"Es este tu país,/ porque si tuvieras que hacerlo/
lo elegirías de nuevo/para construir aquí/
todos tus sueños/
Marco Martos
No, no me nace decirles felices fiestas. En el Perú, como se dice coloquialmente, la mona no está para tafetanes. Las probablemente 40 mil víctimas letales del Covid 19 - el sinceramiento va hacia ese reconocimiento- y los casi 400 mil infectados, que pueden ser más, nos obliga a una actitud diferente.
Prefiero la reflexión crítica, la búsqueda de las causas primeras, no solamente de las inmediatas, de la tragedia. Hay quienes optan por lo contrario: quieren voltear la página apresuradamente, para volver con todo desparpajo a la normalidad prepandemia: a reconstruir lo mismo, a restablecer la cotidianidad de lo injusto, de la precariedad de la vida de los millones de pobres, de lo antidemocrático y desigual, a repetir la exclusión antediluviana, y las clásicas lavadas de manos cuando de responsabilidades se trata; y por supuesto a seguir reforzando las bases materiales de ese orden inequitativo: el capitalismo, que nació en medio de la hediondez ladronera del guano y el salitre en el siglo XIX, y que en el siglo XXI sigue reproduciéndose en la charca de todo tipo de corruptelas y asaltos al erario nacional, como nuestros propios ojos lo están viendo.
Hace muchos años que Alberto Flores Galindo escribió que una crisis no es sinónimo de callejón sin salida, siempre y cuando por cierto pongamos en juego toda nuestra capacidad crítica. En este sentido, hay que reconocer que la pandemia ha expuesto al sol las vísceras del orden económico-social vigente en el Perú, útil por cierto para orientar nuestra mirada inquisidora más allá de la crisis sanitaria. Porque no se trata solamente del sistema de salud el que ha hecho agua ante la arremetida de la peste. Al igual que en todo el mundo, el capitalismo neoliberal está mostrando su divorcio con las necesidades más sentidas de las mayorías nacionales y su naturaleza explotativa, usurera e inhumana. No hay razón para inventar y agregar nada. Las mismas cifras que nos entregan los organismos internacionales son más que esclarecedoras de ese universo económico y social que ha construido el capitalismo en las últimas décadas, y en cuya expansión hay que ubicar la tragedia que enluta al país.
En esa misma línea reflexiva, hay que añadir cuan falaz es esa "república sin ciudadanos" establecida en el Perú luego de la independencia de 1821. Bajo su imperio, en todas las constituciones se sanciona la igualdad de todos los peruanos. Es más, en un rapto de entusiasmo, en un bando en quechua se les dice a los indios en 1822 que para la República ellos son "el primer objeto" de los cuidados republicanos, prometiéndoles el oro y el moro. En 1979 en una célebre conversación entre Basadre y Macera, el historiador de la República escribió: "...la República les dice a los peruanos que todos son iguales ante la ley, que deben cumplirse determinados objetivos, destinados al bien común, y que no deben cometerse los abusos que habían proliferado bajo el régimen español. Esto es lo que yo he llamado la promesa de la vida peruana. Esta promesa no se cumple".
La pandemia ha demostrado por enésima vez que en el Perú hay ciudadanos de primera y de segunda categoría. Es cierto que todos los peruanos podemos ser víctimas de la pandemia, pero no todos podemos luchar en las mismas condiciones contra ella. Los pueblos indígenas de la Amazonía - de quienes el extinto García manifestó que "no eran ciudadanos de primera" siguen clamando por ayuda para hacer frente al Covid 19. Nadie los escucha, la peste sigue diezmando sus filas. De los probables 40 mil fallecidos, la gran mayoría son gente de a pie, que ha muerto o está muriendo por ser pobre, por no tener derecho a a la salud. ¿Qué será de estos millones de pobres en la pospandemia? La Cepal acaba de emitir un informe en el que señala que los márgenes de la pobreza y de la pobreza extrema se ampliarán en el Perú. Se multiplicarán así los hogares que no estarán en capacidad de resolver sus requerimientos alimenticios.
En términos brutales, el hambre se apoderará de esos hogares. Y los niños, que se supone son el futuro del país, cargarán con todos los efectos calamitosos de esa hambruna: la desnutrición, la anemia, que los golpeará para toda su vida.
No podemos entonces hacer una especie de borrón y cuenta nueva. Hay que reconstruir este país, esta sociedad, pero no hay que hacerlo al amparo de las mismas coordenadas bajo las cuales la pandemia hizo trizas al país. No cometamos los mismos errores que se cometieron después de la guerra con Chile. Los responsables de la derrota, los que mandaron al sacrificio a Grau y Bolognesi y a los miles de hombres y mujeres que ofrendaron sus vidas, luego de echarle la culpa al pueblo, se apoltronaron nuevamente en los sillones del poder. Esa frase de Gonzáles Prada: ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra! estampada en 1888 enfiló contra esa aberración histórica.
Cuando hablemos de reconstrucción del país en la pospandemia, no hablemos pues en nombre de los carcamanes, de los dueños del Perú y sus operadores políticos e ideológicos, responsables directos del holocausto; hablemos desde las perspectivas de los millones de hombres y mujeres de Costa, Sierra y Selva, atenazados hoy por el terror de ser las próximas victimas de la peste, pero que están dispuestos a construir un país de acuerdo a sus esperanzas y a sus sueños. La pandemia, felizmente, no les ha cercenado su facultad de aspirar a un mundo mejor.
Hace muchos años que Alberto Flores Galindo escribió que una crisis no es sinónimo de callejón sin salida, siempre y cuando por cierto pongamos en juego toda nuestra capacidad crítica. En este sentido, hay que reconocer que la pandemia ha expuesto al sol las vísceras del orden económico-social vigente en el Perú, útil por cierto para orientar nuestra mirada inquisidora más allá de la crisis sanitaria. Porque no se trata solamente del sistema de salud el que ha hecho agua ante la arremetida de la peste. Al igual que en todo el mundo, el capitalismo neoliberal está mostrando su divorcio con las necesidades más sentidas de las mayorías nacionales y su naturaleza explotativa, usurera e inhumana. No hay razón para inventar y agregar nada. Las mismas cifras que nos entregan los organismos internacionales son más que esclarecedoras de ese universo económico y social que ha construido el capitalismo en las últimas décadas, y en cuya expansión hay que ubicar la tragedia que enluta al país.
En esa misma línea reflexiva, hay que añadir cuan falaz es esa "república sin ciudadanos" establecida en el Perú luego de la independencia de 1821. Bajo su imperio, en todas las constituciones se sanciona la igualdad de todos los peruanos. Es más, en un rapto de entusiasmo, en un bando en quechua se les dice a los indios en 1822 que para la República ellos son "el primer objeto" de los cuidados republicanos, prometiéndoles el oro y el moro. En 1979 en una célebre conversación entre Basadre y Macera, el historiador de la República escribió: "...la República les dice a los peruanos que todos son iguales ante la ley, que deben cumplirse determinados objetivos, destinados al bien común, y que no deben cometerse los abusos que habían proliferado bajo el régimen español. Esto es lo que yo he llamado la promesa de la vida peruana. Esta promesa no se cumple".
La pandemia ha demostrado por enésima vez que en el Perú hay ciudadanos de primera y de segunda categoría. Es cierto que todos los peruanos podemos ser víctimas de la pandemia, pero no todos podemos luchar en las mismas condiciones contra ella. Los pueblos indígenas de la Amazonía - de quienes el extinto García manifestó que "no eran ciudadanos de primera" siguen clamando por ayuda para hacer frente al Covid 19. Nadie los escucha, la peste sigue diezmando sus filas. De los probables 40 mil fallecidos, la gran mayoría son gente de a pie, que ha muerto o está muriendo por ser pobre, por no tener derecho a a la salud. ¿Qué será de estos millones de pobres en la pospandemia? La Cepal acaba de emitir un informe en el que señala que los márgenes de la pobreza y de la pobreza extrema se ampliarán en el Perú. Se multiplicarán así los hogares que no estarán en capacidad de resolver sus requerimientos alimenticios.
En términos brutales, el hambre se apoderará de esos hogares. Y los niños, que se supone son el futuro del país, cargarán con todos los efectos calamitosos de esa hambruna: la desnutrición, la anemia, que los golpeará para toda su vida.
No podemos entonces hacer una especie de borrón y cuenta nueva. Hay que reconstruir este país, esta sociedad, pero no hay que hacerlo al amparo de las mismas coordenadas bajo las cuales la pandemia hizo trizas al país. No cometamos los mismos errores que se cometieron después de la guerra con Chile. Los responsables de la derrota, los que mandaron al sacrificio a Grau y Bolognesi y a los miles de hombres y mujeres que ofrendaron sus vidas, luego de echarle la culpa al pueblo, se apoltronaron nuevamente en los sillones del poder. Esa frase de Gonzáles Prada: ¡Los viejos a la tumba, los jóvenes a la obra! estampada en 1888 enfiló contra esa aberración histórica.
Cuando hablemos de reconstrucción del país en la pospandemia, no hablemos pues en nombre de los carcamanes, de los dueños del Perú y sus operadores políticos e ideológicos, responsables directos del holocausto; hablemos desde las perspectivas de los millones de hombres y mujeres de Costa, Sierra y Selva, atenazados hoy por el terror de ser las próximas victimas de la peste, pero que están dispuestos a construir un país de acuerdo a sus esperanzas y a sus sueños. La pandemia, felizmente, no les ha cercenado su facultad de aspirar a un mundo mejor.
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