miércoles, 9 de julio de 2014

LA FÁBRICA

Una de perversiones académica más dañinas que atraviesan la universidad peruana es la de haberse convertido en una verdadera fábrica de profesionales. La de formar profesionales es una de las funciones de la universidad, pero no es la única; sin embargo en estas últimas décadas la universidad peruana, particular o pública, al haber hecho de la investigación científica y la extensión universitaria actividades subalternas, han devenido en entidades meramente profesionalizantes, con un agregado: de que esa formación. en la mayoría de los casos, están corroídas por una rampante mediocridad.

Hay excepciones sin duda, tanto en los espacios públicos como particulares, pero bien dicen que no todo lo que brilla es oro.

Alfredo Bryce Echenique, en una de sus largas estadías en Lima, tuvo la suerte o la mala suerte de convertirse en docente de una de esas entidades particulares a las que un buen trabajo de marketing suelen presentar como una de las mejores o la mejor del sistema universitario peruano y la que mejores sueldos paga a sus profesores.

Bryce, lo dice en sus antimemorias, (Peísa, Lima, 2005, p.598), salió espantado de esa universidad. El novelista, bien lo sabemos, ha sido docente de muchas universidades de prestigio en el mundo, pero refiere textualmente que nunca en su vida había trabajado en una universidad tan mala. Y no lo decía por los docentes, a varios de los cuales les revienta cuetes. Lo decía por la entidad que ni siquiera era capaz de presentar una buena biblioteca. "Más libros tenía cualquier alumno en su casa" escribe lapidariamente el autor de Un mundo para Julius.

Como pueden ustedes imaginar ese centro de estudios estaba solamente hecho para el lucro. No estaba edificado para la reflexión ni para la investigación. Los profesores eran buenos marcadores de tarjeta, pero no tenían la vocación de "perder el tiempo" con sus alumnos en los clásicos diálogos universitarios, siempre fecundos a través de los cuales - lo dice Bryce- los docentes dejan de ser meros instructores para convertirse en maestros.

En esa línea perversa, señala el laureado escritor, los profesores tendrán seguramente muchos alumnos, pero nunca tendrán pupilos. Y si se trata de ver las cosas desde una perspectiva estrictamente profesional, las hechuras lanzadas al mercado no cubren las exigencias del mundo moderno, siempre cambiante y flexible.

Lo dije en una nota anterior: la ley universitaria - que a estas horas ya está por promulgarse- no es la panacea para una universidad del crisis; pero puede abrir las alamedas de un desarrollo universitario que esté a la altura de nuestros tiempos. Para ello, claro está, tendrá que dejar de ser una fábrica de profesionales.

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