En un país como el nuestro, donde en algunos sectores sociales, hablar de identidad nacional es hablar de temas exóticos, para quienes hemos nacido y vivido en un barrio limeño, de los de antaño, éste se convirtió en un primer referente de coincidencias signadas por la adscripción a una colectividad. En estos espacios, relacionados unos y otros por la necesidad, las esperanzas y los sueños, pero también por la historia, tradiciones y cultura de los barrios que habitábamos, fuimos entendiendo que a pesar de nuestras diferencias raciales, idiomáticas o económicas, estábamos material y espiritualmente hermanados y enraízados a un determinado territorio urbano.
El sentido de pertenencia a ese barrio, partícula de un espacio mayor, surgió y creció así, abonando percepciones de envergadura regional o nacional. En este sentido la música criolla fue un gran catalizador de sentimientos de identidad con el barrio, con las gentes que lo habitaban, con sus amores y desamores, con sus alegrías y tristezas, pero también con el Perú, sus regiones y sus pueblos.
No era raro por ello -ni es raro donde se canta todavía la música criolla- pasar de un vals como Anita de Pablo Casas, a Mi Perú del Chato Raygada, porque ambos expresan el temperamento de importantes sectores sociales que tienen sus propias maneras de sentirse peruano, de querer y sufrir a este país, que está cumpliendo 188 años de existencia republicana.
Estas son las razones por las que en un día como hoy, 28 de julio de 2009, no encuentro mejor manera de saludarlos que presentándoles el producto musical de dos familias monserratinas, los Valdelomar y los Dávila, que a pesar de lo empinado de la cuesta, desde su Peña Cuartel Primero, siguen defendiendo lo suyo: la música criolla, porque como bien decía un vate hualgayoquino: Mientras el alma esté en el cuerpo, lugar le presta a la esperanza...
¡ FELIZ 28 DE JULIO!
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