viernes, 4 de julio de 2014

CAMINANTE, SE HACE CAMINO AL ANDAR

La Asamblea Nacional de Rectores (ANR) está herida de muerte, aunque sus integrantes no se hayan percatado de ello al seguir actuando como en sus mejores tiempos.
La aprobación de una nueva ley universitaria por el congreso y su inminente promulgación ha sido algo así como el tiro de gracia para una entidad que se fue suicidando de a pocos por su inacción, su burocratismo y su silencio interesado ante la crisis de la universidad peruana.
La ANR pudo coayuvar a resolver  esa crisis, o convertirse en el referente por excelencia de la búsqueda de una solución; su accionar elefantiásico y mañoso lo convirtió en parte de la misma.
Como estarán las cosas en el seno de esa entidad que su grita de hoy contra la nueva ley, los ha convertido en los mejores gonfaloneros de la derecha bruta y achorada que en defensa de sus negocios en la educación universitaria ha puesto el grito en el cielo por la aprobación de la ley. Ella y sus gobiernos aparte de institucionalizar el lucro y la corrupción en la vida universitaria nunca se interesaron realmente por la universidad, en particular de la estatal, a la que abandonaron a su suerte retaceándoles los recursos e imponiéndoles en los hechos una privatización camuflada.

139 universidades, 50 públicas y 89 privadas es el activo y el pasivo de la educación universitaria en el Perú, un grueso de ellas creadas en las últimas décadas al amparo de un raciocinio groseramente mercantil. Salvo honrosas excepciones, la mediocridad se ha enseñoreado en la mayoría de ellas, a cuya sombra han prosperado mafias y grupos crematísticos a todo nivel  que han convertido a la universidad en un mercado de profesiones, de títulos y grados y de servicios mil que nada tienen que ver con las funciones de una universidad.
No se piense sin embargo que la nueva ley es la panacea para la crisis. Para su superación no solamente se necesita de una nueva normatividad, o de recursos económicos que la sustenten, que dicho sea de paso están en la nebulosa; urge repensar la Universidad desde las bases para generar un nuevo torrente educativo esencialmente crítico, plural y democrático, que le de cara a las necesidades de desarrollo de la ciencia, la cultura, la educación y el arte desde el Perú para el Perú; en cuyo procesamiento la universidad debe volver a reencontrarse con el país y sus pueblos para recuperar  la legimidad perdida.

Está muy bien por ello que se hable de autonomía, calidad e investigación científica, de democratización, extensión universitaria, y regulación, de acreditación, doctorados y de tercio superior para los candidatos estudiantiles; pero lo que no se dice es que los grandes artífices del cambio y de las reformas van a ser los profesores, sin ellos todos los planes por muy buenos que sean podrían diluirse o encarpetarse. Los estudiantes ponen el entusiasmo, la fuerza motivadora, juvenil, siempre permeable a los grandes cambios de la ciencia y la cultura, pero son los buenos docentes los que canalizan esas potencialidades.

Pese al asfixiamiento de la mediocridad la universidad peruana sigue contando con buenos docentes,  tanto  en las universidades particulares como en las estatales. Pero ello no es suficiente. Lo que se requiere para los tiempos que vivimos son maestros, que desde sus respectivas especialidades den respuesta a las múltiples interrogantes que la vida nos está presentando y que laceran el alma de los jóvenes. La crisis que sufre la humanidad no es solamente económica. Sobre las penurias del capitalismo aquí y allá y del derrumbe del socialismo real  se alza una crisis de paradigmas que ha sembrado la confusión, el desconcierto y la desmoralización,  alimentando tendencias anarquistas y nihilistas de todo tipo y un proceso de rampante deshumanización.

La Universidad del futuro, los maestros del presente que no han perdido de vista el porvenir, tienen que contribuir a superar estos trances, para abrir paso a una nueva época, sustancialmente diferente a la que estamos viviendo. Caminante, se hace camino al andar, decía Machado.

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