LA POTO
BENDITO
Rembrandt
Marco Aurelio Denegri
Don Erasmo Muñoz, negro entretenido y sabedor, y usuario de la voz insigne, lo cual me emociona porque vuelvo a creer, siquiera momentáneamente, en la observación de Baralt, a saber, que el pueblo es depositario y guardador fidelísimo de las tradiciones del lenguaje; don Erasmo, repito, cuenta con la llaneza que suele, un interesante caso de proscrita convivencia.
"Aquí en el valle, por ejemplo, hay una señora a quien le dicen 'La Poto Bendito' porque se vive con un cura. A mí me han dicho que cuando una mujer tiene relaciones íntimas con un cura, se vuelve mula a las doce de la noche, y a las doce del día las huellas de sus zapatos se vuelven igualitas a las huellas de una mula."Una tía mía en Aucallama vio convertida en mula a una señora que vivía con el cura de allí. Seguramente se convierten en mula porque este animal es muy raro, ya que es hijo de burro y yegua y además no puede tener hijos. ¡Cómo son las cosas!" (José Matos Mar y Jorge A. Carbajal H., Erasmo Muñoz, Yanacón del Valle de Chancay. Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1974, 61.)
La singular conversión de que se trata es creencia muy antigua. Refiere Palma que la Inquisición de Lima le había echado el guante a un fraile rondeño y mujeriego de treinta y nueve años, "porque diciéndole una confesada, a quien requería de amores, que las barraganas de los frailes se convertían en mulas, él le aseguró que, por el contrario, se iban vestidas y calzadas al cielo". (Palma, Tradiciones Peruanas, VI, 227.)
Teólogos tetales
Por más reprobatoria que haya sido y sea la actitud de la Iglesia Católica con respecto al erotismo, antes se oyeron y hoy también, voces eclesiásticas discrepantes. Por ejemplo, en el siglo XVII, cuando era vitando para cualquier católico manosear las tetas femeninas durante la cópula, los jesuitas Benzi y Rousselot juzgaron admisible tal manoseo. Razón por la cual se les llamó teólogos tetales.
Semejante permisión era atrevimiento, por no ser precisamente honestas las partes que en opinión de aquéllos era lícito palpar repetidamente. Regía entonces la creencia, absolutamente infundada, de que era pecaminoso desnudar la tetamenta para complacerse haciendo con ella varias cosas fácilmente imaginables y deleitosas; y por cierto que la delectación no era únicamente masculina. También la mujer gozaba, aunque no manifestase claramente su goce. El deliquio voluptuoso en el que termina toda creciente arrechura ha sido inaceptable para la Iglesia Católica. Lo sigue siendo. No importa. Al fin y al cabo, a la Iglesia Católica ya no le hace caso nadie, ni siquiera los mismos católicos.
La República
25 de setiembre de 2009
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