viernes, 17 de abril de 2015

MARIÁTEGUI NO HA MUERTO

1.-

Hace algunos años cuando con mi hermana Fanny pisamos La Habana, en el aeropuerto José Martí, recién llegaditos, tuvimos una agradable sorpresa. Un cubano, que fungió de anfitrión, al enterarse que éramos peruanos lanzó una exclamación: ¡Son ustedes de la tierra de Chabuca Granda y de José Carlos Mariátegui, el primer marxista de América Latina! para luego, sin miramientos por la hora  -habíamos sobrepasado largamente la medianoche- echarse una disertación sobre ambos personajes, en especial sobre el Amauta.

A mi se me hizo un nudo en la garganta. Por esos días, en el Perú, quienes en otros tiempos habían elevado a los altares a Mariátegui, ahora le decían adiós. Supuestamente habían encontrado otros marcos conceptuales, metodológicos y políticos para entender y cambiar, afirmaban, la realidad económica y social peruana. En el mejor de los casos los escritos del Amauta podían servir como referente para absolver interrogantes éticas, estéticas o culturales pero para nada más. Sin epitafio alguno habían vuelto a enterrar al maestro. Y a otra cosa mariposa.

Por eso es que fechas otroras celebradas multitudinariamente, como las de la fundación del partido del proletariado o las de su muerte - 16 de abril - pasan hoy casi inadvertidas o en el mejor de los casos tienen un impacto ritual y punto. Han dejado de ser ocasiones especiales de educación, organización y lucha, de trabajo para la  adhesión consciente de las masas a un programa revolucionario, a un objetivo estratégico: el  del poder para el proletariado y pueblo, a una utopía, la del socialismo.

Hay dispersión sin duda, confusión, derrotismo, como también pérdida de perspectivas. No se logra superar a plenitud la quiebra del socialismo real, como tampoco las reconversiones de los otrora faros de la revolución mundial. No olvidemos, además, que  en tiempos de flujo del movimiento de masas no es difícil asumir posiciones de vanguardia, hablar de revolución, de socialismo, de partido del proletariado, y en torno a esas palabras mayores trenzarse en grandes  discusiones y excomuniones. Lo hemos vivido hasta los 80 del siglo pasado. Lo problemático, para algunos, es mantener esas banderas en alto en tiempos de reflujo, de ofensiva total, ideológica y política, de los adversarios de clase, de los enemigos de la revolución y del socialismo, que en estos años han hecho del capitalismo neoliberal una alternativa expoliadora de los pueblos, pero también un caballo de troya ideológico para echar raíces en la conciencia de las masas a las que se pretende desarmar con el concurso de quienes hasta ayer eran fogosos pregoneros de la revolución, pero que han terminado de paquebotes de tercera del gran capital y de las transnacionales. 

Por eso es que han enterrado una vez más a José Carlos Mariátegui, por eso también es que Alberto Flores Galindo - lo dijimos hace algunos días- encumbrado por esos sectores,  es hoy un amigo incómodo para los mismos: hay que recordarlo como un historiador valioso, pero no como un intelectual promotor de la revolución y el socialismo.

2.-

La respuesta a esos fenómenos está en el propio Mariátegui, en la relectura abierta y crítica de sus trabajos, de su trayectoria, de sus luchas francas contra los revisionistas del marxismo y el dogmatismo. Así lo entiende Carlos Olazo Sillau, quien desde su su libro Ideas, clase y masas, el partido de Mariátegui, (UNT, Trujillo, noviembre de 2014, 181pp) convoca a retomar al maestro, a ponerlo nuevamente de pie, sobre las bases inconmovibles del marxismo que profesó y al que aclimató desde y para el estudio de las particularidades de la formación social peruana con miras a su transformación.

No se trata pues, en esta hora, de volver a enterrar a Mariátegui. Se trata de volver a él creativamente, heroícamente, agonísticamente, para hacer de su legado una herramienta para  el entendimiento cabal de los tiempos que vivimos. El cubano con el que nos cruzamos en el aeropuerto Martí de La Habana hablaba del Amauta como el primer marxista de América Latina. Asi hay que entender al maestro, como un marxista convicto y confeso; porque como señala Olazo, Mariátegui asumió "consciente y plenamente la doctrina de Marx y Engels, con todas sus consecuencias: no sólo como teoría para interpretar el mundo, sino como herramienta para transformarlo" (p. 151).

En esa perspectiva, nos dice Olazo, construir el partido del proletariado era una tarea vital por considerarlo "el instrumento fundamental" para dar vida a la revolución y el socialismo. No podía tratarse, por ello,  de un partido más en el mundo de la partidocracia criolla. Tenía que ser un partido de clase, de ideas, de masas. El proletariado y los pueblos  que aspiran a construir un Perú nuevo dentro de un mundo nuevo, deben contar con su propia organización política, revolucionaria, autónoma., que asuma limpiamente sus reivindicaciones del presente como las del futuro. Así ha sido desde los tiempos de Marx y Engels, así lo propuso el Amauta, poniendo las bases del mismo y direccionándolo para fundirlo con las masas obreras y campesinas,  con los maestros , estudiantes e intelectuales de vanguardia. El partido no podía ser un ente burocrático, aislado de las masas, como tampoco podía ser un organización esclerotizada y estéril de ideas, de propuestas y alternativas ante todas las circunstancias  de la confrontación social. Se trataba de construir un partido de vanguardia, no de retaguardia.

En  esa marco, no creemos equivocarnos  si afirmamos que Mariátegui no está muerto porque su obra, como hombre de pensamiento y acción, está vigente, por eso es que hay quienes aspiran a sepultarlo definitivamente. Retomar su legado para con él volver a reflexionar sobre el Perú y sus problemas es además una invitación a superar el pesimismo y a ensanchar el optimismo del ideal. Decía Mariátegui que "la actitud del hombre que se propone corregir la realidad es, ciertamente, más optimista que pesimista. Es pesimista en su protesta y en su condena del presente; pero es optimista en cuanto a su esperanza en el futuro". (El Alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy. Ed. Amauta, Lima, 1981, p. 34)

En esa línea, el libro de Carlos Olazo Sillau, contribuye a agitar las aguas del optimismo.


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