lunes, 7 de septiembre de 2009

FUERZA
E INTOLERANCIA


Lo dijo César Hildebrandt al final de uno de sus programas en la televisión local: si de rememorar el fascismo y sus daños a la humanidad se trata, a propósito de la 2da guerra mundial, - a la que el diario El Comercio le dedicó algunas ediciones en las últimas semanas- no se puede soslayar su influencia en el Perú; pasando luego el periodista a leer un párrafo de uno de los escritos de Carlos Miro-Quesada Laos, compendiados por Ignacio López Soria en su trabajo sobre el pensamiento fascista en el país, corriente de pensamiento y acción a la que el citado diario le dio amplia cobertura en los violentos años 30 del siglo XX. (leer fragmentos de las notas de López Soria)

En esos años existieron sectores sociales y políticos dispuestos a imponer el fascismo, incubado en Italia y Alemania, pero con efectos multiplicadores en muchos otros países, particularmente en aquellos que a consecuencia de la crisis económica del capitalismo habían ingresado a un franco proceso de efervescencia e inestabilidad política, como ocurrió en esos años durante el gobierno del General Benavides, caracterizado por su naturaleza coercitiva y su acercamiento a los regímenes fascistas europeos.

Las ideas de nuestros fascistas criollos, centradas en el respeto del orden, tradiciones, religión católica, jerarquía, familia, patria, regeneración racial y moral, etcétera, estaban acompañadas de una franca promoción de la fuerza e intolerancia. Riva Agüero, en la bendición de una capilla en la Escuela de Policía sostuvo en 1934 que “…las sociedades necesitan el fundamento de la fuerza, requieren constantemente la coacción material en que se cifra el Derecho”.

En otro momento, el mismo autor, ante la juventud católica exclamó: “… no nos importe que nos motejen de intolerantes. La intolerancia suele ser pusilanimidad y relajación. Sin cierta intolerancia, nada fuerte puede nacer, nada estable subsistir… y en los mansísimos Evangelios, nos dice el señor que no ha venido a traer la paz y la unión a la tierra, sino la guerra, la desunión y el fuego”.

Tener en cuenta esas experiencias es sumamente importante para calibrar adecuadamente el pensamiento y la acción de algunas personalidades, partidos o sectores sociales en los tiempos que vivimos. Lo ocurrido en Bagua, en el sur del país y recientemente en el VRAE, ha originado el despertar de algunos raciocinios que sin medir las consecuencias de sus propuestas, están dispuestos a trabajar sobre la tierra arrasada en aquellos lugares donde la confrontación social, por responsabilidad directa de las autoridades, supuestamente alcanza niveles inmanejables. Ideas que las sustentan con una intolerancia monumental, convencidos como están de ser los poseedores de la verdad absoluta.

¡Bombardear el VRAE! ¡Sacar a los civiles que entorpecen la labor de los militares! ¡Nada de reproches a las Fuerzas Armadas! ¡Nada de ataques contra el Ministro de Defensa!, son algunas de las consignas que esos sectores están enarbolando, tratando de pescar a río revuelto. De un lado, imponer la opción militar-policial como única salida para los problemas sociales; y de paso, con el apoyo de la opinión pública, postergar para las calendas griegas denuncias y procesos que los militares se niegan a afrontar, como la masacre de Putis, ocurrida hace 25 años, y para cuyos responsables se está buscando la impunidad.

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