Renato Cisneros
(Por los Inolvidables)
Con solo veinte años, Fiorela Nolasco ha tenido que hacerse cargo
de un destino que le ha sido impuesto con violencia. Primero le tocó
recoger el cuerpo ensangrentado de su hermano Roberto, muerto a balazos
en la sala de su casa el 2010; y hace cosa de un mes debió reconocer en
la morgue el cadáver de su padre, Ezequiel, asesinado en una bodega por
un sicario que le descerrajó tres tiros en la cabeza y otros tres en el
abdomen.
En lugar de huir de Chimbote como le han aconsejado sus vecinos; en
lugar de mudarse de barrio como le han implorado Martha, su madre y sus
hermanas, Viviana y Pamela; en vez de ceder a las amenazas telefónicas y
quedarse callada, Fiorela está empeñada en pelear cualquiera sea el
costo. “No me importa que me maten, es más fuerte la indignación”, le
confesó hace poco a la periodista de La República Juana Gallegos, sin
disimular la rabia, terquedad, frustración y sed de justicia de que
ahora están hechas sus palabras.
Llevada por un coraje ciego y admirable fue capaz de exigirle al
ministro del Interior seguridad para su familia, y luego pararse delante
del fiscal de la Nación para reclamarle en público por su decepcionante
trabajo en Áncash. ¿En estos tiempos de mafias quién es capaz, como
ella, de ajustarse un chaleco antibalas y gritar —en la mismísima boca
del lobo— que ya estuvo bueno de soportar a los criminales y sus
cómplices?
Sin proponérselo, sin aliados oportunos, postergando a la fuerza la
rutina de su edad, Fiorela se ha convertido en el rostro valiente de una
cruzada trascendental. Ella —que vio a su padre encadenarse
infructuosamente delante del Poder Judicial de Chimbote con cientos de
denuncias bajo el brazo— ahora toma la posta y hasta piensa cambiar la
Ingeniería Civil por el Derecho para convertirse en la abogada de su
propia causa y seguir siendo esto que es: la solitaria defensora de sus
muertos inolvidables.
La República, Lima, 10 de abril de 2014
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