jueves, 2 de agosto de 2012

RECORDANDO A PEDRITO OTINIANO



Y ya que hablamos de amor y de vida, hablemos pues de música y boleros. 

Recordemos primero que culturalmente hablando los que estamos en la base 5 o nos acercamos a la base 6, somos hijos de la radio, del cine, del pickup, de la rockola y por supuesto que de las cantinas. No había un señero barrio limeño que no contara por lo menos con una cantina mítica, y la combinación entre éstas y la radiola, fue sencillamente explosiva. Cantaba Julio Jaramillo que la cantina era el oasis de los que tienen sed de besos, de abrazos y de amor. El bolero cantinero, del cual quiero hablarles esta noche, no podía tener un mejor ambiente, porque si bien en su origen y desarrollo vamos a encontrar la impronta del yaraví, el tango, el pasillo y el vals sentimental (del tipo que cantaba el cholo Berrocal o que sigue cantando Carmencita Lara), es en la cantina donde va a encontrar su gran feligresía. Pero estos feligreses ya no eran solamente los viejos limeños, eran los nuevos, los que habían llegado desde los últimos rincones del país, dejando quizá a la amada, o ninguneados también sentimentalmente por una Lima que siempre fue excluyente para con los provincianos, particularmente con los serranos. 

 Dicho de otra manera, el bolero cantinero, además de constituir una vertiente original del bolero clásico, que se agotó con Armando Manzanero en la primera mitad de los años 60, es al mismo tiempo una adaptación a nuestras realidades sociales y sentimentales y por supuesto que a las vicisitudes de toda relación amorosa. Nadie como nosotros, me refiero a los latinoamericanos, para amar a una mujer, pasando del cariño desmedido, que nos quita el sueño, que nos desespera, hasta el odio más profundo, producto del despecho, llegando a los extremos, aunque resulte paradójico, de odiar y querer al mismo tiempo. Son las cosas que tiene el corazón, criticables para algunos, pero como dice la letra de un viejo bolero: qué saben de la vida los que no han sufrido, los que nunca han sentido una pena de amor. 

 Lisandro Otero, un especialista en estos temas, ha señalado que en las letras del bolero en general aparecen tres opciones: el amor correspondido, el amor no correspondido y el amor traicionado. La singularidad del bolero cantinero es que el peso de la disertación sentimental recae en las dos últimas opciones (amor no correspondido y amor traicionado), siendo la traición el leimotiv de la expresión más “cortamelasvenas” de ese bolero. ¿Por qué “córtamelas venas”? ¿Han escuchado amor gitano? 

Toma este puñal/ Ábreme las venas/ Quiero desangrarme/ Hasta que me muera/ No quiero la vida/ Si he de verte ajena/ Pues sin tu cariño/ No vale la pena 

 Se prefiere la muerte, la más brutal y dolorosa antes de ver a la mujer amada en brazos de otro. Se le dio todo, pero pagó con la traición. Esa es una opción; pero existe otra: la de hacer justicia con las propias manos y acabar de una vez por todas con la traidora y su nuevo amor, que dicho sea de paso puede ser un “amigo”, entre comillas. Justamente uno de los simples más vendidos de Jhonny Farfán es “Señor abogado”: 

 Déjeme tranquilo, señor abogado/No quiero defensa, prefiero morir/Yo la he matado, porque se ha burlado/De mi amor sincero, delante de Dios 

Lucho Barrios y Pedrito Otiniano, que acaban de cumplir, cada uno de ellos, 50 años de vida artística, son en el Perú los máximos exponentes del bolero cantinero o “cebollero”, en lo que podríamos llamar la primera etapa de ese género; mientras que Jhonny Farfán, Iván Cruz, Guiller e incluso la misma Gaby Zevallos han incursionado con mucho éxito en el bolero “cortamelasvenas”, el del extremo, en el que sólo la muerte borrará la afrenta, de uno o de otro lado. 

Siguiendo a Lisandro Otero, podríamos decir que Marabú, interpretado por Lucho Barrios, es un buen ejemplo del canto al amor no correspondido, al amor que se fue sin dejar ninguna esperanza: 

Adiós, ya me quedo sin ti/ Y así para que más vivir/ Sin ti, no podré más luchar/ Sin ti, para que resistir/ No sé para que quiero amor/ La esperanza sin ti ya no tiene valor/ Al fin, te podré olvidar/ Si la vida es así, para que más vivir 

Pedrito Otiniano, mientras tanto, tiene en “Fuiste mala conmigo”, una expresión dramática del rechazo a la mujer que hoy suele llamarse “jugadora”, acostumbrada a jugar con los sentimientos (y por supuesto que también con los bolsillos) del varón y a la que no hay simplemente que olvidar, sino condenar y desearle lo peor de lo peor por su infamia. 

Ya no quiero tus besos/Me hacen daño al volver/Ya no sangra la herida/ Que dejaste al partir/ Fuiste mala conmigo/Y yo tonto te creí/Que tus besos eran míos /Sólo míos nada más/ Que venga la muerte /para esa canalla/Que se vuelva nada/Ni rastros deje ya/Que pise el infierno/Que se vaya pronto/Y entre sus cavernas/Sepulte su maldad 

 Cuando las cantinas y las rockolas hacían furor en Lima, este era el tipo de boleros que iluminaban los recuerdos de los amores perdidos o traicionados. Alguien ha dicho que por un sol —que era el precio del disco— se compraban tres minutos de nostalgia, siempre cerca del licor bendito que nos da la vida, y de los verdaderos amigos, siempre prestos al consejo para aliviar los males del corazón. 

(Fragmento de un texto leído el 9 de noviembre de 2006 en la Asociación Guadalupana, en la presentación de mi libro El amor en tiempo de bolero. La presentación estuvo a cargo de Lucho Podestá).

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