UNA BOBADA
Lo dice el diario El Comercio de hoy sábado 17 de octubre: en ninguna de las 52 discotecas y bares visitados por sus reporteros, se eligió anoche al amigo que según la campaña del Ministerio de Transportes y Comunicaciones debería de dejar de beber para luego de la jornada chupística, trasladar a sus amigos beodos a sus respectivos domicilios; para de esta manera, según la misma campaña, disminuir los riesgos de accidentes en las pistas y carreteras del país.
Por supuesto que ninguna persona que esté en sus cabales puede oponerse a las campañas que se orienten a reducir drásticamente el número de accidentes de tránsito. Pero hay campañas y campañas, la del "amigo elegido" no es sino una bobada que seguramente se le ha ocurrido a algún personaje que ha pasado de una cofradía de bienaventurados a ejercer alguna responsabilidad en el Ministerio de Transportes.
Esto, porque ese señor o esos señores ignoran lo que a mi entender es una premisa fundamental: el Perú es tierra de bebedores. Sea cual sea el licor que se beba, su ingesta forma parte de la idiosincrasia de nuestros compatriotas, de su cultura, de su manera de ser; y los bebedores tienen sus propios códigos, hombres y mujeres, en los que se van formando desde que se incorporan al mundo de los tragos, uno de los cuales es justamente que si uno va a una reunión de esa naturaleza, va para beber, no para mirarle las caras a sus amigos, o en este caso, para observar como sus patas beben. Si la noche la vas a pasar en blanco, mejor te quedas en casa, mirando televisión o durmiendo.
Los peruanos bebemos licor desde tiempos inmemoriales. Aunque hay que reconocer que nunca se había bebido tanto como ahora. ¿La razón? Pues la tenemos a la mano: la propaganda de toda naturaleza, abierta o subliminal, que origina que ahora, desde la niñez, empinemos el codo por quítame esta paja, para lo cual hasta se distribuye el trago gratuitamente, a diestra y siniestra, habiéndose creado fechas especiales, como las del pisco, o la del pisco sour, para iniciarnos en las bondades de estos licores, por no hablar de celebraciones exprofesamente pautadas: día del padre, de la abuela, del tío, de la amistad...
La foto que ilustra esta nota es un buen ejemplo. Después del terremoto del 15 de agosto del año 2007 el inefable Rafael Rey, conspicuo militante del Opus Dei, opositor a muerte del aborto y del Museo de la Memoria, tuvo la ocurrencia - de alguna manera hay que llamarla- de pretender agradecer a los países solidarios con nuestra desgracia, entregándoles una botella de pisco que llevaba una marca que indicaba el grado alcanzado por el catastrófico sismo. ¿Para brindar en medio del dolor? Ustedes tienen la respuesta.
Comencemos entonces, si se quiere realmente disminuir el consumo de alcohol, por atacar a la madre del cordero, regulando la propaganda abierta o subliminal que busca aumentar el consumo de bebidas espirituosas, o eliminando todas aquellas fechas conmemorativas ideales para pasarse de tragos; medidas que deben ser acompañadas de una campaña educativa sistemática, de abajo hacia arriba y de sanciones drásticas para todas aquellas autoridades - como el ex Alcalde Allison- que se vayan de boleto a la hora de mandarse sus copetines, o que como el Ministro Rey se vuelvan marketeros del licor, sea cual sea su camuflaje.
¿Alquien se anima a ponerle el cascabel al gato?
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