La presencia del presidente Humala y del cardenal Cipriani en la
juramentación del señor Castañeda como alcalde de la ciudad de Lima, no
son gratuitas. La derecha, jaqueada por el despertar juvenil que se
opone a la ley pulpín, está maniobrando para salir del atolladero. Los
besos volados que el presidente y el alcalde se enviaron en la
juramentación, como las bendiciones del purpurado-representante del
sector más cavernario de la Iglesia Católica peruana- anuncian movidas
que pueden provocar reacomodos que
posibiliten la superación de los desencuentros en las filas de los
defensores políticos del gran capital y de las transnacionales, cuyos
sectores más representativos - bien lo sabemos- han tomado distancia de
la repudiada ley. Ninguno de estos sectores, por razones obvias,
quisieran estar de espaldas a la gestión del señor Castañeda, como
tampoco les es conveniente desoir las recomendaciones del cardenal. Al
fin y al cabo todos ellos son guardianes del orden establecido,
incluyendo el modelo económico, y desavenencias se presentan hasta en
las mejores familias.
Otrosi digo: la soledad del comandante no es
total, estamos viendo que hoy goza de una buena vecindad.
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