LE DUELA
A QUIEN LE DUELA
El sueño
Estar en Cuba siempre fue uno de mis sueños juveniles. La lucha de su pueblo contra el régimen de Batista, que había convertido la isla en el prostíbulo de los norteamericanos, el triunfo de la revolución verdeolivo en 1959 y su decisión soberana de abrazar el socialismo, esa gran utopía de mi generación, se constituyeron en motivos más que suficientes para querer visitar la tierra de Martí y Maceo. Mentiría, sin embargo, si afirmara que eran las únicas razones. Como amante de la música cubana siempre quise escucharla en sus propias fuentes, no a través de la radio, del video o del disco, sino saborearla en vivo, con el maridaje del inigualable ron cubano, y si la suerte me acompañaba, bailarla, aunque hiciera el ridículo, con alguna de esas míticas mujeres cubanas: blancas con cuerpo de negras, negras con fragancias de caney, mulatas con ojos del color del mar Caribe…
Juanes fue el detonante, me dije ¡Ahora o nunca! al mismo tiempo que sacaba una mochila y me trepaba al primer Copa que aterrizó por Lima ese inolvidable jueves 17, porque mismo borracho del cuartel primero quería llegar sazonado al Festival del 20; o como se dice ahora antes de, quería pasar revista, mínimo, a la Bodeguita del Medio o al Floridita, clásicos bohíos habaneros.
El otro lado de la luna
Y oiga usted, apenas llegué me di cuenta que había llegado al otro lado de la luna. Porque no es usual, pisando nomás el aeropuerto Martí, darse cara a cara con un especialista en Relaciones Internacionales convertido en guía de turismo, que con toda la amabilidad del mundo te decía: ¿Perú? Ahhh, la tierra de Chabuca Granda y de José Carlos Mariátegui el primer marxista de América Latina…
Y en La Habana vieja o nueva, en Miramar o en el Vedado, en sus calles, plazas, museos, tabernas… me iba a dar con el mismo cuadro de amabilidad y solidaridad, de conocimiento del mundo, de franqueza y alegría, de libertad y generosidad. Porque como bien lo decía una linda habanera, “somos libres…” Y claro, son libres de todos los hijos de puta que antes de 1959 se levantaban la isla en peso, como son libres para persistir en el camino del socialismo porque a ellos les da la gana, aunque el mundo, sí el mundo, con no sé que autoridad, se les tire encima. Y libres porque tienen todas condiciones, que no existen en nuestros países capitalistas, para desarrollar al máximo sus facultades intelectuales y físicas.
Ya me lo decía en Lima ese negro bueno que se llamó Víctor Ariosa Abreu: antes de la revolución no éramos nada. Ahora, lo digo, Cuba puede darse el lujo de entregarle a la Unesco su método de alfabetización: Yo si puedo, probado exitosamente en más de 30 naciones, sin menoscabo alguno de las identidades culturales, tradiciones idiomáticas y costumbres de los millones de hombres y mujeres que han aprendido a leer gracias a ese programa.
Y lo hicieron sin cobrarle un puto cobre a nadie, conscientes de que a nivel mundial siguen existiendo falencias en el plano de la alfabetización, que la isla ya no las tiene.
O Cuba puede mostrarle al mundo – como lo reconocen los organismos internacionales de salud- un programa nacional de prevención y control del dengue que es uno de los mejores de la región, en un escenario donde el dengue hemorrágico, la forma más grave que puede adquirir, es un problema creciente.
Y tú que tienes que mostrar como logro educativo o de salud – me decía internamente-, en esos clásicos arranques reflexivos que se avivan con los tragos; peor todavía si te cruzabas con algún trotamundo, que al enterarse que eras de Lima, a boca de jarro te decía ¿Lima? muy violenta, muy violenta. Era la medianoche en La Habana, y seguía dándole a la pelota, sin cogoteros a la vista…
Y en La Habana vieja o nueva, en Miramar o en el Vedado, en sus calles, plazas, museos, tabernas… me iba a dar con el mismo cuadro de amabilidad y solidaridad, de conocimiento del mundo, de franqueza y alegría, de libertad y generosidad. Porque como bien lo decía una linda habanera, “somos libres…” Y claro, son libres de todos los hijos de puta que antes de 1959 se levantaban la isla en peso, como son libres para persistir en el camino del socialismo porque a ellos les da la gana, aunque el mundo, sí el mundo, con no sé que autoridad, se les tire encima. Y libres porque tienen todas condiciones, que no existen en nuestros países capitalistas, para desarrollar al máximo sus facultades intelectuales y físicas.
Ya me lo decía en Lima ese negro bueno que se llamó Víctor Ariosa Abreu: antes de la revolución no éramos nada. Ahora, lo digo, Cuba puede darse el lujo de entregarle a la Unesco su método de alfabetización: Yo si puedo, probado exitosamente en más de 30 naciones, sin menoscabo alguno de las identidades culturales, tradiciones idiomáticas y costumbres de los millones de hombres y mujeres que han aprendido a leer gracias a ese programa.
Y lo hicieron sin cobrarle un puto cobre a nadie, conscientes de que a nivel mundial siguen existiendo falencias en el plano de la alfabetización, que la isla ya no las tiene.
O Cuba puede mostrarle al mundo – como lo reconocen los organismos internacionales de salud- un programa nacional de prevención y control del dengue que es uno de los mejores de la región, en un escenario donde el dengue hemorrágico, la forma más grave que puede adquirir, es un problema creciente.
Y tú que tienes que mostrar como logro educativo o de salud – me decía internamente-, en esos clásicos arranques reflexivos que se avivan con los tragos; peor todavía si te cruzabas con algún trotamundo, que al enterarse que eras de Lima, a boca de jarro te decía ¿Lima? muy violenta, muy violenta. Era la medianoche en La Habana, y seguía dándole a la pelota, sin cogoteros a la vista…
Definitivamente, lo repito, había llegado a otro mundo, al que injustamente se mide con una racionalidad que corresponde a nuestras realidades económicas y sociales, pero no a la de esos millones de cubanos que desde hace 50 años están demostrando la posibilidad de construir un orden diferente, con un mundo conceptual que se ajusta a esa utopía.
Decisión soberana
Lo digo de otra manera. El capitalismo a lo largo de centenares de años ha levantado una armazón de ideas, conceptos y valores que corresponden a su lógica de funcionamiento. Como referencia: las ideas de libertad, de felicidad o de alegría, que priman en esos escenarios sociales, incluyendo el nuestro, llevan la impronta de esa manera de entender las cosas. El socialismo cubano, con todas sus limitaciones e imperfecciones, se mueve en función de otros derroteros, de otra manera de entender el mundo, la libertad, la felicidad, los derechos del hombre.
Es la decisión soberana del pueblo cubano, le duela a quien le duela, para tomar las palabras de Juan Fornell, el líder de Van Van, cerrando ya el Concierto de Paz sin fronteras, el histórico 20 de setiembre en la Plaza de la Revolución.
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