I
De un tiempo a esta parte, el arte popular peruano se ha
enriquecido con la presencia de la creatividad, sueños e imaginación de los
pueblos amazónicos. No hay un espacio artístico limeño, de cierto nivel, que no
cuente hoy en su haber con la presentación de algún creador o creadora
procedente de las profundidades de nuestra Amazonía, y que a través del dibujo,
la pintura, la cerámica o el tejido van revelando su universo cultural,
material y espiritual, incomprendido todavía por quienes siempre han apostado y
apuestan todavía a moldear nuestra realidad con cánones exclusivamente
occidentales.
Pecon Quena, que en la lengua de los shipibos-conibos quiere
decir la que llama a los colores, es una de esas artistas amazónicas. A través
del dibujo ha plasmado a los que desde la perspectiva ideológica de su pueblo
son los verdaderos dueños de la naturaleza.
En ese mundo espiritual, los ríos,
los animales, el viento, e
incluso las propias obras del hombre tienen propietarios, también llamados
madres y hasta diablos – por la influencia cristiana- que pueden dar y quitar, premiar o
castigar. Esos seres velan por los
elementos de la naturaleza y regulan su uso por parte del hombre.
¿Cómo se conjuga la percepción de esos seres con la imaginación
del artista? Veamos un caso, a la dueña
del orégano, en la versión de la propia artista.
Esta dueña, según el relato, es una mujer con vestido largo y
rosado, tiene la nariz larga y tiene alas. Ella cuida su planta, el orégano,
para que no la maltraten porque es una medicina, buena para los dolores de
estómago. Algunas personas lo tienen sembrado en su huerta para prepararlos
cuando hay enfermos, pero antes hay que avisar a su dueño y pedirle por favor
su ayuda. Esto alegra al dueño que les da el poder del uso. ¿Y cuál es el pago?
Se le da un poco de agua después de coger sus hojas y cada vez que se la
utilice hay que hacer lo mismo, porque si no se hace el dueño ya no ayuda.
Pecon Quena tiene cerca de medio millar de historias y
dibujos; cada una de ellas forma parte de la sabiduría shipibo-conibo que Pecon
Quena, desde su infancia, mientras trabajaba en la chacra de un colono, fue haciéndola suya a través de los relatos
de sus mayores, en familia, en sus horas de descanso y de fiesta.
Más allá de bondades estéticas de los trabajos de esos
artistas, para el historiador Pablo Macera, la presencia cada vez más
debilitada de ese imaginario amazónico, presente también con sus propias
particularidades en otros pueblos indígenas de esa región, expresa una línea de resistencia frente a la
agresión externa. Hay que incluirlos, dice, “dentro de este mundo de
trincheras y fronteras donde desde hace siglos
se viene definiendo el encuentro-conflicto de las culturas amerindias
con la colonización occidental” (2004).
II
No le falta razón al doctor Macera. Si hay una constante en
toda la historia de esos pueblos desde la llegada de los europeos a esta parte
del mundo en el siglo XVI, esa es la de oposición al invasor, abierta o
cerrada, legal o ilegal, a través de la cual esas sociedades han ido
salvaguardo, creando y recreando, su mundo material y espiritual, con el que
han respondido a los desafíos de su geografía, de su medio ambiente, de sus
ecosistemas; en un proceso de resistencia que en pleno siglo XXI no ha
concluido, pero que han adquirido nuevas formas por los espacios que esos
pueblos han ido conquistado, pero desde los cuales hoy tienen que confrontar con el extractivismo neoliberal y
su modernización engañosa. Examinemos con algún detalle ese devenir.
Desde que los primeros europeos pisaron esta parte del mundo,
la Amazonía estuvo en el centro de su atención por las leyendas que la
rodearon. Una de ellas, la supuesta existencia de El Dorado en las
profundidades de la enmarañada selva, lanzó a Gonzalo Pizarro, en 1541, a una
desventurada expedición que le costó la vida a la mayoría de sus integrantes.
¿Qué decía esa leyenda que hasta el presente pareciera que sigue viva en el
imaginario empresarial y estatal? Pues que en algún lugar de la jungla amazónica
había un rey que anualmente se pintaba el cuerpo con oro en polvo, que luego
pasaba a despintárselo en un lago de esos parajes. Año a año, siglo a siglo, el
ritual había permitido que ese lago prácticamente estuviese alfombrado en oro…
Pizarro y los sobrevivientes de su expedición regresaron medios muertos a su
punto de partida, pero pese al fracaso, la leyenda siguió alentando nuevos
viajes, que incluyó de tanto en tanto el vaciado de algún lago considerado como
el lago donde los reyes nativos se limpiaban el cuerpo del reluciente oro…
Soldados y misioneros constituyeron las avanzadas
colonizadoras de los tiempos coloniales: unos para conquistar vidas, otros para
conquistar almas; en los tiempos republicanos a esos actores habría que adicionar a los empresarios que atraídos por
el caucho no dudaron en esclavizar, torturar y diezmar a las poblaciones
selváticas que se cruzaron en su camino expoliador dentro de las fronteras
peruanas, colombianas y brasileñas.
Este año justamente se cumplen 100 años de las matanzas del
Putumayo. El presidente colombiano Juan Manuel Santos no ha dudado en pedir
perdón a los pueblos indígenas por las aproximadamente 80000 víctimas del
genocidio. “Pido perdón por sus muertos, por sus huérfanos, por sus
víctimas” dijo el mandatario en una ceremonia especial que se realizó en La Chorrera, una de las
estaciones selváticas que el peruano
Julio César Arana, había montado para extraer el caucho.
Arana y sus secuaces no tuvieron piedad alguna para con los
hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos de los pueblos amazónicos
esclavizados bajo el imperio del terror. Había que atender la demanda externa:
Inglaterra, Estados Unidos, Francia…lo requerían el caucho para sus industrias.
Corrían las últimas décadas del siglo XIX y la primera del siglo XX. La
Amazonía, a través de personajes infames como Arana alcanzó un efímero
esplendor, pero el saldo fue terrible.
Roger Casement, el personaje de El Sueño del Celta, una de
las últimas obras de Mario Vargas Llosa, fue un testigo de excepción de los
hechos. Su Diario del Amazonas (2011) que contiene los insumos de sus informes
oficiales es realmente espantoso. En La Chorrera justamente Casement habló con
uno de los asesinos a sueldo que hacían de empleados de la empresa de Arana.
Éste reconoció haber asesinado a cinco indígenas con sus propias manos: dos por
disparos, dos golpeados hasta la muerte “destrozando sus testículos” y el
último azotado también hasta la muerte.
“Pobre gente hambrienta, azotada y asesinada. ¡Cómo
los compadezco!”
llegó a escribir Casement.
En los años de la fiebre del caucho, la percepción del
indígena amazónico había variado formalmente, en comparación con los tiempos
coloniales, pero en el fondo seguía siendo la misma. Alberto Chirif (2012)
escribe que esa manera de entender “al otro” fue variando de acuerdo a los
intereses de los tiempos y límites que ellos imponen. Primero se afirmó que los
indígenas, a diferencia de los europeos, eran seres inferiores porque no tenían
alma; luego se sostuvo que si bien eran humanos, sin embargo carecían del Dios
verdadero que no era otro que el Dios de los cristianos, la tarea por ende era
cristianizarlos; finalmente, considerándosele como ser humano, con Dios o sin
él, pasó a ser calificado como salvaje. ¿Cuál debía ser entonces el rol de
Occidente? Pues civilizarlo.
Para cumplir con esa responsabilidad no bastaba con la
religión, para eso también estaba el trabajo, el orden y el progreso. Bajo esta lógica, escribe Chirif “se
justificarán correrías, matanzas, torturas, violaciones y otros crímenes”
como las que horrorizaron a Casement.
III
La leyenda de El Dorado o las ilusiones del caucho parecieran
haberse reavivado en las primeras décadas de este siglo. En torno a la Amazonía
peruana en palabras de Marc Dourojeanni
(2010) gran conocedor del tema, “nunca antes en su historia se habían
concentrado tantos proyectos” para la explotación de los recursos
naturales que encierra en su seno, incluyendo propuestas sobre infraestructuras
públicas. Desde los años 90 en que la
economía peruana comienza a girar en torno a los postulados del neoliberalismo
la Amazonía peruana ha sido colocada prácticamente en remate, habiéndose
acrecentado ese interés en las dos últimas décadas. No interesa medio ambiente, ecosistemas,
hombres, cultura, creatividad, lo que importa es colocar en valor a la
Amazonía.
Nadie como el ex presidente García para simbolizar ese
desembozado espíritu crematístico. Sus artículos sobre El Perro del Hortelano,
publicados en el diario El Comercio, dan fe de ello. La Amazonía peruana,
escribió, es el primer recurso que hay que poner en valor, al tiempo que
hablaba de los millones de hectáreas de madera que “están ociosas”, de los ríos
que siendo “una fortuna” se pierden en el mar sin producir energía eléctrica…
Corría octubre de 2007 cuando el ex mandatario publicó esos
textos, de cuya letra y espíritu brotan las razones por las cuales, en el caso
de las hidroeléctricas, impulsó el tratado energético con Brasil y su
materialización inmediata, en reserva y sin atender la normatividad
internacional que desde años atrás salvaguarda los derechos de los pueblos
indígenas. En setiembre de 1991 había entrado en vigor el Convenio No 169 de la
OIT sobre Pueblos Indígenas y Tribales en Países Independientes, en tanto que
en setiembre de 2007 las Naciones Unidas aprobó su Declaración sobre los
derechos de los pueblos indígenas.
En mayo del 2009 los Obispos de la Amazonía, en medio del
conflicto de Bagua, comunicaban al país que en nombre de un sesgado concepto de
desarrollo se estaba permitiendo la deforestación de bosques primarios a favor
de empresas nacionales y extranjeras para invertir en plantas aceiteras y caña
de azúcar. Asimismo, denunciaba la contaminación de los ríos por las
actividades mineras formales e informales y las actividades petroleras, en
tanto que no se detenía la tala indiscriminada
de madera. Hace algunos días, desde Bolivia, en vísperas de la
publicación del Atlas Amazonía Bajo Presión, se ha denunciado que la Amazonía
podría transformarse en una región de tierras desérticas si los gobiernos no le
ponen atajo a la explotación indiscriminada de petroleras y mineras, a la
construcción de centrales hidroeléctricas, carreteras y a la deforestación,
actividades todas que pueden englobarse dentro del extractivismo o neoextractivismo
predominantes en esta parte del mundo.
IV
Si la historia la abordamos desde el lado de los pueblos
indígenas amazónicos y no desde el ángulo de los colonizadores de dentro o
fuera del país, observaremos que esos pueblos tienen en su haber una larga
trayectoria de resistencia a los colonizadores de ayer y de hoy, en el curso de
la cual no han dejado de construir cultura, de afirmarse en sus territorios, de
reagruparse y volver a reagruparse en torno a sus espacios sagrados,
demostrándole al mundo en esa resistencia la vigencia de su manera de vivir, de
pensar, de sentir, de ser diversos en un país donde la heterogeneidad es
consustancial a su existencia milenaria.
Bagua o Madre de Dios, como todos los llamados conflictos
medioambientales, exitosos o no, protagonizados por esas comunidades en los
últimos tiempos, corroboran nuestra afirmación; como asimismo van revelando el
sentido de pertenencia que han alcanzado sea a nivel específico, como
asháninkas, boras, shipibos, awajun… como también a nivel general, como pueblos
indígenas amazónicos, estampado en las resoluciones nacionales o internacionales conquistadas; en cuyo
marco, además, debe ubicarse el
espaldarazo que vienen obteniendo sus artistas como Pecon Quena o los avances
interculturales que traspasan las fronteras del bilingüismo y la educación.
En ese sentido, en el reconocimiento de esa resistencia desde
tiempos inmemoriales, la figura de Juan Santos Atahualpa y su levantamiento en
1742 simbolizan una rebeldía que demostró que era posible apostar por la
autonomía de esos movimientos sociales, en sus objetivos y en su organización;
como que también era lícito, en la búsqueda de la victoria buscar la alianzas
con los pueblos andinos en el entendido, primero, de tener a los mismo
adversarios por delante, y segundo, de que en la suma de esas fuerzas podría
estar la garantía de victoria.
Juan Santos Atahualpa no fue derrotado y sus éxitos
militares, grandes o pequeños no fueron pocos. “A los españoles se les acabó
de su tiempo” dijo un día y los hechos le dieron la razón: con su sola
presencia real o simbólica mantuvo a raya a los españoles en la selva central.
Stéfano Varese (2006) escribirá que durante largas décadas los pueblos
amazónicos gozaron de una independencia perdida desde los tiempos de invasión
española.
V
Mirando el futuro de la Amazonía desde el presente, podemos
constatar que para los pueblos indígenas amazónicos el piso no está parejo,
está inclinado. Los grupos de poder, económicos y políticos, piensan como los
conquistadores del siglo XVI o los caucheros de los siglos XIX y XX que en la
Amazonía está El Dorado y que basta con desaguar ríos y lagunas para
encontrarse con el anhelado oro. La codicia los ha obnubilado, han olvidado que
los históricos guardianes de la Amazonía están hoy de pie, orgullosos de su
pertenencia a un mundo milenario, diferente sin duda, pero con los mismos derechos que los demás pueblos
peruanos, dispuestos a seguir avanzando
en la búsqueda de la unidad en la diversidad, para alcanzar el pleno
respeto de sus ambientes, de su cultura, de sus lenguas, de su creatividad y
sensibilidad, en dos palabras: de su mundo material y espiritual.
Lima, diciembre de 2012
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
CANAYO, Lastenia, Los dueños del
mundo shipibo, UNMSM, Lima, 2004.
CASEMENT, Roger, Diario del
Amazonas, Ed. Unambulista, Madrid, 2011.
CHIRIF, Alberto y Cornejo Manuel
(Editores), Imaginario e imágenes de la época del caucho: Los sucesos del
Putumayo, CAAAP, Lima, 2009.
DOUROJEANNI, Marc El
futuro incierto de la Amazonía peruana, En Le Monde Diplomatique, No 35, abril
de 2010.
LIBRO AZUL BRITÁNICO, CAAAP,
Lima, 2012.
SANTOS, Fernando y Barclay,
Frederica, La frontera domesticada, PUC, Lima, 2002.
VARESE, Stéfano, La Sal de los
Cerros, Congreso del Perú, Lima, 2006
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