miércoles, 24 de septiembre de 2014

ROSITA, TE MERECES ESAS FLORES AMARILLAS...

En una célebre canción, tantas veces entonada por hombres y mujeres de nuestra generación, Alberto Cortez nos dice que cuando un amigo se va deja un espacio vacío que es imposible llenar con la llegada de otro amigo…

Con Rosita Tapia Paredes, amiga y hermana sucede eso.

Podremos ganar uno, dos, tres o más amigos en el presente y en el futuro, pero tengan ustedes la seguridad que la suma de todos ellos jamás podrá reemplazar la amistad de una mujer que  nos abrió su corazón para acampar para siempre en él con todos nuestros sueños e inquietudes, con todas nuestras fortalezas y debilidades, con todas nuestras alegrías y tristezas.

Rosita era la mujer de la amistad eterna, del afecto y la confianza sin límites.

Lo digo con la autoridad que me da el haber gozado de su amistad a lo largo de cerca de 50 años, amistad franca, transparente y alegre,muy alegre porque nunca nos faltó una sonrisa, una carcajada,  con la que supimos sortear las dificultades que nunca faltan en la vida de los hombres, sobre todo si de soñadores e insurrectos se trata.

Porque debe saberse que Rosita pertenece a una generación de sanmarquinos que supo afrontar los desafíos de su tiempo, haciendo de los sueños, de las aspiraciones colectivas, de las utopías, la quintaesencia de nuestros quehaceres cotidianos; pero siempre cantando, siempre bailando,  poniéndole sabor y frescura a la vida.

Esa generación ansiaba un nuevo amanecer. Escribí hace algún tiempo que  esos jóvenes iconoclastas maduraron “negando la afirmada eternidad de lo establecido, haciendo de las universidades reductos del pensamiento libre y de la vida universitaria una experiencia de socialización de inquietudes, sueños, alegrías y tristezas. El Perú de todas las sangres había copado las aulas universitarias, sembrando de cantutas y retamas los ambientes académicos, acabando con los discursos conservadores, grises y sin vida”.

Rosita fue una de las animadoras de esos años felices, de esas esperanzas siempre presentes y que las recuerdo en estos momentos tan especiales, porque sobre ellas se cinceló la amistad inagotable e incomparable.

Rosita:

El viaje por el mar de la eternidad,  hacia el puerto definitivo,  lo imagino largo, muy largo,  sujeto quizás a correntadas de uno u otro lado.Sea cual sea, sin embargo,  el lugar del anclaje, debes saber que tu paso por estos valles, caminos y quebradas,  ha sido muy fructífero. Las semillas que sembraste han florecido  y bien. Son tus hijos, y los hijos de tus hijos. Tú vives en ellos, como tus amigos viviremos permanentemente a la sombra de la amistad  y del calor que nos brindaste y que como lo dije, son insustituibles.

Rosita:

Que las flores amarillas, esas que gustaban al maravilloso Gabo que nos abrió los ojos a un mundo de fantasía, cubran tu peregrinaje eterno. Te mereces esas flores, sé feliz estés donde estés…


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