El presidente Humala se equivoca de punta a cabo si piensa que el empresariado peruano puede "ponerse la camiseta del Perú".
A
esa burguesía nunca le ha interesado el Perú como totalidad, con su
historia, sus gentes, su cultura, sus lenguas, sus muertos. Siempre ha
preferido ser furgón de cola del los capitales extranjeros para medrar, a
su sombra, de las riquezas del Perú y
de la fuerza de trabajo de los peruanos, a los que siempre ha tratado
con el pie, como está ocurriendo ahora en el valle del Tambo.
Para
ese gran empresariado la idea de Perú comienza y termina en el largo y
ancho de sus bolsillos. Ocurrió así en el siglo XIX, con el guano y el
salitre, y en los siglos siguientes con el petróleo, el oro, la plata,
el hierro, la harina de pescado. Las miserias crónicas de ciudades como
Cerro de Pasco, La Oroya, Huancavelica, Hualgayoc, entre otros centros
mineros, o Chimbote como gran centro pesquero, llevan la impronta del
saqueo perpetrado en sus años de falso esplendor.
La
guerra con Chile, en el siglo XIX, se perdió por la catadura de ese
empresariado nativo. Prefirió el robo descarado y la componenda con el
invasor antes que ponerse las botas de siete leguas en defensa de la
patria hollada. Grau, Bolognesi, Ugarte y los miles de miles de peruanos
que perdieron la vida en esa guerra fueron los sacrificados en el altar
de la codicia y de la ineptitud de una clase burguesa que hasta hoy
sólo ha sido clase dominante, pero que nunca aprendió, ni aprenderá, a
ser clase dirigente. Los hechos del presente lo demuestran.
Esa
incapacidad genética le impidió desflorar el campo feudalizado. Porque
así como actuó bajo el paraguas del imperialismo, llámese inglés o
norteamericano, para hacer del Perú un simple exportador de piedras o de
petróleo - que era lo que le interesaba al capital foráneo- de la misma
manera se resistió a democratizar el campo quebrando la feudalidad
supérstite desde los tiempos coloniales. A mediados de los años 50 del
siglo XX satanizaron al arquitecto Belaúnde Terry, en ese entonces
candidato presidencial, porque se atrevió a proponer la Reforma Agraria;
como ahora llenan de improperios al general Velasco Alvarado y a los
militares reformistas de los 70 porque la hizo realidad.
Llevar
el capitalismo al campo, liquidar como clase a los gamonales de horna y
cuchillo, potenciar el agro, modernizar a las comunidades campesinas,
ertcétera, como parte de un gran proceso de transformación burguesa del
país, era demasiado para ese empresariado. Nunca quiso arriesgar,
prefirió la ganancia fácil, la renta inmediata. Por eso es que el
desarrollo industrial tampoco estuvo en su agenda, a pesar de que los
estudiosos del tema, conscientes de los peligros que entraña una
economía primario exportadora, recomendaron una y otra vez impulsar el
crecimiento de las actividades industriales, en Lima y provincias.
Para
terminar ¿una burguesía de esas características podrá ponerse la
camiseta del Perú a sabiendas además de que la democracia es para ella
un simple taparrabo? Evidentemente la burguesía nativa no tiene
credenciales democráticas. Para no irnos muy lejos: en los 90 apostaron
por Vargas Llosa, pero cuando éste perdió y el fujimontesinismo tomó la
batuta del país, no tuvieron el menor empacho para pasarse con armas y
municiones al campo del adversario, interesándole un comino la quiebra
del estado de derecho en 1992. Al amparo de la dictadura, a la que
públicamente apapacharon, las arcas de ese empresariado engordaron, a
las buenas o a las malas. Los vladivideos muestran la obsecuencia de
ese empresariado, pero también dan cuenta de su total falta de
escrúpulos para hacer negocios, razón por la cual más de uno de esos
lúmpenes de la burguesía y de la tecnocracia a su servicio han ido a
parar a la cárcel, como en estos días está sucediendo con el
vicepresidente de la Confiep.
No hay que pedirle pues
peras al olmo. Y esto va para el comandante Humala, como para quienes
desde el propio seno de la izquierda piensan todavía que los chanchos
pueden volar.
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