sábado, 18 de agosto de 2012

LA CASA DE CARTÓN


Gabriela Wiener

El Perú posvladivideos sigue siendo un set de televisión con decorados, una salita con sofás de cuerina donde se mueven los hilos, una casa de cartón con cortinas de humo en la que ocurren cosas que te hacen pensar que hay cámaras ocultas detrás de los espejos, en espectadores siguiendo la broma y riéndose más de ti que contigo. 

Claro, tiene que ser eso. Es todo un montaje. Un Gran Hermano. Estamos dentro de un programa, uno llamado Perú con P de patria: 

¿Parlamentarios fujimoristas escenifican 'Thriller' o se disfrazan del Chavo del Ocho para celebrar el cumpleaños de Keiko? Un chiste. ¿Beto Kouri pide que la gente compre su libro para pagar su reparación civil? Un broma. ¿El parlamentario (¿?) Rubén Condori se acriolla y “vota” por otro en pleno Congreso? Una palomillada. 

Y en este universo de atrezzo chicha además nos damos el lujo de hacer simulacros. ¡En el Perú todo es simulacro! Tenemos una selección de futbol que gana solo partidos de mentira, un parque temático culinario en el que parece que todos los peruanos comieran rico o comieran a secas; un presidente que iba a hacer el gran cambio social. ¿Te la creíste? Pero si hasta uno de los programas líder de audiencia es un show de remedos en el que gana el que mejor imita el talento de los demás. Y el otro consiste en medir la Verdad con un polígrafo y comprarla con soles, delante de un notario. 

Y entre tanto simulacro, el simulacro de terremoto arroja, según el presidente, unas cifras contundentes: 50.000 muertos si ocurriera ahorita. Hace cinco años un terremoto mató a 500 personas, destruyó 17.000 viviendas y dejó un saldo de 85.000 damnificados. Y ahí siguen. 

Los simulacros aquí se hacen después de las catástrofes: simulacros de ayudas, simulacros de reconstrucción, simulacros de interés “oficial” por la gente. Y ahí se quedan. 

Es cuestión de tiempo que salga un hombrecito en terno por una pequeña puerta con un cartelito donde se lea: “Sonríe, estás en cámara escondida”. 


La República, 18 de agosto de 2012

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