Lo peor que le puede ocurrir al movimiento juvenil y ciudadano
que ha descalabrado la estrategia derechista de imponer la ley pulpín,
es extraviarse en los vericuetos de los culebrones que atraen hoy la
atención de la opinón pública: el seguimiento a polìticos de la
oposición o del propio gobierno, y las vueltas y revueltas del caso
Belaúnde Lossio. Ambos temas no dejan de
tener importancia política, pero primero es lo primero: hay que
consolidar, desde el lado del pueblo, el desembalse de la protesta
popular. De no ser así dicho movimiento así como apareció puede
diluirse, como ya ha ocurrido con anterioridad, o en caso contrario
puede constituirse en colchón social de los partidos burgueses que andan
a la caza de apoyo para sus pretensiones electorales.
Esa consolidación, esencialmente política, a nuestro entender pasa por asumir tres tareas vitales, imbricadas entre sí, pero que pueden desarrollarse por separado. Una es la labor educativa, la segunda es la programática y la tercera es la de organización. En estos momentos las tres tienen un excelente ambiente para su impulso y plasmación: las masas están en plena lucha, y en es la cancha misma de la confrontación social donde los actores sociales de uno y otro lado muestran sus potencialidades, limitaciones, intereses, firmeza o vacilaciones.
En ese sentido la tarea educativa, que ya comienza a ser asumida por algunos destacamentos limeños, no puede reducirse a sacar al sol los tejes y manejes de la ley pulpín. Hay que ir más allá, hay que ubicarla en el contexto económico y político en el que se busca imponerla, por lo que resulta obligatorio abordarla como un esfuerzo del capitalismo neoliberal para salir de los entrampamientos en el que se halla. Por razones obvias, a la burguesía, al gobierno actual y a los tecnócratas que manejan el MEF, les resulta muy cómodo constreñir el debate a los aspectos meramente técnicos, económicos o legales. A las vanguardias políticas del movimiento actual les importa, además de estos aspectos, desnudar las verdaderas intenciones, económicas y políticas, de las clases dominantes para con los desposeídos del país.
Ahora bien, si todos constatamos que en el gran movimiento juvenil y ciudadano de estos días, sea cual sea la ciudad donde éste se haya desarrollado, han confluido diferentes sectores sociales, es de suma urgencia engarzar programáticamente a esas masas descontentas. Cada una de ellas tiene sus propias reivindicaciones, lo importante será, sin descuidar éstas, poner por delante los aspectos globales que afectan a unos y otros y que dan vida a esa fuerza colectiva que tiene a mal traer a la derecha. Ese programa debe ser ampliamente discutido desde abajo, en el seno de las propias bases en movimiento, cuidando de que esas discusiones se esterilicen en simples contrastes de opiniones electorales; cuando de lo que se trata, si hablamos de dotarle un verdadero filo político al movimiento, es de llevar esas discusiones programáticas más allá de estos linderos, incluyendo aquellos temas olvidados como son los del poder estatal y de la necesidad histórica de que sea el pueblo y sólo el pueblo el constructor de su destino.
Finalmente, todos coinciden en el rol fundamental que las redes sociales están jugando en el impulso de los movimientos de masas. Hay que persistir en el uso de estas tecnologías que en el mundo entero han resultado vitales para canalizar la fuerza de los indignados. Sin embargo hay que darle organicidad a esos movimientos, sostenibilidad en el tiempo, en el espacio. Los avances en la organización por zonas que se está dando en Lima son en ese sentido bastante operativos, como claves resultan los propios colectivos de trabajadores, mujeres, artistas, artesanos, etcétera, que se han sumado a la lucha de las juventudes. Todos ellos, vinculados por un programa común ganarán en calidad y fuerza. Sin soslayar las diferencias en los contextos sociales se me ocurre poner sobre la mesa - como referencia- el papel que jugaron los Frentes de Defensa de los Intereses del Pueblo (FEDIP) en la organización de las masas populares, de sus diferentes destacamentos, en los 70 y 80 del siglo pasado o las coordinaciones gremiales y por zonas. Desde abajo canalizaron la fuerza del pueblo en la lucha por sus reivindicaciones, otorgándoles, al mismo tiempo, persistencia, durabilidad, en el tiempo. De esto se trata.
Esa consolidación, esencialmente política, a nuestro entender pasa por asumir tres tareas vitales, imbricadas entre sí, pero que pueden desarrollarse por separado. Una es la labor educativa, la segunda es la programática y la tercera es la de organización. En estos momentos las tres tienen un excelente ambiente para su impulso y plasmación: las masas están en plena lucha, y en es la cancha misma de la confrontación social donde los actores sociales de uno y otro lado muestran sus potencialidades, limitaciones, intereses, firmeza o vacilaciones.
En ese sentido la tarea educativa, que ya comienza a ser asumida por algunos destacamentos limeños, no puede reducirse a sacar al sol los tejes y manejes de la ley pulpín. Hay que ir más allá, hay que ubicarla en el contexto económico y político en el que se busca imponerla, por lo que resulta obligatorio abordarla como un esfuerzo del capitalismo neoliberal para salir de los entrampamientos en el que se halla. Por razones obvias, a la burguesía, al gobierno actual y a los tecnócratas que manejan el MEF, les resulta muy cómodo constreñir el debate a los aspectos meramente técnicos, económicos o legales. A las vanguardias políticas del movimiento actual les importa, además de estos aspectos, desnudar las verdaderas intenciones, económicas y políticas, de las clases dominantes para con los desposeídos del país.
Ahora bien, si todos constatamos que en el gran movimiento juvenil y ciudadano de estos días, sea cual sea la ciudad donde éste se haya desarrollado, han confluido diferentes sectores sociales, es de suma urgencia engarzar programáticamente a esas masas descontentas. Cada una de ellas tiene sus propias reivindicaciones, lo importante será, sin descuidar éstas, poner por delante los aspectos globales que afectan a unos y otros y que dan vida a esa fuerza colectiva que tiene a mal traer a la derecha. Ese programa debe ser ampliamente discutido desde abajo, en el seno de las propias bases en movimiento, cuidando de que esas discusiones se esterilicen en simples contrastes de opiniones electorales; cuando de lo que se trata, si hablamos de dotarle un verdadero filo político al movimiento, es de llevar esas discusiones programáticas más allá de estos linderos, incluyendo aquellos temas olvidados como son los del poder estatal y de la necesidad histórica de que sea el pueblo y sólo el pueblo el constructor de su destino.
Finalmente, todos coinciden en el rol fundamental que las redes sociales están jugando en el impulso de los movimientos de masas. Hay que persistir en el uso de estas tecnologías que en el mundo entero han resultado vitales para canalizar la fuerza de los indignados. Sin embargo hay que darle organicidad a esos movimientos, sostenibilidad en el tiempo, en el espacio. Los avances en la organización por zonas que se está dando en Lima son en ese sentido bastante operativos, como claves resultan los propios colectivos de trabajadores, mujeres, artistas, artesanos, etcétera, que se han sumado a la lucha de las juventudes. Todos ellos, vinculados por un programa común ganarán en calidad y fuerza. Sin soslayar las diferencias en los contextos sociales se me ocurre poner sobre la mesa - como referencia- el papel que jugaron los Frentes de Defensa de los Intereses del Pueblo (FEDIP) en la organización de las masas populares, de sus diferentes destacamentos, en los 70 y 80 del siglo pasado o las coordinaciones gremiales y por zonas. Desde abajo canalizaron la fuerza del pueblo en la lucha por sus reivindicaciones, otorgándoles, al mismo tiempo, persistencia, durabilidad, en el tiempo. De esto se trata.
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