Los jóvenes peruanos están escribiendo un nuevo capítulo de la historia social peruana.
Tres
multitudinarias marchas en menos de quince días, con sus correlatos
también masivos en las principales ciudades del país y en un mes
tradicionalmente tranquilo, no es un asunto de poca monta. Con mayor
razón si sus principales impulsores no son los que en el papel deberían serlo: los partidos políticos, hoy en crisis.
La
popularmente conocida como ley pulpín, que pretende regimentar el
trabajo juvenil en beneficio del gran capital y las transnacionales fue
el detonante de la reacción, que quebró la modorra de los últimos
tiempos y que ha descolocado a la ultraderecha y al gobierno ollantista.
Éstos,
han sentido la pegada. Que hoy se hable de un reglamento de la ley, de
pago de utilidades y de la CTS, evidencia un retroceso, producto de la
debilidad y aislamiento de la pareja presidencial y de los tecnócratas
fondomonetaristas que la impulsan. No contaban con el multitudinario
rechazo juvenil. Los partidos de la derecha, más duchos, quitaron
rápidamente el cuerpo; la pareja presidencial y su séquito, bastante
crudos en estos menesteres, han optado por el maquillaje, las cortinas
de humo y la amenaza. Los tecnócratas y el ministro Urresti operan al
alimón en esas tareas.
La mayor preocupación de la
derecha no va sin embargo por ese lado. El levantamiento de las
juventudes peruanas está demostrando que podría estar abriéndose una
nuevo curso en el desarrollo del movimiento juvenil, que manifestaría el
requebrajamiento del control ideológico de esos sectores sociales.
Desde el entronizamiento del neoliberalismo, éste, en medio de la crisis
de la izquierda y de los movimientos democráticos progresistas,
trabajó febrilmente por apoderarse de la conciencia de los jóvenes.
Hacia ello concurrió la prédica de un individualismo extremo, la
despolitización, la degradación del trabajo político, el
empobrecimiento de la ética, el embrutecimiento ideológico a través de
los medios de comunicación, etcétera.
¿Cómo explicar entonces esa histórica irrupción de los jóvenes en la vida política del país?
Creo
que la primera mirada hay que dirigirla al exterior. La crisis del
capitalismo europeo y los entrampamientos de la economía norteamericana
han propulsado poderosos movimientos de indignación de hombres y
mujeres, jóvenes y ancianos, que se han levantado contra el imperante
estado de cosas, buscando una salida desde abajo a sus agobiantes
problemas. Esos movimientos han sido conocidos en vivo y directo, al
instante, por las multitudes juveniles peruanas que a través del
Internet han visto en esos alzamientos un referente importante para sus
inquietudes. Nada de ello, empero, hubiera sido trascendente si
internamente no hubiese un caldo de cultivo propicio a la rebeldía.
Aquí,
bien lo sabemos, la cosa no pinta bien para los jóvenes, a pesar del
gigantesco trabajo propagandístico del gobierno y de la pareja
presidencial, que en tiempos de elecciones les ofrecieron el oro y el
moro. Las juventudes peruanas se sienten traicionadas. Si a eso se le
suma problemas mayores no resueltos como el de la corrupción, la
seguridad ciudadana, etcétera, tenemos en ellos la leña seca, sobre la
cual puede arder la pradera en el momento menos pensado, como
efectivamente está ocurriendo. Desde la evolución misma del capítalismo
salvaje impuesto por el neoliberalismo se han desprendido estos
elementos que están en la base de la protesta.
Hay
finalmente un factor que no se puede desdeñar en el impulso del
movimiento juvenil y que explican su heterogenidad. Las limitaciones
partidarias en las convocatorias están siendo sobrellevadas por el rol
que están jugando otros entes, más cercanos a la idiosincracia juvenil:
los colectivos estudiantiles, gremiales, musicales, religiosos, de
defensa de los derechos humanos, y hasta los de identidades deportivas.
Sus vertientes son diferentes, pero la intentona derechista de
sobrexplotarlos los ha unido. La unidad en la lucha está funcionando y
de persistirse en el empeño los efectos multiplicadores de la gesta
juvenil pueden ser impredecibles. Y no estoy pensando únicamente en la
próxima contienda electoral. La derecha también lo sabe, por eso es que
está desesperada.
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