lunes, 16 de junio de 2014

DE HIJOS Y NOMBRES

Ponerles nombres a los hijos tiene sus bemoles. Antes la cosa pasaba por coger el santoral y al que le caiga el guante que se lo chante: Fabriciano o Elfelda bien podrían haber sido los nombres y a llorar al muro. Últimamente, con el santoral en desuso son los apelativos de futbolistas o de artistas de cine los que predominan, aunque hay algunos patas que pasándose de vueltas en su fanatismo han sacrificado a sus hijos con los nombres de sus héroes: Batman o Supermán por ejemplo, obligando a los premiados a acudir a los recintos judiciales para rehacer el entuerto. Hay jurisprudencia al respecto.

Lo más común sin embargo es que los nombres escogidos dependen mucho del contexto en el que la criatura vino al mundo. En mi caso me llamo Luis Alberto porque mi padre, aprista convicto y confeso, quiso rendir homenaje a uno de los viejos líderes del partido de la estrella: Luis Alberto Sánchez; como muchos amigos de mi generación de soñadores hicieron de José Carlos Mariátegui u otros dirigentes del socialismo mundial sus principales referentes para bautizar a sus retoños con nombres que reflejasen esa adhesión ideológica y política.

Ayer decía que mi primogénita se llama Clara Celinda porque sus abuelas materna y paterna se llamaban así. Fue un tributo a las progenitoras, al mismo tiempo que una salida consensual que nos permitió - a mí y a Elbita- calmar las aguas por un matrimonio que se salió del libreto familiar. Con decirles que nos casamos en Hualgayoc, a más de 3500 metros s.n.m. sin invitados ni parafernalia matrimonial alguna, y donde un volquete cargado de mineral estuvo a punto de hacer el papel de carro nupcial lo digo todo.

¿Y porque se llama Kobi mi segundo hijo? se preguntan siempre mis amigos y conocidos. La respuesta está líneas arriba. Kobi o Koba era el seudónimo de José Stalin, el inquebrantable como controvertido dirigente de la revolución rusa. Vivíamos tiempos de lucha frontal contra la dictadura militar de los 70 y trabajábamos a todo trapo por hacer realidad nuestros sueños socialistas. Nada podía escapar a esa impronta revolucionaria, menos todavía el nombre de un hijo…

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