miércoles, 27 de junio de 2012

CARTA A CARLOS IVÁN, MI HERMANO


Carlos Iván Degregori partió hace un año. Juntando fuerzas, Felipe, su hermano, vuelve a escribirle. Ésta es la segunda carta que nos autoriza reproducir. La primera la escribió al poco tiempo de la muerte de CID. Aquí le habla como si estuviera vivo; confidencias de hermanos cómplices que intercambian secretos. 

Querido hermano: Hace meses que quiero escribirte y no puedo. Te quería escribir el 11 del 11 del 11, día de tu cumpleaños, pero no pude. Ahora estoy igual, debatiéndome hace semanas en el trance de no poder escribirte. Quería dedicar la carta, como acostumbro hacerlo, a quien dice llamarse Luis Favre pero no se llama así. ¿Recuerdas lo que yo te comentaba cuando hacía la campaña publicitaria del Comandante, hoy Presidente, sobre ese sujeto vampiresco al que no se le podían tomar fotos ni filmarlo; el que siempre que grabábamos los spots estaba tras bambalinas dirigiendo todo? 

Te contaba que era déspota, que trataba muy mal a la gente, que aparentemente no tenía sentimientos y ni un ápice de sensibilidad; que, estoy seguro, se sentía muy superior al pobre Comandante, hoy Presidente, y que éste probablemente ni se daba cuenta. Ese sujeto, al que en la dedicatoria de la carta iba a llamar “rata de desagüe”, es, aunque no lo creas, el que actualmente guía nuestros destinos como país, desde las sombras, escondido, pálido, sin permitir que le caiga la luz del Sol, porque podría matarlo. 

A la dedicatoria le quería poner un epígrafe sacado de uno de tus libros: “¡Oh padres, sabedlo bien: el insecto es intransmutable en hombre, mas el hombre es transmutable en insecto!”, cita de Carlos Germán Belli, y luego quería poner mi propio epígrafe sacado de una canción que canta Chabela Vargas: “Nada me han enseñado los años, siempre caigo en los mismos errores”. 

 Quería comenzar esta carta diciéndote que en los últimos meses me he dado cuenta de que desde el día, hace ya más de tres años, en el que, en la mesa del comedor, dijiste “tengo cáncer al páncreas, el más chúcaro y doloroso de todos”, algo imperceptible pasó en mí. No acusé recibo de lo que habías dicho, me entró por un oído y me salió por el otro; quizá no pude aceptar la noticia, y no algo, sino todo, se cerró en mí. Desde ese día no he podido sentir nada: no he podido llorar, no he podido llorarte, ni una lágrima. Mi corazón ha quedado blindado de acero y no puedo sentir; y, lo peor de todo, no puedo aún despedirme, hermano. No me despedí cuando debí hacerlo; cuando tú, mirándome a los ojos, me preguntaste: “¿Y esto es ya el final?”. Y yo callé. Grave error, hermano, del cual no puedo recuperarme hasta ahora. Todas las noches y madrugadas sigo viéndote preguntarme si ya era el final y trato sin éxito de contestarte, de darte explicaciones, de decirte lo que debí decirte de acuerdo con nuestro pacto de decir siempre la verdad. Te digo una y otra vez que sí era el final y que te vayas tranquilo, que mucha gente te quería, que todo estaría bien, que yo vería por mi madre, que descanses, que te relajes, que te vayas tranquilo. Lo repito noche a noche, pero al aire, a las paredes de mi cuarto, porque tú ya no estás. Anda, hermano. Anda tranquilo más allá del lugar donde habitan las estrellas, y guíame desde allí. Sal ya de mí, hermano; perdóname de una vez el no haberte contestado. Déjame, por favor. Estoy sumido en el mar de la melancolía: no puedo trabajar, no puedo comer, he perdido mucho peso y hay un par de cosas que aún quiero hacer antes de morir. Dame una tregua, un tiempo para hacerlas, por favor, hermano. Haz que mi corazón se abra, que pueda llorar, que pueda olvidar. 

También quería contarte cosas menos personales pero que sé que te interesarán, si es que no las sabes ya. Quería contarte que, con la entrada del Comandante, el “Partido” tomó el poder: todos los antiguos militantes ocuparon puestos importantes en el Gobierno. Pero luego el “Partido” perdió el poder. Fue Carlos Tapia, el Loco Tapia, quien salvó el honor de la vieja militancia; no en vano es el Secretario General. Denunció a la rata de desagüe, dijo públicamente lo que ese sujeto era y perdió su puesto de jefe de asesores de la PCM. Poco después se produjo la primera crisis de Gabinete y toda la gente digna se fue, hermano. Todos renunciaron; incluso Isabel Coral, que, por su ubicación en un puesto no tan político, pudo quedarse. Pero esa mujer corajuda renunció también. Lástima que he perdido su amistad, al igual que la de todos; en el caso de ella, porque dice “haberse sentido maltratada” por la forma en la que yo administraba tus visitas. Ella no era consciente de que hablaba con una persona a la que en cada palabra se le iba yendo la vida. Nunca se dio cuenta de que en su última visita tú estabas ya en agonía, y nunca sabrá que, cada noche, lo que tú más me agradecías era la forma como administraba tus visitas. 

Todos renunciaron honrando la memoria del señor de terno que pongo en la foto. Ya muy pocos deben saber quién es, pero los viejos militantes sí lo reconocerán. El único que queda en el poder es nuestro congresista andino, tal vez porque su puesto es “irrenunciable”. Pero anda en malas juntas, hermano, como se ve en la foto, y sigo esperando que proponga lo que a ambos nos dijo en tu cuarto, una noche: “Lo primero que habría que plantear en el Parlamento Andino es su disolución, porque no sirve para nada, a diferencia del Parlamento Europeo, que sí tiene un peso político”. Parece que todo quedó en palabras, porque hasta ahora no plantea la disolución. ¿Por qué será? 

 Luego de que todos los amigos se fueron, hermano, el Gobierno dio un viraje a la derecha y decidió poner de ministros a “técnicos”, lo mismo que, se supone, hizo Toledo. Ahora no hay quién explique lo que pasa en el Perú, hermano. He leído frases que dicen: “Cómo no estuviera CID aquí para que explique qué pasa en nuestro país”. Tal vez tú podrías explicarlo, hermano. El Comandante tiene de Ministra de la Mujer, en vez de Mocha, a una evangélica retrógrada que ha echado por tierra todo lo que Mocha estaba haciendo a favor de la mujer. Para que la conozcas, ahí te pongo un diario garabateado que encontré tirado frente a DEMUS. 

 Me da la sensación de que nadie entiende nada: Sendero resurge ahora en forma parecida a las FARC; el Comandante tenía en la última encuesta algo así como 56% de aprobación. (¿Sectores A y B en pleno? No lo sé: no leí el detalle de la encuesta); tenemos ya más de 50 mil millones de dólares en reservas, pero aparentemente poco ha cambiado. (O será mi miopía política la que hace que no vea las cosas tan buenas que está haciendo el Asesor que dice llamarse “Luis Favre”. No lo sé, nunca en realidad me ha interesado mucho la política, pero quisiera poder entender un poco más a dónde vamos. Actualmente estamos en la segunda crisis de Gabinete en menos de un año.) 

Para terminar esta “carta inconclusa”, hermano, quisiera contarte que he logrado llegar a la marginalidad TOTAL. Tal vez eso es lo que siempre he querido. No sé si es por mi blog o por qué, pero he sido olvidado, he hecho realidad ese sueño; no como los pobladores de Chungui, que en el documental que hicimos se quejan de estar “olvidados”, sino sin queja alguna. He logrado lo que siempre quise: salir de todos los circuitos y ubicarme en uno en el que no me cruce con nadie. Y así es, hermano. Ya no veo a nadie ni nadie me ve a mí; no me han invitado a ninguno de todos los homenajes que se están haciendo por el primer aniversario de tu muerte, a ni uno solo, y, la verdad, no me quejo. Tampoco hubiera asistido a ninguno de ellos, salvo a tu misa en el momento de la comunión. 

He logrado lo que logró un personaje de historieta: ser transparente. Lo terrible es que parece que he arrastrado a nuestra madre a esa marginalidad total. Y me pregunto: ¿Qué culpa tiene ella de que yo sea un personaje repugnante? No vivimos juntos, ella tiene su departamento, pero, en el colmo de la inhumanidad, ya nadie la visita… ¿tal vez porque yo vivo muy cerca de ella, porque vivimos en el Rímac? (Y la gente de Barranco no pisa el Rímac.) El hecho de que ya nadie, ninguno de los amigos, se acuerde de nuestra madre, me parece muy injusto, triste y cruel. 

Se regocijan dando charlas sobre “tu pensamiento”, interpretando tus libros, presentándolos con paneles de eruditos, reeditándolos, lucrando con el hecho de haber sido amigos cercanos tuyos, usando tu nombre por aquí y por allá sin jamás haberte consultado; pero ninguno se acuerda de que visitaba siempre a nuestra madre cuando tú vivías y le traían flores, chocolates y frutas. Ahora ya los amigos no existen, pero siguen usándote. Yo visito a nuestra madre diariamente, y muchas veces hablamos de nuestra soledad absoluta, casi sólida como un vidrio que se puede tocar. Conversamos de qué sentido tienen nuestras vidas; a veces, incluso, de para qué seguimos; ella, como siempre inteligente, con una sabiduría emocional enorme, me consuela, trata de que no me hunda, me da ánimos. Pero, lamentablemente, sus palabras no pueden traspasar el blindaje de acero que cubre mi corazón. Si hubiera podido escribir la carta larga que pensaba escribirte, la habría combinado con fragmentos de una canción de Joaquín Sabina, “Así estoy yo sin ti”. Dice su letra: “Como un pájaro en un desfile”, “perdido como el ojo del maniquí”, “así estoy yo sin ti”. 

 Hasta la próxima, 

Felipe 

revista ideele

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