1.-
Hace algunos años cuando con mi hermana
Fanny pisamos La Habana, en el aeropuerto José Martí, recién llegaditos,
tuvimos una agradable sorpresa. Un cubano, que fungió de anfitrión, al
enterarse que éramos peruanos lanzó una exclamación: ¡Son ustedes de la
tierra de Chabuca Granda y de José Carlos Mariátegui, el primer marxista
de América Latina! para luego, sin miramientos por la hora -habíamos
sobrepasado largamente la medianoche- echarse una disertación sobre
ambos personajes, en especial sobre el Amauta.
A mi se
me hizo un nudo en la garganta. Por esos días, en el Perú, quienes en
otros tiempos habían elevado a los altares a Mariátegui, ahora le decían
adiós. Supuestamente habían encontrado otros marcos conceptuales,
metodológicos y políticos para entender y cambiar, afirmaban, la
realidad económica y social peruana. En el mejor de los casos los
escritos del Amauta podían servir como referente para absolver
interrogantes éticas, estéticas o culturales pero para nada más. Sin
epitafio alguno habían vuelto a enterrar al maestro. Y a otra cosa
mariposa.
Por eso es que fechas otroras celebradas
multitudinariamente, como las de la fundación del partido del
proletariado o las de su muerte - 16 de abril - pasan hoy casi
inadvertidas o en el mejor de los casos tienen un impacto ritual y
punto. Han dejado de ser ocasiones especiales de educación, organización
y lucha, de trabajo para la adhesión consciente de las masas a un
programa revolucionario, a un objetivo estratégico: el del poder para
el proletariado y pueblo, a una utopía, la del socialismo.
Hay
dispersión sin duda, confusión, derrotismo, como también pérdida de
perspectivas. No se logra superar a plenitud la quiebra del socialismo
real, como tampoco las reconversiones de los otrora faros de la
revolución mundial. No olvidemos, además, que en tiempos de flujo del
movimiento de masas no es difícil asumir posiciones de vanguardia,
hablar de revolución, de socialismo, de partido del proletariado, y en
torno a esas palabras mayores trenzarse en grandes discusiones y
excomuniones. Lo hemos vivido hasta los 80 del siglo pasado. Lo
problemático, para algunos, es mantener esas banderas en alto en tiempos
de reflujo, de ofensiva total, ideológica y política, de los
adversarios de clase, de los enemigos de la revolución y del socialismo,
que en estos años han hecho del capitalismo neoliberal una alternativa
expoliadora de los pueblos, pero también un caballo de troya ideológico
para echar raíces en la conciencia de las masas a las que se pretende
desarmar con el concurso de quienes hasta ayer eran fogosos pregoneros
de la revolución, pero que han terminado de paquebotes de tercera del
gran capital y de las transnacionales.
Por eso es que
han enterrado una vez más a José Carlos Mariátegui, por eso también es
que Alberto Flores Galindo - lo dijimos hace algunos días- encumbrado
por esos sectores, es hoy un amigo incómodo para los mismos: hay que
recordarlo como un historiador valioso, pero no como un intelectual
promotor de la revolución y el socialismo.
2.-
La
respuesta a esos fenómenos está en el propio Mariátegui, en la
relectura abierta y crítica de sus trabajos, de su trayectoria, de sus
luchas francas contra los revisionistas del marxismo y el dogmatismo.
Así lo entiende Carlos Olazo Sillau, quien desde su su libro Ideas,
clase y masas, el partido de Mariátegui, (UNT, Trujillo, noviembre de
2014, 181pp) convoca a retomar al maestro, a ponerlo nuevamente de pie,
sobre las bases inconmovibles del marxismo que profesó y al que aclimató
desde y para el estudio de las particularidades de la formación social
peruana con miras a su transformación.
No se trata
pues, en esta hora, de volver a enterrar a Mariátegui. Se trata de
volver a él creativamente, heroícamente, agonísticamente, para hacer de
su legado una herramienta para el entendimiento cabal de los tiempos
que vivimos. El cubano con el que nos cruzamos en el aeropuerto Martí de
La Habana hablaba del Amauta como el primer marxista de América Latina.
Asi hay que entender al maestro, como un marxista convicto y confeso;
porque como señala Olazo, Mariátegui asumió "consciente y plenamente la
doctrina de Marx y Engels, con todas sus consecuencias: no sólo como
teoría para interpretar el mundo, sino como herramienta para
transformarlo" (p. 151).
En esa perspectiva, nos dice
Olazo, construir el partido del proletariado era una tarea vital por
considerarlo "el instrumento fundamental" para dar vida a la revolución y
el socialismo. No podía tratarse, por ello, de un partido más en el
mundo de la partidocracia criolla. Tenía que ser un partido de clase, de
ideas, de masas. El proletariado y los pueblos que aspiran a construir
un Perú nuevo dentro de un mundo nuevo, deben contar con su propia
organización política, revolucionaria, autónoma., que asuma limpiamente
sus reivindicaciones del presente como las del futuro. Así ha sido desde
los tiempos de Marx y Engels, así lo propuso el Amauta, poniendo las
bases del mismo y direccionándolo para fundirlo con las masas obreras y
campesinas, con los maestros , estudiantes e intelectuales de
vanguardia. El partido no podía ser un ente burocrático, aislado de las
masas, como tampoco podía ser un organización esclerotizada y estéril de
ideas, de propuestas y alternativas ante todas las circunstancias de
la confrontación social. Se trataba de construir un partido de
vanguardia, no de retaguardia.
En esa marco, no
creemos equivocarnos si afirmamos que Mariátegui no está muerto porque
su obra, como hombre de pensamiento y acción, está vigente, por eso es
que hay quienes aspiran a sepultarlo definitivamente. Retomar su legado
para con él volver a reflexionar sobre el Perú y sus problemas es además
una invitación a superar el pesimismo y a ensanchar el optimismo del
ideal. Decía Mariátegui que "la actitud del hombre que se propone
corregir la realidad es, ciertamente, más optimista que pesimista. Es
pesimista en su protesta y en su condena del presente; pero es optimista
en cuanto a su esperanza en el futuro". (El Alma matinal y otras
estaciones del hombre de hoy. Ed. Amauta, Lima, 1981, p. 34)
En esa línea, el libro de Carlos Olazo Sillau, contribuye a agitar las aguas del optimismo.
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