Pensando en mi padre hurgué el pasado domingo en el desordenado álbum
familiar que poseo y me di con la foto que estoy publicando. De
izquierda a derecha mi padre, Sebastián Mosquera Pérez, es el muchachón
que ocupa el tercer lugar entre los parados, está al lado de sus
hermanos, su madre, doña Margarita Pérez, cuñadas y sobrinos. Es un
verdadero retrato de familia, tomada hacia fines de los años 30 en la
ciudad de Cajamarca, de la que todos son oriundos, y que el fotógrafo ha
inmortalizado: de los presentes en la toma solamente uno de los mayores
- mi tío Vicente, al lado derecho de mi padre y con casi 90 años
encima- sigue recorriendo las calles cajamarquinas, al igual que los
chiquillos, mis primos; los demás familiares desde hace un buen tiempo
navegan en el mar de la tranquilidad eterna aunque sus imágenes nos
permitan recordarlos tal como ellos quizás anhelaron al posar ante el
fotógrafo anónimo.
Para los especialistas, fotografías
como la que presento, posibles de ubicar en diferentes ciudades andinas a
lo largo de la primera parte del siglo XX, les permite analizar usos y
costumbres, diferencias sociales, modas y creencias, etcétera. En mi
caso, como al conjunto de la familia, nos precisa las raíces paternas -
las maternas nos llevan hasta Huancavelica por un lado y Tarapacá, en
el actual Chile, por otro lado- base fundamental de todo proceso de
identidad con nuestros ancestros, pero asimismo con la tierra que
ocupamos, con sus gentes, sus historias, sus culturas, sus cantos y
danzas, sus muertos. La peruanidad se sustenta en ello, no en nuestro
gusto por el cebiche o por la mazamorra morada, como algunos
pretenden...
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