jueves, 13 de agosto de 2015

LA PALABRA DESARMADA


LA PALABRA DESARMADA (Prólogo del libro de ensayos de Alberto Gálvez Olaechea)

Conocí a Alberto Gálvez Olaechea en el penal de Castro Castro en el tramo final de su condena tras su militancia en el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) al que renunció en enero de 1992. Recuperó su libertad en mayo pasado, y ayer presentó en El Virrey su tercer libro ‘Con la palabra desarmada’, un valioso conjunto de ensayos. A continuación, uno de los tres prólogos del autor (Augusto Álvarez Rodrich).

Por fin este libro de vida azarosa adquiere su forma impresa, que le da sustancia. A la tercera va la vencida. Esta edición habrá de aparecer coincidiendo con mi salida de prisión. Esto no es casual. Primero, porque acogí los prudentes consejos de quienes opinaban que era mejor no dar el mínimo margen a quienes quisieran verme entre rejas; y segundo, porque creo que es una buena cosa celebrar mi reintegración al mundo de las personas libres con la exposición de mis reflexiones y evaluaciones sobre la experiencia que me llevó a la cárcel.

Tras un encierro de más de veintiséis años, se acerca la fecha de mi liberación. Llegado a este punto y a meses de pisar las calles nuevamente, al mirar hacia atrás me asombro del tiempo transcurrido y de haber llegado sin estragos aparentes al fin de una travesía que a ratos se me hacía interminable y, por momentos, abrumadora. A veces, sobre todo al despertar por las mañanas, me asalta cierta angustia por lo que viene y sus dificultades. Como no podía ser de otra manera, me he hecho a este mundo, a sus rutinas y durezas más o menos predecibles. Cierto que Marie es faro que me ayuda a ubicarme, y la certeza de su espera alienta mi esperanza; cierto que allí están mi familia y grandes amigos y amigas que me han acompañado leal e inquebrantablemente durante estos largos años; pero aun así, sé que al reapropiarme de mi vida, disponer de mis tiempos, viajar o caminar por la playa, serán sensaciones demasiado intensas para asimilarlas con facilidad a mis 61 años. Me ilusiona sin embargo la experiencia de ser abuelo, que habría resultado casi tan emotiva como ser padre.

Aquí estoy, pues, sonriendo y de pie. Listo para nuevas aventuras, con energía para afrontar los desafíos, con las destrezas y cierta sabiduría que he ido acumulando en el camino. Mi equipaje es ligero, como corresponde a un buen andariego. Sin más lazos que mis afectos, sin más brújula que unos principios, sin más bienes que una dignidad insobornable.

Yo el de entonces, no soy el mismo. He tenido un largo aprendizaje y he pagado el precio. La cárcel puede ser una eficaz escuela, dependiendo de cómo se la asuma. El mundo ha cambiado en estos veintiséis años y nadie podrá acusarme de inconsistencia por haber cambiado
también.


En Claro y directo, columna de Augusto Álvarez Rodrich, publicada en el diario La República. LIma, 13-08-2015

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