¿Los viejos a la tumba? Se esperaba. La
implementación de la nueva ley universitaria pretende ser empleada por
algunos como una guillotina para cortarles el cuello a sus adversarios.
En San Marcos, por ejemplo, desde una interpretación caprichosa de la
normativa, el blanco son los profesores de 70 años y más que incluye al
propio rector de la universidad, en lo que podría constituir, a nivel
de la alta dirección, una lucha abierta por el poder, un verdadero
ajuste de cuentas.
En la
desesperación por ser, se soslaya lo siguiente: que la ley tiene que ser
reglamentada y que cada universidad, además, desde sus propias
particularidades, tiene que elaborar sus estatutos. En la discusión de
dichos instrumentos legales, el tema de los docentes de 70 años tendrá
que ser cuidadosamente analizado, al igual que cada uno de los artículos
que integran la nueva ley.
Lo más importante, sin embargo, no
va por el lado legal. Va por el examen y reco nocimiento de las
calidades académicas de los docentes, incluyendo a los más veteranos, de
sus potencialidades, de su idoneidad ética. No es entonces un tema de
edad. No descarto sin duda que entre los docentes de 70 años y más
existen quienes hace rato que perdieron el tren de la historia; pero la
gran mayoría constituyen un valioso capital humano que debe ser
canalizado en beneficio del ejercicicio docente, la investigación y la
extensión universitaria en la nueva situación que comienza a vivir la
universidad peruana, en especial la pública.
La docencia
universitaria, bien entendida, es una actividad que se va enriqueciendo
conforme el docente va ganando en experiencia. Los docentes jóvenes de
hoy, cargados de grados, títulos y mucho entusiasmo, son de por si muy
valiosos. En San Marcos, en las últimas décadas ellos han sido el motor
de los cambios que se han generado en la mayoría de las Facultades, pero
por su falta de experiencia no han sido pocos los yerros cometidos y
que seguirán cometiendo al faltarles el tino, la madurez, la experiencia
que solamente lo dan los años.
Lo ideal es que los docentes
jóvenes y veteranos, unidos por un programa de cambio y desarrollo, en
el marco de la implementación de la ley, sumen voluntades, aportando
cada cual sus fortalezas, conformando equipos que al lado de los
estudiantes y de los trabajadores administrativos - a los que no hay que
ignorar ni ningunear- se orienten a transformar la universidad desde
abajo en la ruta que señale el programa de unidad.
No se trata
entonces de una lucha de jóvenes contra viejos. Quienes así plantean las
cosas, consciente o inconscientemente, están desviando a las fuerzas
universitarias del verdadero blanco: las mafias de docentes - viejos y
jóvenes- que al lado de los llamados operadores estudiantiles hicieron
de la mediocridad académica y profesional su reino ideal para medrar,
violentar la democracia, hacer añicos la normatividad universitaria y
sobrevivir repitiendo el plato del poder merced a una clientela
cuidadosamente trabajada.
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