lunes, 7 de septiembre de 2009

EL PENSAMIENTO
FASCISTA
(Fragmentos de Notas para el estudio
del fascismo peruano)
José de la Riva-Aguero


El fascismo aristocrático tiene en, José de la Riva-Agüero, quien había rehabilitado su título nobiliario colonial de Marqués de Monte Alegre de Aulestia, su mejor y más apasionado exponen­te. En .Riva-Agüero el fascismo, confesado sin eufemismo alguno y profesado con fervor, coinci­de con su vuelta a la fe católica. Para Riva-Agüero la democracia era el "señorío de la hez", el "gobierno de la chusma", y el fascismo, cris­tianizado en la pila bautismal de un catolicismo ultramontano, la única ideología capaz ya de poner freno al socialismo ateo y al liberalismo protestante. En la palabra, dura siempre y siem­pre valiente, de Riva-Agüero se expresan los te­mores de la vieja oligarquía ante el peligro de perder el control político de manera definitiva. Son los herederos de la "república aristocrática", agrupados hasta entonces alrededor del civilis­mo, que vuelven a la caída de Leguía para ha­cerse nuevamente del control del aparato esta­tal. Como fascistas del más viejo cuño e hijos espirituales de la ideología elitista de Bartolomé Herrera y Alejandro Déustua, plantean críticas al liberalismo, reniegan de nuestra escasa tradición democrática, califican al "siglo de las luces" de madre nutricia de todos los males sociales, des­precian a las masas, "la hez", y arremeten con todos sus bríos contra el comunismo. Pero Riva-Agüero no fue propiamente un ideólogo del fas­cismo, como Raúl Ferrero Rebagliati, ni un tenaz propagandista, como Carlos Miró Quesada Laos y Guillermo Hoyos Osores, ni tampoco un orga­nizador de "camisas negras", como Luis A. Flo­res. Fue ante todo un profundo sentidor de los ideales fascistas y un trasmisor de sus vigencias fundamentales" En Riva-Agüero el fascismo es una actitud sin duda gallarda, una profesión de fe mantenida con entereza, un gesto que recoge las angustias y tardías aspiraciones de una cla­se que se bate en retirada, una nueva dación de forma a nuestra vieja tradición autoritaria. Y ha­blo de gallardía, de entereza y de gesto porque el fascismo de Riva-Agüero no sabe de medias tintas ni de fáciles acomodos. Basta leer sus escritos de estos años, basta incluso conocer el tí­tulo del más característico de sus libros a este respecto: Por la verdad, la tradición y la patria. El título mismo es ya un slogan fascista. El Riva-Agüero de estos años —sabemos que hay en la evolución de su pensamiento una larga etapa profascista que aquí no presentamos— confiesa públicamente su devoción por Mussolini, su ad­hesión a la Italia fascista, su admiración por Jo­sé Antonio Primo de Rivera, el fundador e ideó­logo de la falange española. Y si algo le separó de Hitler y del mazismo fue el racismo abierta­mente confesado y los maltratos a la Iglesia Católica. El recurso a la tradición es en Riva-Agüero un intento por extraer de nuestro pasado au­toritario —borrando de él todo lo que hubiese de democrático y progresivo— fuerzas de restau­ración. Y restauración significaba, frente al inci­piente desarrollo capitalista y frente al peligro del socialismo y del populismo aprista, recupera­ción del control total por parte de la vieja aris­tocracia de la tierra y de los sectores más auto­ritarios de la nueva burguesía financiera. Era nue­vamente el civilismo en acción, intentando ahora agrupar a "las derechas" y recurriendo al fascis­mo como elemento ideológico de cohesión. Ri-va-Agüero fracasó en sus intentos de unificación, pero su gesto quedó como símbolo de los es­fuerzos agónicos de restauración del antiguo or­den por parte de un sector social que comenza­ba a batirse en retirada.


Al calor de las posiciones de Riva-Agüero y de la prédica de religiosos italianos y españoles fue surgiendo un fascismo mesocrático que recogía las aspiraciones de los sectores medios urbanos y les daba una forma ideológica. El fascismo mesocrático arraigó en los claustros de la Universidad Católica, en las filas de los miembros de la Acción Católica y en los colegios regentados por religiosos. Este fascismo no es sólo un gesto, es también un intento de elaboración ideológica de la experiencia histórica peruana desde los intereses y aspiraciones de la "intelligentzia" y de las capas medias profesionalizadas. Cuando se leen con atención sus textos —especialmente los de su máximo ideólogo, Raúl Ferrero Rebagliati—, se advierte que se trataba de una juventud ganosa de ideales, de una juventud que no cree ya en la capacidad de la vieja clase dominante para dar respuesta a las urgencias del momento y que no está dispuesto a dejarse ganar por el populismo y el socialismo. Ni capitalismo depredador de las riquezas nacionales y superexplotativo, ni socialismo ateo y aniquilador del individuo. En comparación con el fascismo aristocrático, el fascismo mesocrático es mucho más que una simple justificación del autoritarismo. No se trataba sólo de legitimar la represión sino más bien de elaborar una ideología que pudiese presentarse como alternativa entre la desnuda violencia de las clases dominantes y el cercano peligro del populismo. Desde esta posición, los fascistas de las capas medias urbanas aciertan a denunciar las lacras producidas por un capitalismo a medias, dependiente y superexplotativo, pero su acierto en la denuncia se transforma en debilidad en el momento de la proposición. El recurso a lo autóctono y a lo que en nuestra historia había de oposición había sido ya capitalizado por el movimiento indigenista, por el aprismo y por el socialismo. Al fascismo mesocrático no le quedaban sino la conquista, la colonia y momentos aislados de la república, encarnados en determinados personajes. Una historia fragmentada, hecha de episodios sin continuidad. Pero lo fragmentario no se condice con una visión del mundo. Fue, por eso, necesario recubrir la discontinuidad con una apariencia ideológica. Y surgió así la ideología del mestizaje. A pesar de su aparente intención de conciliar a los diversos componentes de la sociedad peruana, la ideología del mestizaje no pasó de ser el velo ideológico que encubría las aspiraciones a integrar lo andino en el mundo occidental y cristiano. Pero bastó la presencia, aunque fuese como velo, de la ideología del mestizaje para que el fascismo mesocrático mantuviese ante lo épico una actitud moderada y no de exaltación. Lo épico, visto desde sus perspectivas, se encarnaba en las hazañas y proezas de los conquistadores españoles, pero si hubiesen exaltado a los hacedores de la conquista, difícilmente habrían podido esgrimir el mestizaje como arma ideológica. El fascismo en el Perú carece, pues, de una tradición a la que acudir en busca de inspiración. No es raro, por tanto, que la inspiración le venga de más allá de nuestras fronteras. Raúl Perrero es sin duda el ideólogo más importante de los fascistas peruanos, pero su fascismo fue sólo "copia y calco", mezcla asistemática de elementos del nazismo alemán, del fascismo italiano y del falangismo español. Y no es ciertamente casual que este fascismo, a pesar de contar con el apoyo directo de la Iglesia, no consiguiese traspasar los marcos de las capas medias urbanas y profesionalizadas. E incluso en este terreno se vio forzado a com­petir con el Apra y con la Unión Revolucionaria.


Más importante que la oposición civilización-barbarie fue, en el fascismo mesocrático la de orden-anarquía. La lucha por el orden es enten­dida aquí como freno ante la dispersión generada por el capitalismo competitivo y como muro de contención frente al peligro de penetración comu­nista. Pero la mayor preocupación de los fascistas de las capas medias se centra en la contención del peligro Comunista. Presentamos aquí como muestra sólo textos de Raúl Ferrero, pero un li­gero recorrido por las revistas de la época (Mer­curio Peruano, Revista de la Universidad Católi­ca, Boletines de la Junta Nacional de la Acción Católica, Patria, Ora et labora, Verdades, Revista del Foro, etc.) bastaría para hacer notar que Fe­rrero no está solo. Junto a él están E. Alayza Grundy, M. Alzamora Valdés, C. Arróspide, J. Avendaño, V.A. Belaúnde, Pedro Benvenutto Murrieta, I. Bielich Flórez, J. del Busto, E.A. Cipriani Vargas, J. Dammert Bellido, Rómulo Ferrero Rebagliati, G. Herrera, C. Losada y Fuga, J. L. Madueño, C. Pareja y Paz Soldán, J. Pareja y Paz Soldán, R. Pérez Araníbar, C. Rodríguez Pastor, E. Romero Romana, S. Sánchez Checa, C. Scudellari, J. T. Ibarra Samanez, E. Indacochea Zaráuz, R. Oyague de Zavala, M. L. Montori, M. Cobián Elmore, C. Remy, E. Elmore de G. C., J. Elmore de Thorndike, etc. Preocupaba por enton­ces a la Acción Católica formar una "milicia uni­versal" al servicio de "Cristo Rey" para extender su "reinado supremo y universal". Para ello ha­bía que considerar al catolicismo como pertene­ciente a las "esencias de la nacionalidad", había que recristianizar el matrimonio y la familia, ha­bía que frenar la expansión del protestantismo recurriendo a "un sano y vigoroso despertar de los mejores resortes del alma nacional", había que vigorizar "la conciencia ética colectiva" y defender la educación católica frente a los emba­tes del comunismo ateo y del capitalismo mate­rialista, etc. No queremos con esto decir que todo lo católico fuese entonces fascista, pero sí que el catolicismo combativo, agrupado alrede­dor de la Acción Católica, fue quedando cada vez más trascendido de ideología fascista.

A la muerte de Sánchez Cerro, la Unión Revo­lucionaria, conducida por Luis A. Flores, fue gi­rando hacia posiciones que hemos calificado co­mo fascismo popular. El partido contaba ya con un héroe carismático y con un mártir, Luis M. Sánchez Cerro, con un programa ideológico, El Manifiesto de Arequipa, con un líder, Luis A. Flo­res, con algunos ideólogos y propagandistas, Al­fredo Herrera, Guillermo Hoyos Osores y Carlos Sayán Alvarez, y con masas desesperanzadas y hechas a ver en Sánchez Cerro la encarnación de sus anhelos y frustraciones. Diversos medios de comunicación contribuían a ensalzar la figura del héroe carismático y a poner en él, y luego en su memoria, la posibilidad de realización de toda esperanza. Primero La Opinión, órgano del sanchezcerrismo, que dirige Isaac Alcocer Alzamora, suplido a veces por Víctor A. Maúrtua, Raúl Castrillón y Tomás Manrique. Y más tarde, por nombrar sólo algunos, Crisol, órgano de los "ca­misas negras", que dirige José Amador Añazgo; Acción, dirigido por César A. Meza, secundado por Glicerio Tassara Baillet; La Batalla, bajo la dirección de Juan Picón Pinzas. Unión Revolu­cionaria contaba, además, con una estructura par­tidaria, vertical y rígidamente jerarquizada, que iba desde el comité nacional hasta los comités locales. Y para darse un rostro definido, los fas­cistas de Unión Revolucionaria acuñaron o co­piaron himnos, emblemas y gestos, hicieron de la tumba de Sánchez Cerro un lugar de peregri­naje y desfilaron por las calles de Lima luciendo sus "camisas negras". Una consigna decía guiar sus pasos: "Verdad, justicia, integridad, patriotis­mo. ¡Sólo los camisas negras salvarán al Perú!" Desde bambalinas eran apoyados por Mario Cánepa y Cía., Klinge, Oeschle, Berckemeyer and Co., Banco Alemán Transatlántico, Casino "Pigall", Armando Coz, Dr. Rubín, International Pe­troleum Co., Panagra, Editorial "Inca", Ferrocarril Central, Compañía ítalo Peruana de Seguros Ge­nerales, Empresas Eléctricas Asociadas, etc. En el aparato estatal tienen a sus propios represen­tantes, y cuentan con la aprobación de Riva-Agüero y del mismo Benavides, quienes los utilizan como muro de contención de las aspiraciones po­pulares.
López Soria, José Ignacio, El pensamiento fascista, Campodónico/Mosca Azul editores, Lima, 1981. p.9

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