Se cansaron de ser el eterno leitmotiv de poetas, narradores, pintores, cineastas y cantaautores de todas las latitudes; tampoco quieren seguir siendo el blanco cotidiano de palizas, persecuciones, asesinatos y maltratos de toda naturaleza; mucho menos las Magdalenas de todas las épocas y llantos. Las prostitutas latinoamericanas, mujeres de carne y hueso como todos los seres humanos del mundo, hoy hablan, proponen, discuten y se enfrentan organizadamente a los cafichos de día y de noche, civiles o uniformados, que medran del oficio más antiguo del mundo, sin dejar de hablar, hipócritamente, de derechos humanos.
Pero su batalla va más allá. En el reciente Congreso Mundial de Lucha contra el Sida, las prostitutas han sido muy claras y contundentes: ellas son parte de la solución contra la pandemia, no deben entonces tomarse decisiones a sus espaldas; el mundo tiene que escucharlas, han dicho, porque tienen la experiencia y el conocimiento que les da su labor como para sumarse a aquellos sectores empeñados en enfrentar colectiva y mundialmente a la epidemia.
En el evento citado fue Elena Reynaga, Secretaria Ejecutiva de la Red de Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe, quien dio la cara en defensa de su gremio. Más de un encopetado asistente frunció el seño cuando la vio como ponente. Recordaban todavía sus palabras de presentación en una cita anterior, en la La Habana: NO SOY PUTA, NO SOY PROSTITUTA NI JINETERA, NO SOY CUERO NI MERETRIZ, NI RAMERA, TAMPOCO CORTESANA, SOY UNA MUJER TRABAJADORA, UNA MUJER TRABAJADORA SEXUAL.
Este reconocimiento a su labor como un oficio más, y por ende la justedad de su exigencia de derogar todas las normas que criminalizan el trabajo sexual, están en la base de su gran batalla. Saben que nadan contra la corriente porque están afectando muchos intereses en juego, pero las anima el hecho de que el gremio, o mejor dicho, los gremios, se van incrementando y ensanchando en todo el planeta, especialmente en América Latina, donde pelean por su derecho al trabajo.
Precisamente hace algunos meses, en el Perú, las prostitutas peruanas reunidas en la Asociación Miluska Vida y Dignidad, fueron las primeras en enfrentar una propuesta parlamentaria orientada a prohibir la difusión de anuncios de servicios sexuales en los medios de comunicación. "Es un atentado contra nuestro trabajo" dijeron.
Nada las detiene. En Argentina, donde han logrado un reconocimiento oficial a su labor, un balazo en la nuca segó la vida de Sandra Cabrera, quien dirigía el gremio de meretrices en Rosario, sección de la Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas (AMMAR). El crimen ha quedado impune, el principal sospechoso fue puesto en libertad y el juez que ordenó su detención ha sido apartado del proceso. Pero sus colegas no la olvidan, están moviendo cielo y tierra para que el o los asesinos paguen su delito. Las lágrimas derramadas, afirman, las han hecho más fuertes, no darán ni un paso atrás en sus exigencias.
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