poder estatal hayan sido duramente cuestionados.

En las calles, en la acción directa, en caliente, el movimiento popular va recuperando el tiempo perdido en largos años de pasividad o de protestas particulares. No solamente ello, esos pueblos están paladeando ya los logros de su energía colectiva. Como lo hemos dicho con anterioridad, la ley juvenil de trabajo está muerta, la fuerza de las masas la ha liquidado porque ya no tiene legitimidad. Su derogación sería algo así como su epitafio, y hacia eso se va, de ahí la importancia de no bajar la guardia.

 Pero debe quedar en claro que la unidad alcanzada da para más. La burguesía y su gobierno lo saben, han comenzado a mover a sus esquiroles juveniles, como también a sus aparatos represivos. No es casual que sus cazafantasmas comiencen a ver apologistas del terrorismo hasta en las obras teatrales. Apuestan por desarmar el movimiento, por derrotarlo, a las buenas o a las malas. La reacción siempre ha actuado así, pero siempre también, temprano o tarde, ha mordido el polvo de la derrota. La unidad popular alcanzada y su solidificación es la garantía de que esto último ocurrirá.

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