En una célebre canción, tantas veces entonada por hombres y mujeres
de nuestra generación, Alberto Cortez nos dice que cuando un amigo se va
deja un espacio vacío que es imposible llenar con la llegada de otro
amigo…
Con Rosita Tapia Paredes, amiga y hermana sucede eso.
Podremos
ganar uno, dos, tres o más amigos en el presente y en el futuro, pero
tengan ustedes la seguridad que la suma de todos ellos jamás podrá
reemplazar la amistad de una mujer que nos abrió su corazón para
acampar para siempre en él con todos nuestros sueños e inquietudes, con
todas nuestras fortalezas y debilidades, con todas nuestras alegrías y
tristezas.
Rosita era la mujer de la amistad eterna, del afecto y la confianza sin límites.
Lo
digo con la autoridad que me da el haber gozado de su amistad a lo
largo de cerca de 50 años, amistad franca, transparente y alegre,muy
alegre porque nunca nos faltó una sonrisa, una carcajada, con la que
supimos sortear las dificultades que nunca faltan en la vida de los
hombres, sobre todo si de soñadores e insurrectos se trata.
Porque
debe saberse que Rosita pertenece a una generación de sanmarquinos que
supo afrontar los desafíos de su tiempo, haciendo de los sueños, de las
aspiraciones colectivas, de las utopías, la quintaesencia de nuestros
quehaceres cotidianos; pero siempre cantando, siempre bailando,
poniéndole sabor y frescura a la vida.
Esa generación
ansiaba un nuevo amanecer. Escribí hace algún tiempo que esos jóvenes
iconoclastas maduraron “negando la afirmada eternidad de lo establecido,
haciendo de las universidades reductos del pensamiento libre y de la
vida universitaria una experiencia de socialización de inquietudes,
sueños, alegrías y tristezas. El Perú de todas las sangres había copado
las aulas universitarias, sembrando de cantutas y retamas los ambientes
académicos, acabando con los discursos conservadores, grises y sin vida”.
Rosita
fue una de las animadoras de esos años felices, de esas esperanzas
siempre presentes y que las recuerdo en estos momentos tan especiales,
porque sobre ellas se cinceló la amistad inagotable e incomparable.
Rosita:
El
viaje por el mar de la eternidad, hacia el puerto definitivo, lo
imagino largo, muy largo, sujeto quizás a correntadas de uno u otro
lado.Sea cual sea, sin embargo, el lugar del anclaje, debes saber que
tu paso por estos valles, caminos y quebradas, ha sido muy fructífero.
Las semillas que sembraste han florecido y bien. Son tus hijos, y los
hijos de tus hijos. Tú vives en ellos, como tus amigos viviremos
permanentemente a la sombra de la amistad y del calor que nos brindaste
y que como lo dije, son insustituibles.
Rosita:
Que
las flores amarillas, esas que gustaban al maravilloso Gabo que nos
abrió los ojos a un mundo de fantasía, cubran tu peregrinaje eterno. Te
mereces esas flores, sé feliz estés donde estés…
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