sábado, 27 de abril de 2013

LA ARCADIA PERDIDA DE MARIO VARGAS LLOSA

Susy Díaz, vedette peruana que llegó a ser congresista



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Don Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936), el laureado escritor peruano, Premio Nobel de Literatura 2010, sigue dando que hablar a sus críticos y seguidores. La publicación de La Civilización del Espectáculo (Alfaguara, 2012) ha provocado más de una polémica.  Jorge Volpi, escritor mejicano, por ejemplo, no se ha quedado corto en su apreciación. Vargas Llosa, escribe, “se suma a la abultada lista de hombres de letras que, hacia el ocaso de sus días, se lamentan por la triste condición de su época” (El último de los mohicanos, El País, 27 de abril de 2012). La réplica, en el mismo diario (29 de mayo de 2012) por parte de un vargasllosiano no se hizo esperar: César Antonio Molina, ex ministro de Cultura de España, además de elogiar el libro del Nobel, ha acusado a Volpi  de ser ingrato e injusto ( Vargas Llosa escribió que Volpi es uno de los mejores escritores latinoamericanos de las nuevas generaciones) y de querer hacer el papel de Robespierre ante el poder de la industria tecnológica.

En el Perú, ha sido el reconocido historiador Nelson Manrique el que le ha puesto las banderillas a Vargas Llosa en 5 artículos publicados en el diario La República, entre julio y agosto del año en curso. Para Manrique, el escritor en su libro muestra una visión estrictamente europeísta y elitista. “En las más de 150 páginas de su ensayo no hay una sola mención a las riquísimas creaciones, pasadas y presentes- ni siquiera en las materias que le preocupan, las letras y las artes- de la India, China, Japón, Mesoamérica, ni por supuesto los Andes. No existe ni la más remota alusión a que éstas pudieran haber influido de alguna manera en el desarrollo de la humanidad”  escribió el profesor de la Universidad Católica en su artículo del 03 de julio pasado.
En las redes sociales, mientras tanto, las críticas y los retruques van y vienen.

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¿Pero cuáles son las ideas-fuerza de Vargas Llosa en la Civilización del Espectáculo que tanto han dado que hablar?

Podemos afirmar que en las  226 páginas del texto hay una sola gran idea: la afirmación de que estamos asistiendo a la decadencia de la cultura tal y como la conocieron nuestros ancestros, a su banalización, y transformación en simple  imagen, música, pantallazo, frivolidad, porque lo que interesa finalmente es la diversión, el entretenimiento, matar el aburrimiento. En una palabra, todo es espectáculo.

Para Vargas Llosa, la cultura siempre implicó “…la reivindicación de un patrimonio de ideas, valores y obras de arte, de unos conocimientos históricos, religiosos, filosóficos y científicos en constante evolución, el fomento de la exploración de nuevas formas artísticas y literarias y de la investigación en todos los campos del saber” (p.65).

Esta es la noción y la práctica cultural en cuyo marco- siempre según el Nobel- la cultura fue enriqueciéndose por obra de quienes la cultivaban; al mismo tiempo que otros se desatendían de ella, la despreciaban o ignoraban, o simplemente eran excluidos de ella por razones económicas y sociales.

En este proceso las élites culturales van afirmando sus posiciones de mando cultural, a las que acceden no por su poder económico o político, tampoco por su origen “sino por el esfuerzo, el talento o la obra realizada” (p.73). Son estas minorías las que van a establecer el orden de prelación y la importancia de los valores culturales,  a la vez que tienden puentes con otros sectores sociales y le dan finalidad humana a los avances intelectuales y artísticos, preservando de esta manera la calidad de la cultura, de la alta cultura.
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Ese mundo cultural, según el Nobel, ya no existe. La cultura se ha ido banalizando, hasta convertirse prácticamente en un pálido recuerdo de lo que en otras épocas se conocía por cultura. Todo es superficial, trivial, banal, frívolo. No hay un área del quehacer cultural donde no se observe la huella de esa crisis.

Si nos fijamos en las artes plásticas, se ha llegado a un nivel donde hasta la caca de elefante solidificada resulta teniendo un valor artístico, como lo pudo comprobar en Londres, en el Royal College of Art. Es decir, todo puede ser arte: lo bello y lo no bello, lo artístico o lo no artístico ya no responden a criterios racionales y sensibles, todo depende ahora de la publicidad, de los patrocinadores, del mercado. No hay ideas, no hay cultura artística, ni autenticidad, ni destreza artesanal, ni tampoco críticos: el público, impactado por la publicidad, resulta siendo el gran soberano en la determinación de lo que tiene o no valor artístico.

Desde esa perspectiva no es casual que en la literatura, el campo del autor, haya sido invadido por la literatura light, que lo único que busca es divertir porque los lectores quieren libros fáciles, que entretengan y punto. Lo que se busca es la comodidad del lector, al igual como lo hace el cine light o el arte light. No hay esfuerzo intelectual, se propaga el conformismo y la autosatisfacción. Lo serio es que los lectores o consumidores de esta literatura, cine o arte, piensan que están en la vanguardia intelectual.

El periodismo, por su parte, ha dejado de ser lo que fue: serio, objetivo, convocado a informar. Lo que prima hoy es el sensacionalismo, el amarillaje, la trivialidad, el espectáculo de la noticia. Son por ejemplo, afirma Vargas Llosa, las llamadas “revistas del corazón”, las que acaparan la atención de millones de lectores porque en ellas se desnudan las idas y venidas sentimentales de los más conspicuos personajes del mundo industrial, financiero o  del espectáculo…Para el autor este tipo de publicaciones son los productos “más genuinos de la civilización del espectáculo”, en los que la infidencia, el chisme, la invasión a la vida privada, etcétera son  el pan de cada día.

En este mundo tan superficial, la política  se ha convertido en un reducto de la liviandad. No hay ideas, propuestas, idearios ni programas. Todo es publicidad, apariencia, histrionismo y demagogia. El novelista cita en su apoyo la experiencia peruana  de 1956-1962, donde se contó con un Parlamento ejemplar por la calidad intelectual de los congresistas que asumieron responsabilidades cívicas. En la actualidad sucede todo lo contrario, el nivel intelectual y moral de los políticos se ha venido al suelo, aunque ello, para el gran público, no interesa en tanto que es el gesto y la forma es lo que importa. ¿Valores, convicciones, principios? Interesaron en el pasado, no en los tiempos acelerados del presente.

Por si esto fuera poco, la trivialidad ha invadido también lo que suponían eran escenarios estrictamente personales, privados, como es el de las relaciones sexuales. Para Vargas Llosa el acto sexual puede ser una obra de arte, en el que tanto el hombre como la mujer juegan a ser dioses. En estos campos, la libertad conquistada por las nuevas generaciones ha devenido en la práctica del sexo fácil, expeditivo y promiscuo donde el erotismo sencillamente ha desaparecido.
La religión misma se viene resquebrajando. Para Vargas Llosa es este deterioro donde vamos a encontrar la respuesta última a los males del capitalismo porque la vida moral y espiritual patrocinada por la religión, que hace de correctivo permanente “y mantiene al capitalismo dentro de ciertas normas de honestidad, respeto hacia el prójimo y hacia la ley” (p. 182) esa vida, expresa, se ha desplomado.

En este ambiente de desborde generalizado, se explica la masificación del uso de las drogas. Si en algún momento su uso, por parte de minorías,  expresó rebeldía, disconformidad o búsqueda de nuevas sensaciones con fines  artísticos o científicos, en la actualidad su empleo desbocado obedece únicamente a la búsqueda de placeres inmediatos, de vías de escape a las preocupaciones y responsabilidades. “Para millones de personas las drogas sirven hoy, como las religiones y la alta cultura ayer, para aplacar las dudas y perplejidades sobre la condición humana, la vida, la muerte, el más allá, el sentido o sin sentido de la existencia” (p.42”, escribe el novelista.

Finalmente, donde no existen ideas ni culto al pensamiento, los intelectuales sobran, la batuta la han tomado los chefs, los modistos, las estrellas de fútbol y los músicos. En la civilización del espectáculo,  “El cómico es el rey”  sentencia el Nobel, luego de pasar revista a los nuevos protagonistas del quehacer político, que están ahí no por su lucidez o inteligencia sino por sus aptitudes histriónicas y su posicionamiento mediático.

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Parafraseando una expresión de Vargas Llosa, suscrita en Conversación en La Catedral y mundialmente célebre ¿En qué momento se jodió la cultura?

Empecemos señalando que la visión de la viacrucis de la cultura expuesta por el autor, se constriñe a las experiencias europea y norteamericana. En esos ámbitos, después de la segunda guerra mundial, terminadas las privaciones y ajustes, el desarrollo económico y el bienestar cobraron un impulso espectacular. Y conforme mejoraron las bases materiales de existencia de los hombres, las clases medias ensancharon su presencia, lo mismo que las horas de ocio, campo propicio para la expansión de las industrias de la diversión y  la publicidad, que se va a convertir en algo así como la maestra y guía de todas esas actividades.

La indicación fundamental es no aburrirse, ni perturbarse, angustiarse o preocuparse.  Lo sabroso, lo regalón, lo frívolo es lo que va a terminar pautando la vida de las gentes.

En ese contexto, una sociedad liberal y democrática no podía seguir poniéndole trabas al acceso de las mayorías a la cultura. La educación va a servir para abrir las compuertas de la cultura a las grandes mayorías. Sin embargo, para el raciocinio del Nobel, esta loable filosofía ha terminado por adocenar y trivializar la cultura, porque ha terminado imponiéndose el facilismo formal y la superficialidad de los contenidos en los productos culturales.

No interesa ahora la calidad, lo que manda es la cantidad. En este proceso de sacrificio de esa calidad, la alta cultura ha terminado por desaparecer. La masificación la ha liquidado, porque la noción de cultura que ahora se privilegia es la antropológica: todas las manifestaciones de la vida de una sociedad, vale decir su lengua, creencias, usos, costumbres, indumentarias, técnicas, etcétera han sido incorporadas al concepto prevaleciente de cultura. Los códigos y claves, la complejidad de los mismos, en las que se movían las minorías conformantes de las elites, son cosa del pasado.

El igualitarismo cultural es por ello una constante de los tiempos que vivimos. Tan importante es, culturalmente hablando, una ópera de Verdi como una presentación de los Rolling  Stones. Y claro que es posible que los fogones y las pasarelas, propios del mundo de los cocineros y modistos,  estén alcanzando la misma importancia que los libros, los conciertos y las óperas y peleándose los espacios culturales.

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¿Cómo enjuiciar las ideas y conclusiones de Vargas Llosa?

Más de un crítico ha resaltado el pesimismo de Vargas Llosa para enfocar las constantes culturales y sociales de nuestro tiempo. El propio autor, a diferencia de otros años, sobre todo de los tiempos en que se había convertido en uno de los principales propagandistas del liberalismo y sus potencialidades, confiesa haber perdido la curiosidad por el futuro. Sólo me interesa el pasado y el presente, ha escrito en el artículo de El País arriba citado.

Entender ese pesimismo pasa por tomar en cuenta lo que actualmente ocurre en los países de vanguardia del capitalismo occidental, que constituyen el punto de partida del análisis del novelista y que en todo momento siempre han sido los referentes fundamentales de su vida pública, de sus disertaciones, reflexiones y escritos. Como es de conocimiento universal, la crisis económica y social está apretando a esos pueblos. La bonanza se ha convertido en deterioro económico y social, el desempleo, la desigualdad, la pobreza y el hambre se han extendido como una mancha de aceite y no hay un día en que no se conozcan nuevos infortunios que cual castigos divinos siguen cayendo sobre esas realidades otrora prósperas.

La apuesta abierta de Vargas Llosa por el modelo hoy en crisis no lo deja bien parado y objetivamente, para cualquier mortal, que pasó gran parte de su vida difundiendo logros y bondades supuestamente eternas, la dura realidad de hoy debe ser frustrante. Por eso es que sostengo que los entrampamientos mismos del capitalismo realmente existente se convierten en el telón de fondo obligado – muy a pesar del escritor-  de las apreciaciones sostenidas en La Civilización del Espectáculo y de su marcado pesimismo.

Como pocas veces he leído, el propio autor no puede obviar lo que llama el gran fracaso y crisis sin tregua del sistema capitalista, como tampoco puede dejar de mencionar la corrupción, el tráfico de influencias, el enriquecimiento ilícito burlando la ley, la codicia frenética que explica los fraudes en las entidades bancarias y financieras… todo lo cual contrasta sin duda con el modelo capitalista que siempre difundió. Se resiste empero, a reconocer en esa crisis lo que todo analista realista acepta: las causas de esa crisis están en la propia lógica del sistema, en su propio devenir contradictorio. No es casual por ello que hasta los empresarios se vean obligados a aceptar que es necesario – sin ser marxistas- a volver a Carlos Marx para tratar de entender los males de un orden  estudiado de punta a cabo por el fundador, junto a Federico Engels, del socialismo científico.

Para Vargas Llosa, por el contrario, las razones de esos entrampamientos del capitalismo están en la moral, en la ética de los empresarios, tradicionalmente sostenida por la religiosidad, pero hoy debilitadas – como lo mencioné líneas arriba. Por el relajo religioso al que estamos asistiendo.

En esta realidad tan contradictoria como compleja, insisto, anida el pesimismo del Nobel, como la añoranza de un pasado que se fue en medio de la vorágine del desarrollo económico y social que abrió paso a la democratización de la cultura y al protagonismo de las masas en los escenarios culturales. Porque efectivamente, en Norteamérica concretamente, desde los años 50 para adelante es posible contabilizar una presencia multitudinaria de hombres y mujeres en el quehacer cultural.

Alvin Tofler, un futurólogo norteamericano se ocupa justamente de ese fenómeno que se trajo abajo el liderazgo de las elites culturales y sus minúsculas presencias. A diferencia de Vargas Llosa, Tofler vio con optimismo la irrupción cultural de los sectores medios, preferentemente jóvenes, en los mercados culturales contemporáneos, llegando a compararlo con la aparición de una masa alfabetizada en la Inglaterra del siglo XVIII. “La nobleza debe haberse divertido al ver como sus inferiores sociales luchaban con el ABC”, escribe el futurólogo,  para luego reconocer el potencial de ese salto cultural, como reconoce también la importancia social de la presencia de un público masivo en los diferentes escenarios culturales de Norteamérica.

En este contexto, las críticas a Vargas Llosa por su añoranza del pasado, son justas. Para mí, al Nobel, al no reconocer el tráfago del cambio, no le queda otra salida que añorar su Arcadia, esa ilusión griega del paraíso pastoril perdido, donde nada se mueve, todo permanece,  y donde supuestamente reina la paz, la tranquilidad, la sencillez, para felicidad de los vates de todo el mundo. Digo la Arcadia de Vargas Llosa, porque sencillamente todo observador imparcial del devenir del mundo tendrá que concluir que las cosas en el capitalismo desarrollado han tenido también sus bemoles.

En segundo término, llama la atención el elitismo de Vargas Llosa. Para quien se ha reclamado siempre de la democracia resulta un contrasentido criticar la presencia del pueblo – porque de esto se trata- en los múltiples terrenos culturales. El novelista acepta su presencia en la política, pero no en la cultura. En como si en el caso peruano, nos negáramos a aceptar las potencialidades que encerró y encierra todavía el desborde andino y amazónico hacia Lima y las principales ciudades de la costa, que ha ocasionado que esta vieja ciudad colonial cobre nuevamente vida y colorido, económica, social y culturalmente hablando.

De lo que se trata ahora es de generar una nueva lectura de la sociedad y la cultura. Los cánones de ayer, en el que se desenvolvieron personajes como Vargas Llosa, sencillamente ya no funcionan porque la realidad ha ido más allá de los viejos conceptos, dieciochescos por naturaleza, y que ante los nuevos acontecimientos sencillamente han perdido vigencia.

En ese sentido, hay que justipreciar la crítica de Nelson Manrique, a la exclusión, en la visión del novelista, de los aportes civilizatorios de los pueblos de otras latitudes. Sin desconocer la trascendencia cultural de Occidente, empero, no se puede ignorar ni subestimar la riqueza de otras civilizaciones, incluyendo la andina, en espacios poco conocidos. Traigo a colación lo sostenido por Amartya Sen, Premio Nobel de Economía 2008: “La libertad no es valorada sólo por una cultura, y las tradiciones occidentales no son las únicas que nos preparan para adoptar un enfoque de los problemas sociales basado en la libertad

Bien haríamos, preocupados por los problemas de nuestro tiempo y el futuro, en seguir la flecha dibujada por Sen.

Lima, noviembre de 2012


BIBLIOGRAFÍA           

TOFLER, Alvin, Los Consumidores de Cultura, Plaza Janés, Barcelona, 1993, 272 pp.
SEN, Amartya, Desarrollo y Libertad, Planeta, Barcelona, 2000, 439 pp.
VARGAS LLOSA, Mario, La Civilización del Espectáculo, Alfaguara, Lima, 2012, 226 pp.
VARGAS LLOSA, Mario, El pez en el agua, Seix Barral, Santafe de Bogotá, 1993. 541 pp.

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