jueves, 30 de julio de 2009

Monseñor Cipriani:

EN SU SALSA






Es cierto que no hubieron ajos ni cebollas, tampoco la intemperancia de la que suele hacer gala cuando trata algunos temas, como el del aborto o el de los derechos humanos, pero sin duda alguna el Cardenal Juan Luis Cipriani estuvo en su salsa en la Homilía del 28 de julio, al convertir - como gusta hacerlo- lo que debería ser un acto litúrgico en la Catedral de Lima, en una tribuna desde la cual, en su calidad de Jefe de la Iglesia Católica, le expresó a nuestros gobernantes su adhesión ideológica y política en la actual coyuntura que vive el país.

Pero como ocurrió durante los años del fujimorato, al cual también adhirió en cuerpo y alma, el Cardenal examinó la situación política nacional con un solo ojo, con el cual ve lo que él quiere ver, no lo que realmente debiera ver, dribleando como cuando era un excelente jugador de básquet, asuntos cruciales en el desenvolvimiento económico y político del país y las responsabilidades políticas correspondientes

Así, recordando su paso por Ayacucho, en los años justamente de la guerra interna, salió abiertamente en defensa de aquellos miembros de las Fuerzas Armadas a quienes según él se les persigue abusivamente, a pesar de ser ellos los que "nos devolvieron la libertad", acusando a la mayoría de peruanos de ser desagradecidos con quienes incluso "ofrendaron generosamente su vida", advirtiendo finalmente, según su parecer, de cuan peligroso es que la memoria de un país pueda quedar envenenada por el odio, la venganza y las mentiras arraigadas.
Esas palabras no son nuevas. El propio Fujimori y sus seguidores, civiles o militares, las han pronunciado más de una vez - y las seguirán pronunciando- para cubrir sus crímenes de lesa humanidad en los años de la guerra. Sobre el particular - el Cardenal los obvia en sus intervenciones- los jueces peruanos se han pronunciado una y otra vez, y el propio Fujimori - de quien el purpurado fue su representante informal en Ayacucho- ha sido sentenciado por su resposabilidad de los crímenes de La Cantuta y Barrios Altos, en un proceso considerado como impecable. Como también soslaya el prelado las conclusiones de la Comisión de la Verdad sobre las responsabilidades de uno y otro lado, además de los esfuerzos de aquellos sectores que trabajando por la reconciliación y la paz han logrado que el gobierno actual, aunque a regañadientes, priorice la construcción del Museo de la Memoria.

¿Por qué el Cardenal Cipriani no ha hecho mención de esos temas? La respuesta está en la posición recalcitrante que el Cardenal Cipriani mantiene desde los años de la confrontación armada, que lo llevó - léase el artículo de Alberto Valencia que reproducimos lineas abajo- a cerrar las puertas de la Iglesia a los campesinos afectados por el terrorismo de una u otra fuerza, o adoptar conductas abiertamente contradictorias con su labor pastoral. Recordemos, además, que el Cardenal respaldó la amnistía al grupo Colina, estigmatizó a la Comisión de Derechos Humanos por ser, según sus propias palabras, "una cojudez", se opuso a la presencia del Centro Carter como observadores de las elecciones del año 2000, como también consideró innecesaria la construcción del Museo de la Verdad, entre otras acciones realmente nada cristianas.

Desde esa perspectiva, no es extraño que Monseñor Cipriani se haya colocado al lado de aquellos sectores gubernamentales o no, que desde su lectura particular de lo que está ocurriendo en el país, priorizan la mano dura en el tratamiento de los problemas sociales, o nos convocan - sin mayores pruebas- a defendernos de quienes supuestamente desde el exterior complotan contra la democracia peruana. Y así como en los años 90 trabajó en favor de la dictadura fujimorista, el Cardenal quiere ahora que su grey se alinee con el Presidente García y su lectura de la coyuntura. "No debemos ceder a esa mancha viscosa de una ideología que pretende extenderse por nuestro Continente, queriendo someter con el sucio dinero y la violencia populista, la independencia sagrada de nuestro pueblo". Más claro, ni el agua: según este insigne representante del Opus dei, hay que lanzarnos de cabeza contra el chavismo, convertido, desde esa óptica, en enemigo número uno de nuestra sociedad

Se explica por ello que en la homilía del Cardenal no haya existido ninguna referencia a los sucesos de Bagua, ni a las responsabilidades del gobierno actual en la gestación, desarrollo y trágico desenlace, menos al encuadramiento económico social vigente, donde radican las causales de fondo de esos problemas; como también en una democracia que se cae sola por las exclusiones de las que hace gala y que se convierten en el caldo de cultivo de levantamientos de los pueblos amazónicos y andinos.

Finalmente, que el Jefe de la Iglesia Católica peruana haga política desde el púlpito no es novedad, siempre ha sido así; como es verdad también que su política, hasta antes de la aparición de la llamada Iglesia progresista, ha servido para fortalecer las posiciones de los grupos de poder económico y sus representantes políticos, como hoy lo hace el Cardenal Cipriani. Lo contradictorio está en que ese derecho que se arroga este pastor no se extiende al conjunto del clero, como en más de una oportunidad se ha observado, al condenarse públicamente los pronunciamientos de religiosos católicos, que al lado de sus feligreses, se han pronunciado contra los abusos e inequidades del orden vigente.


EL CARDENAL CIPRIANI
Y LA CVR (I)

Alberto Valencia Cárdenas (*)

La última homilía del cardenal Cipriani sobre las conclusiones de la Comisión de la Verdad ha causado tanto malestar en la feligresía ayacuchana que varias instituciones de ese departamento han comenzado a recolectar firmas para solicitar a la santa sede el traslado del Primado de la Iglesia Peruana. Como se sabe, el cardenal Cipriani ha desmentido a la Comisión de la Verdad diciendo "la iglesia ayacuchana sí estuvo a la altura de las circunstancias" en los días aciagos de la guerra contra Sendero. Y eso no es cierto. No debe confundirse a la Iglesia con el arzobispado. Es verdad que la iglesia ayacuchana mantuvo una posición egregia pero monseñor Cipriani fue el representante personal de Fujimori en Ayacucho.

Me duele decirlo, pero muchos feligreses creen que el cardenal Cipriani no es un buen pastor. Es personalista y ambicioso. Más parece un político con ansias de poder o un militar al que le fascina mandar. Es por eso que se convirtió en el complemento perfecto que necesitaba Fujimori. Y por eso Cipriani trabajó tan fervorosamente por la reelección de su amigo fugitivo. Yo no quisiera ofender a la autoridad eclesiástica, mis apreciaciones pretenden ser objetivas. Creo que Cipriani no es el cardenal que necesita el Perú. Y voy a llamar la atención de las autoridades religiosas sobre los siguientes puntos:

1.-La Iglesia no debe inmiscuirse en política porque la política es una ciencia controversial y conflictiva. Después de la desaparición de monseñor Vargas Alzamora el Perú esperaba el nombramiento de un pastor afable, comprensivo, cariñoso. Pero no fue así. Monseñor Cipriani es la antípoda del buen pastor. Es autoritario y tempestuoso. Se enfurece o llora con una rapidez asombrosa. Le falta ecuanimidad. Le cuesta perdonar. Y ésta es la virtud fundamental de un vicario de Cristo.

2.-Algunos analistas sostienen que la culpa de lo que está ocurriendo la tiene el Opus Dei. Yo creo que no. Monseñor Cipriani es como es a pesar del Opus Dei.

3.-Los ayacuchanos conocemos a monseñor Cipriani mejor que nadie. Fue durante diez años el amo absoluto de la iglesia huamanguina. Por eso no tenemos miedo de decir que está acostumbrado a convertir al púlpito en tribuna política. Aquí, en Lima, ya lo ha hecho. En el mismo día de Santa Rosa del año pasado, el cardenal convirtió la catedral en una trinchera política en la que dijo a grito herido: "Basta. Yo no tolero que se me ataque porque quien me ataca, ataca a la Iglesia" (todos lo recordamos). Por respeto o por temor, nadie se atrevió a contestarle inmediatamente pero, unos días después y casi al socaire, el apacible y corajudo obispo de Chimbote Luis Bambarén aclaró el asunto diciendo: "Una cosa es monseñor Cipriani y otra cosa es la Iglesia. Mucha gente dice que entre el arzobispo de Lima y yo hay dificultades. No es así, sólo somos personalidades diferentes. Él se queja porque mucha gente lo critica sin conocerlo. A mí me ocurre lo contrario. Mucha gente me aplaude sin conocerme". Estas frases, entresacadas de varias publicaciones, demuestran que la Iglesia peruana felizmente está sana y está fuerte porque tiene buenas raíces. Y tiene todavía buenos pastores.

4.-Voy a referirme, ahora, a la parte más grave de la actuación de monseñor Cipriani. A los diez años de su labor en Ayacucho. Aquellos a los que se refiere la Comisión de la Verdad.

Cuando monseñor Cipriani llegó a Ayacucho, ese departamento se debatía en la más grave conmoción política de la historia contemporánea: la guerra contra Sendero. Con mucha habilidad y con el apoyo de Fujimori, Cipriani se hizo dueño del departamento. Son testigos de esta afirmación todos los jefes de las reparticiones públicas de Huamanga. Durante diez años no se nombró a nadie en Ayacucho que no tuviera el visto bueno del arzobispo. Todos los presidentes del CTAR fueron digitados por él. Los congresistas, los alcaldes y los regidores de la época fueron escogidos por él. Monseñor Cipriani gozaba del favor palaciego, entraba cuando quería al palacio de Pizarro. Y era, lógicamente, recibido con bombos y platillos en los cuarteles. A su turno Cipriani correspondía bendiciendo las armas cada vez que Fujimori visitaba Ayacucho. Era tanta la confianza entre ambos que Fujimori le pidió al arzobispo que colaborara en la recuperación de la embajada del Japón. Y él aceptó (actuación que volvió a sembrar serias dudas sobre la conducta personal del cardenal y que, en el futuro, será objeto de nuevas investigaciones).

El pueblo ayacuchano estaba enterado de que monseñor Cipriani se reunía y discutía todas las semanas con el jefe político militar las tácticas de la guerra en el departamento. Cipriani conocía hasta en sus últimos detalles todo lo que estaba sucediendo. Conocía de las desapariciones, de las torturas, de las matanzas y de las fosas comunes. Yo sé que la Comisión de la Verdad ha llegado a estas mismas conclusiones pero, hasta ahora, no ha dicho ni dirá una palabra al respecto quizá porque el presidente de la CVR es el rector de la Pontificia Universidad Católica. Pensar que monseñor Cipriani desconocía las matanzas de Ayacucho es como pensar que Fujimori desconociese los latrocinios de Montesinos. Pero aclaremos. Yo no estoy diciendo que el ex arzobispo de Ayacucho haya propiciado la política de tierra arrasada. Estoy afirmando que monseñor Cipriani no podía desconocer las matanzas de Accomarca, Chusqui, Rinconada, Sachabamba, San José de Secce, Lucanamarca y de decenas de pueblos más. El ha escuchado durante diez años, todos los días, a millares de mujeres campesinas clamando por sus seres queridos desaparecidos o muertos. Ellas lloraban infructuosamente en las puertas insensibles del arzobispado. El pueblo ayacuchano las ha visto. Y el pueblo ayacuchano no olvida.

Cómo olvidar, por ejemplo, que en la puerta del arzobispado Cipriani colgó un infamante letrero que decía: "Aquí no se atienden reclamos de Derechos Humanos". Y más abajo otro letrero pequeño que agregaba: "No se otorgan recomendaciones de trabajo".

5.-Por otro lado, es sabido que monseñor Cipriani persiguió, en Ayacucho, con singular dureza a los padres de la Compañía de Jesús (en Lima ha pretendido hacer lo mismo). Cuando Cipriani llegó a Ayacucho habían 26 padres jesuitas, cuando se fue sólo quedaban dos. Pero el actual cardenal no sólo emuló a Carlos III expulsando a la Compañía de Jesús sino que desafió también al pueblo huamanguino desterrando al más querido de sus pastores: al padre Salvador Cavero, capellán de Santo Domingo. El padre Cavero era uno de los más distinguidos oradores sagrados. Predicaba en quechua y castellano, como el Lunarejo, y congregaba, en sus misas dominicales, a centenares de fieles que venían desde pueblos lejanos solamente a escucharlo. Cavero era, además, un excelente escritor. Es autor de las Tradiciones ayacuchanas. Pero Cipriani odiaba a Cavero. Desde que llegó a Ayacucho, el arzobispo lo miró con recelo porque el padre Cavero tenía un gran defecto: era enemigo de la dictadura.

6.-Magno Sosa, el periodista ayacuchano que con mayor energía se ha enfrentado al cardenal Cipriani, dice no comprender cuáles han sido las razones que ha tenido el Vaticano -la cancillería más sabia y más antigua del mundo- para nombrar a Cipriani.Y agrega: creo que en este nombramiento ha tenido mucho que ver Fujimori.

7.-El lunes 5 de febrero del año 2002 el canal 8 de televisión hizo una encuesta pública sobre el flamante nombramiento de monseñor Cipriani como cardenal y el 72% de los consultados se declaró en desacuerdo.

8.-El domingo 4 de marzo el flamante cardenal ofició su primera misa. Aquella vez ocurrió algo inusitado en la vida política y religiosa del Perú: un grupo de jóvenes, después de lavar la bandera del Vaticano, protestó, en la calle, contra el recién nombrado. Cipriani respondió enfurecido, desde el púlpito: "Si no respetan a la Iglesia y a su representante, fuera de ella".

El doctor Juan Delgado, presidente del instituto IDEA de Ayacucho, comentó el incidente de la siguiente manera:

-Un auténtico pastor hubiera respondido de manera diferente. No se hubiera enfrentado a quienes lo criticaban. Los hubiese llamado. Hubiese conversado con ellos. Los hubiese perdonado. Y seguramente los hubiese ganado. Pero monseñor Cipriani es lamentablemente autoritario. Su carácter le está haciendo mucho daño a la Iglesia.

Concluimos nuestro comentario sobre el cardenal Juan Luis Cipriani y su papel en Ayacucho. Queremos recoger la opinión de un viejo y respetado profesor Alberto López Mayorga, caballero del Santo Oficio y fundador de la Asociación de Periodistas de Ayacucho que dice lo siguiente:

-Si siguiendo a Bufón sostuviésemos que el lenguaje es el hombre, monseñor Cipriani resultaría muy mal parado porque Cipriani es dueño del vocabulario más indigno que un príncipe de la Iglesia pueda utilizar. En Ayacucho nosotros no podemos olvidar que aquí estrenó las siguientes frases:

1.- A los terrucos hay que darles de su propia medicina.
2.- Los Santos Evangelios no se oponen a la pena de muerte.
3.- Ya estoy harto de los arrepentidos.
4.- Todas las comunidades han tenido su entripado con Sendero.
5.- Ustedes lo único que saben es pedir.
6.- Los políticos son unos pícaros.
7.- Los periodistas son unos pendejos, y
8.- Los derechos humanos son una cojudez.

Nadie en su sano juicio podría sospechar que estas vulgaridades forman parte del lenguaje corriente de la más alta autoridad de la Iglesia peruana. Seguramente esto no se conoce en el Vaticano. Somos muchos los que creemos que el cardenal Cipriani debe renunciar o ser trasladado, por la Santa Sede, a otra jurisdicción eclesiástica alejada del Perú. Y al solicitar esta renuncia, no estamos cometiendo un acto de herejía o de apostasía. Estamos simplemente haciendo uso de nuestro irrenunciable y sacrosanto derecho de petición. Monseñor Cipriani le hace daño a la Iglesia peruana y desprestigia innecesariamente al Opus Dei.

En los últimos días con motivo del Premio Internacional que ha obtenido el Padre Gutiérrez y la Teología de la Liberación (sin que nadie le pidiese su opinión), Cipriani soltó estas frases que estaban dirigidas, sin duda alguna, contra el humilde y talentoso sacerdote galardonado por los reyes de España. Y dijo: "La Iglesia no es una beneficencia, Cristo jamás dio una limosna a nadie. No hay que confundir el rol de la Iglesia con la función de ciertas instituciones de caridad". Estas declaraciones del primado peruano demuestran una orientación francamente contraria al Concilio Vaticano II y que ha sido la política tradicional de la Iglesia peruana. Negarle a la Iglesia la capacidad de ayudar a los pobres es negar a Cristo que predicó para los más humildes, es negar a Francisco de Asís que abandonó sus riquezas para ponerse al servicio de los menesterosos. La grandeza de la Iglesia radica en su amor a los que menos tienen. No debemos olvidar el mandamiento que nos dio Jesús de amar a tu prójimo como a ti mismo. La caridad cristiana no acepta otra explicación.Cuando estaba terminando el presente artículo algunos doctores en Teología me informaron que el traslado de Cipriani podría ser una realidad. Esto mismo ocurrió en la década del 30 con otro arzobispo tempestuoso y autoritario que puso la Iglesia al servicio de Leguía y abrió las puertas a la más sangrienta persecución política de la historia peruana. Ese arzobispo se llamaba Emilio Lissón y Chávez quien, enfrentado al pueblo y a los estudiantes, en su jugada político-religiosa, pretendió consagrar el Perú al Corazón de Jesús. La jugada le salió mal y el arzobispo leguiísta terminó sus días en una provincia de España donde murió.

(*) Dos veces diputado aprista por Ayacucho.

Tomado de: diario La República (del 10, 13 y 16 de setiembre del 2003)

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