domingo, 22 de noviembre de 2015

¿A DONDE VA LA IZQUIERDA PERUANA?

 
Carlos Olazo Sillau
 
¿Qué pasa con la izquierda peruana? ¿Qué tan difícil puede ser llegar a acuerdos para encarar unidos un proceso electoral? Para la gente de la calle sólo hay una respuesta: ambición de personas y de grupos por prevalecer sobre los demás procurando provecho propio. Un análisis político profundo, por cierto, puede hallar explicaciones más elaboradas y descubrir motivaciones de diversa índole: históricas, ideológicas, etcétera. Pero al final, ningún análisis sesudo podrá descartar aquella lapidaria, pero certera sentencia de la sabiduría popular, como una de las causas directas más importantes de la perenne división de la izquierda.
 
Un dato de la realidad que abona la percepción antes mencionada, es que en las coordinaciones inter-partidarias para tentar salidas unitarias, no aparecen divergencias de fondo, vale decir programáticas, que dificulten la unidad. Lo decimos porque en las reuniones de uno u otro conglomerado, llámese Tierra y Libertad-Frente Amplio, Unidad Democrática, en el fallido intento de Únete con J. Simon, o en cualquier otro, nunca se han presentado entrampes en torno a ello. Al contrario, programas, manifiestos, llamamientos o comunicados, han tenido siempre un trámite ágil y presuroso. Lo mismo acontece al interno de cada partido, conglomerado o “frente”. 
 
Este es un testimonio no de un observador, sino de quien, como muchos otros, viene bregando hace años por conseguir opciones unitarias en todo nivel, tanto nacional, como regional y en las bases, siendo aquí donde hemos concentrado nuestra principal atención. El escenario descrito líneas antes es casi idéntico en todo nivel y con protagonistas de diferentes generaciones, sean independientes o de diferentes “militancias”. La lectura que puede tener este hecho es que, o ya todo está definido y sólo restan cuestiones de mecánica, de procedimiento; o, en su defecto, que estos temas importan poco o nada. Sea cual fuere el “lev motiv”, las discusiones, “negociaciones”, acuerdos o rupturas, se dan, al fin de cuentas y luego de una serie de rodeos, en el escenario de la definición de quién o quienes son los candidatos. De acuerdo a este tira y afloja y a las posibilidades concretas de cada quien, se van tomando las decisiones sobre que “partido” con inscripción electoral ofrece mejores ventajas y si procede o no cual o tal alianza. Aclaro que no me lo han contado: lo he vivido en más de una oportunidad. Argumentos, lineamientos debatidos y aprobados, programas elaborados con esfuerzo, principios pregonados a cuatro vientos, todo no queda más que en retórica inservible ante la contundencia de esta aberrante “real politik”.
 
Estamos de acuerdo en que la unidad electoral, incluso aquella que se proyecte más allá de esta coyuntura, tratando de ser amplia y plural, no puede plantearse en términos de doctrina o ideología, sino de programa específico, de objetivos comunes a conquistar en el corto o mediano plazo. Pero, ¡vamos!, hay elementos imprescindibles como los principios, la ética, el saber qué buscamos, hacia dónde se dirigen nuestros pasos, y quienes realmente tienen las mismas convicciones probadas en los hechos, o por lo menos no descalificadas por ellos. Cabe entonces la pregunta ¿Saben los diferentes sectores de izquierda a dónde se orientan, tienen bien definido el norte estratégico en este periodo como para que no encuentren reparos en marchar juntos y sin previa discusión programática, los marxistas-leninistas, con los ecologistas; los nacionalistas de dudosa convicción con “partidos” formados aprovechándose de las necesidades de veteranos litigantes contra el Estado por deudas pretéritas sin siquiera mostrar escrúpulo alguno; o socialistas honestos con progresistas de palabra que cuando tuvieron alguna representación se comportaron como lo peor de la derecha cavernaria y corrupta? No creemos, sinceramente, que las cosas estén tan definidas como aparentan. Por lo tanto la explicación que queda es que a nadie le importa realmente las cuestiones de programa, de principios, ni de rumbo táctico ni estratégico. Ergo, todos saben que no hay más norte que el acomodo, que la conquista de alguna representación pública en cualquier esfera del Estado o la captura de un porcentaje “decente” en las elecciones, aunque ello signifique, como ha sucedido hasta ahora, encumbrar a personajes innombrables cuya conducta no ha hecho sino desacreditar cada vez más a la izquierda.
 
Hacer estas afirmaciones descarnadas puede parecer como “políticamente incorrecto” para un marxista-mariateguista de toda la vida. Pero es necesario hacerlo. Asumo con firmeza la tesis de que la izquierda peruana está dando signos de haber perdido el rumbo: sólo importa llegar, aunque no importe mucho a dónde ni cómo. 
 
En cuanto a las propuestas programáticas, pareciera que lo mismo da proponer para las elecciones del 2016 “derrotar al neoliberalismo”, conquistar “un gobierno democrático y patriótico” o una “nueva constitución”, pero sin fundamentar por qué ello es factible en las actuales circunstancias, o con qué fuerzas social o políticas la izquierda, en el supuesto de que llegase al gobierno, podría contrarrestar la previsible ofensiva de los poderes fácticos y garantizar cambios de tamaña envergadura. Pareciera que hay una resignada consciencia de que todo ello es inalcanzable, por lo que da lo mismo proponer, de manera hasta demagógica, cualquier “objetivo” o consigna. Lo decimos sin más ánimo que traer a colación cuestiones tan elementales como que toda orientación táctica tiene que basarse en un conocimiento objetivo de la correlación de fuerzas, que la dirección táctica tiene que sustentarse en actores que la hagan viable, que, por último, toda propuesta merece por lo menos una sustentación política. Todo ello ¿amerita o no un debate? ¿por qué estos temas no forman parte de la agenda de la izquierda en la conformación de uno u otro frente?
 
Ciertamente que junto a un importante conjunto de gente honesta y sincera, existen sectores dentro de la izquierda, sea nueva o añeja, para quienes su bandera es el pragmatismo más grosero. Una izquierda que ni siquiera se la puede calificar con los viejos conceptos de reformista o socialdemócrata, puesto que carece de toda convicción doctrinal y no tiene ningún interés en luchar contra el sistema, siquiera por cambios irrelevantes desde el punto de vista histórico. ¿Y la vieja y consecuente izquierda marxista-leninista? De ella esperaríamos otra actitud, que marcara la diferencia en el pensamiento, en las ideas y en la acción. Pero la vemos quieta en el accionar; pávida frente a los traficantes de programas y consignas históricas; asequible acríticamente a propuestas socialdemócratas, ambientalistas, evolucionistas o seudo nacionalistas; lejana doctrinal y programaticamente al marxismo, reñida con él en el análisis y la acción; tolerante con la corrupción cuando no comprometida con ella; dócil frente los arribismos que aparecen en su seno. Si es como siempre se sustentó que los marxistas son el pilar y garantía en toda alianza o política de Frente, es entonces lícito suponer que las más importantes fuerzas de la izquierda marxista son las que están perdiendo el rumbo y facilitando el actual desmadre del conjunto de la izquierda. Por eso aquí lanzamos una hipótesis para la discusión: la izquierda marxista, independientemente de sus individualidades o de cual fuere su discurso, ha arriado banderas y devenido en una variante más de la socialdemocracia, del nacionalismo o del ecologismo.
 
Una hipótesis como la propuesta no es para nada desechable, toda vez que la ofensiva ideológica del neoliberalismo tras la derrota de socialismo en muchos países, ya se ha manifestado en el accionar y el pensamiento de ex-marxistas, ahora apostatas declarados, así como en un sinnúmero de conductas de Partidos formalmente fieles a la ortodoxia marxita-leninista. Más aún, en la misma izquierda existen sectores abiertamente anti-marxistas en permanente ofensiva directa o velada contra el socialismo científico, la que, sin embargo, no recibe contestación alguna, permitiendo su descrédito entre los jóvenes que se acercan a la política. 
 
Los marxistas-mariateguistas tenemos la obligación de promover la discusión, el ventilamiento de estos temas, aclarando previamente, que la exposición y defensa de postulados discrepantes, que el combate en el terreno de las ideas y propuestas, lejos de poner en riesgo la Unidad, la hace más sólida por que la sincera. La doblés o el disimulo, al contrario, son, a la corta o a la larga, verdaderos factores de discordia. No hay unidad verdadera sin lucha de ideas, y ésta apunta a consolidarla. La separación de la paja del grano, será otra de sus consecuencias inevitables, pero en el proceso de la misma lucha política, de clases y de masas, en el que cada quien irá definiendo y afirmando su propio camino, tal como aconteció con Ollanta Humala a quién desde un inicio combatimos públicamente denunciando sus incoherencias e inconsecuencias. 
 
Volviendo a la interrogante que inicia esta nota respondemos: no podrá existir unidad trascendente y gravitante en una izquierda como la actual, no por su heterogeneidad ni por la presencia en ella de sectores que podríamos descalificar por diferentes razones, sino por su estrechez inmediatista, utilitaria y electorera, por su abandono principios elementales, por su divorcio de la gente, de la masa, por la carencia de una elemental visión histórica, por soslayar las diferencias de fondo y practicar esa suerte de “saca-manteca-con-disimulo” en la que se ha convertido la “política” electoral. No hay, pues, lugar para el optimismo fatuo ni para el silencio cómplice. Con esta práctica la izquierda peruana está condenada a ir de tumbo en tumbo hacia el descalabro total. No encuentro otra respuesta a la interrogante que sirve de título a este artículo. Revisemos sino los resultados concretos de más de una década de accionar bajo esta praxis. Ahí la tozuda confirmación de lo que afirmamos.
 
Que la unidad de esta izquierda es, a pesar de todo, posible frente al actual proceso electoral, es cierto. Como también que es necesaria para, por lo menos, mantener un espacio político de cara al futuro y no dejarle la cancha libre a la derecha. No abandonemos hoy la lucha por concretar un FRENTE ÚNICO DE IZQUIERDA, pero sin conciliaciones en asuntos de fondo, haciendo respetar la autonomía de ideas y principios (al menos de quienes los tengan), practicando el debate entre proyectos diferentes. Todo ello de cara a las masas, las que, tal como afirmó Mariátegui, sabrán elegir a los mejores.
 
Pero no nos hagamos ilusiones: la unidad con verdadera trascendencia será aquella que congregue a quienes representen movimientos de masas, con líderes que encarnen un nuevo y supremo ideal revolucionario: el socialismo peruano, el socialismo mariateguista. Con el Amauta rematamos: pesimismo de la realidad, optimismo del ideal. Empecemos por unirnos y/o reunificarnos entre quienes asumimos esta crítica para afirmar el ideal revolucionario, para renovarlo retomando su esencia, para llegar con él a las mentes y corazones de las masas, para proclamar con ellas que tenemos alternativa, que es posible un PERÚ NUEVO DENTRO DE UN MUNDO NUEVO. 
 
Cajamarca, noviembre de 2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario