lunes, 16 de junio de 2014

MI DEBUT COMO PADRE

Cuando nació mi primogénita, hoy una bullidora abogada, andábamos por las punas de Junín con mi hermano Ramón Aranda  de los Ríos, que en paz descanse y goce del amén de los dioses del Olimpo. Contra lo que pueda suponerse no andábamos de pachanga, nos estábamos ganando los frejoles como profesores de un animado grupo de alumnas de la Escuela de Trabajo Social de San Marcos, y me había tocado anclar en Racracalla, la comarca más alejada del distrito de Comas, Cochas y Mariscal Castilla, cuando un  chasqui  de nuevo tipo me dio la buena nueva: ¡Elbita ya dio a luz!

Era mi debut como padre. No hacía ni 72 horas que habíamos dejado Lima con la seguridad de que el nacimiento se produciría en los primeros días de setiembre, dándome el tiempo suficiente - pensé- para asentarme en mis labores en la puna para luego bajar a la capital y esperar el nacimiento.

La cigüeña, sin embargo, no gozaba de tanta paciencia. Ni bien el ómnibus estaba trepando por la carretera central el alumbramiento comenzó a anunciarse. Los nervios, la separación no prevista, la incertidumbre propia de una primeriza obligaron a Elbita a tocar las puertas del Hospital San Bartolomé antes de lo programado. Mi madre y mi hermana Ana me reemplazaron en la fría madrugada limeña cuando el parto era inminente, para luego ser sustituidas por una verdadera cadena de solidaridad implementada por mis amigos sanmarquinos.

En esos años solidaridad era una palabra de gran calibre. Julio Castro y María Julia Tapia, ambos médicos, jugaron su papel dentro del Hospital; Andrés Huguet y Rosita Tapia cubrieron el espacio externo; mientras que en Huancayo, punto de entrada hacia las punas de Junín, los recordados Lucho Ruiz y David Motta fueron los enlaces que me permitieron - chasquis de por medio- saber que desde el 15 de agosto era padre de una criatura que llegó al mundo pesando tres kilos y medio. 

¿Qué hacer en esas circunstancias? Era imperioso mi desplazamiento hacia Lima, pero ¿que llevarle al recién nacido cuyo sexo ignoraba? Racracalla es una comunidad de pastores y agricultores, por lo tanto la textilería no era una actividad ajena a su labores habituales. En el poco tiempo de que disponía adquirí una hermosa manta multicolor,  que con sus típicas fragancias andinas, sirvió para cubrir el cuerpecito de la recién nacida, a la que conocí luego de un viaje espectacular que lo inicié a pie, lo continué en un camión que se desplazaba de las selvas de Satipo hacia Huancayo y lo concluí en un viejo ómnbus de la empresa Hidalgo que contra todos los pronósticos llegó a Lima en el tiempo programado.

En Lima, en mi pequeño depa de Monserrate, me enteré recién que era padre de una mujercita a la que gracias a una sabia salida consensual, pusimos por nombre Clara Celinda, los nombres de sus abuelas...

El nacimiento de mi segundo hijo, Kobi, corresponde a otra historia, su mismo nombre merece un capítulo especial...


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