sábado, 5 de febrero de 2011


CHUPACALATO

Aunque muchos de mis amigos no lo crean este humilde servidor algún día pasó por la pila bautismal; algo más: dicen las buenas lenguas de la familia que recibí el agua bendita en la Iglesia de San Sebastián, la misma en que fueron bautizados Santa Rosa de Lima y San Martín de Porras, nada de lo cual impidió por cierto que años más tarde, muy sanmarquinamente, sacara mis chivas de la grey católica para ir a engrosar las filas de los millones de descreídos que pueblan estas viñas del señor, en las que hoy me mantengo, lejos, muy lejos felizmente, de todos aquellos sodalicios, opusdei, y malandrines con sotana, que se han convertido en caseritos de las primeras planas de los periódicos no justamente por sus prácticas bienaventuradas.

Como todo bautizado tuve un padrino, un buen hombre que con el tiempo resultó siendo todo un personaje en la familia y en el barrio donde vivía, por la forma como había asimilado, a pesar de ser provinciano, las criollísimas habilidades de algunos bebedores limeños. Antropológicamente hablando era un serrano aculturado, o si ustedes quieren un serrano acriollado, que a la hora de empinar el codo bebía siempre como dueño del santo, pero que a la hora de pagar la cuenta se le achicaban los brazos de tal forma que sus manos nunca llegaban a sus bolsillos para poner la suya. Y si llegaban, jaqueado por los amigos, era en vano, sus bolsillos parecían congeladoras, siempre estaban fríos.

Hay algo más, a éste manicorta le gustaba beber bien, en el exacto sentido del término: la cerveza al polo, heladísima y al ras del vaso, para empujársela en un solo tirón. No era hombre de tertulias ni de ponerse a escuchar los discos de una rockola. “A una cantina se viene a tomar” decía muy dueño de la situación. Fue en estas lides que se ganó la muy expresiva y criolla chapa de “chupacalato”: el hombre que bebía sin tener un sol en el bolsillo; apodo que lo acompañó hasta el día que peló los ojos, porque recuerdo que la noticia principal de radiobemba en los ambientes que frecuentaba decía: ¡ha muerto chupacalato carajo! ¡ha muerto chupacalato carajo!...

“Chupacalato” murió en su ley, bebido hasta sus tapas, no como quizá hubiera querido, en medio de un mar de cerveza, porque irónicamente se estrelló con su carro contra la parte posterior de un camión distribuidor de aguas gaseosas… eran las 4 de la tarde del verano de no sé que año.

Hoy 4 de febrero este padrino tan singular hubiera cumplido 95 años. Como dicen los españoles ¡Vale!, ¡Salud! por ello, sea cual sea el puerto del mar de la tranquilidad donde haya anclado.


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