Estamos advertidos. Conforme la pareja presidencial se enreda más y
más en las contradicciones generadas por sus decisiones antipopulares -
como la ley pulpín -y su argumentación en pro de ellas se las lleva el
viento por inconsistentes, asoma con mayor fuerza la cabeza de la medusa
intolerante, autoritaria y represiva, dispuesta a acallar, a como de lugar, la protesta popular que tiene hoy en las juventudes peruanas a sus principales impulsores.
El general Urresti, celebrado por muchos, es la figura visible de esa
intolerancia. Su estilo grosero y matonesco, divorciado totalmente de lo
que debe ser una práctica política decente y docente está cubriendo de
estiércol el debate de nuestros días. No hay que ser sin embargo muy
juicioso para percibir que dicho personaje, que cuenta con el aval de la
pareja presidencial, es el instrumento de una corriente que al interior
del gobierno quiere resolver a palos lo que es incapaz de solucionar a
través de un ejercicio democrático.
Está ocurriendo con
las movilizaciones de los jóvenes contra ley pulpín. El propio ministro
ha sacado de la manga toda una serie de condicionamientos
antidemocráticos - como la de pretender solicitar DNI a los
participantes en las marchas o la denunciar previamente a los
organizadores de las mismas- con tal de neutralizarlas. Pero el accionar
que se lleva los palmarés de la antidemocracia es la investigación
abierta contra los autores, promotores y actores de una obra teatral, La
Cautiva, que se ha venido presentando en pleno corazón del distrito de
Miraflores, y que a entender de la inteligencia (¿?)policiaca es pasible
de ser denunciada por "apología del terrorismo senderista", a pesar de
haber sido considerada por la crítica especializada como una de las
mejores o quizá la mejor de las obras puestas en escena en el año que
acaba de culminar.
Los entendidos en la materia,
incluyendo al dramaturgo Luis Alberto León y la directora Chela Ferrari,
han demostrado, desde un punto de vista estrictamente artístico, que en
dicha obra de ficción no hay nada que pueda incorporarse a ese cajón de
sastre denominado "apología del terrorismo". Para la Dircote, sin
embargo, ello no es así. Cómo en la obra - sostienen entre otras
razones- se habla de "explotación y opresión", de "guerra popular", de
"lo viejo del país", del "triunfo del pueblo", "de que no habrán ni
ricos ni pobres porque todos seremos iguales"...entonces sus promotores
pueden ser considerados como proterroristas.
En el
marco de esta interpretación antojadiza los jóvenes que se han
levantado contra el régimen laboral que el gobierno quiere imponerles,
bien podrían ser también acusados de apologistas del terrorismo o de
agentes de sendero si acaso en su desplazamientos, arengas o trabajo de
propaganda y agitación denuncien el estado de explotación y opresión
existente en el país generado por el capitalismo, o si acaso como parte
de su propia visión de mundo divulguen a los cuatro vientos sus sueños
de luchar por un país donde no haya explotación ni opresión, ni ricos ni
pobres y donde todos seamos iguales...
Como dije en la
primera línea, estamos pues advertidos. La lucha contra el
autoritarismo y la intolerancia debe pasar a formar parte del paquete de
reivindicaciones populares en la hora presente.
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